Un poco sobre mitología.


Dioses y Diosas de la Grecia explicados a todo el mundo, de Pauline Schmitt Pantel, nos lleva por un viaje casi turístico en el que nos explica, como si estuviéramos en un museo, más que toda la mitología, la riqueza griega desde sus comienzos. Pero con el fin de hacerlo más llevadera, todo lo plantea a modo de pregunta respuesta. De este modo comienza su viaje explicando la naturaleza de los dioses, la veneración que nuestra raza humana siente por ellos y la forma como los vemos. Esto, si lo miramos de lejos y cerca simultáneamente, nos habla de la cosmogonía (la forma de ver el mundo). Y es que, siendo honestos ¿no forma todo esto una parte del universo mismo? Podría ser que Schmitt lo exponga de ese modo, pero al ser este un esquema interrogativo, poco margen hay para ahondar en esta perspectiva.

Sin embargo, Schmitt presenta cuidado en su tratado al abordar, gradualmente, su temática principal: el mito. Como en cualquier historia, nos lleva de la mano por la época en que los dioses estuvieron en boga en la humanidad. Casi como el famoso “Érase una vez…”. Recordemos que para la época en que esta plática (si así queremos verla) se centra, la Antigüedad hunde su interés en las causas naturales del entorno, del mundo, del universo mismo. Si bien presente obra no lo comenta directamente, sí lo aborda tangencialmente: con Tales de Mileto como el primer filósofo, la corriente metafísica comienza a preocuparse por la naturaleza, por el razonamiento; podemos verlo incluso como una manera de anteponer el pensamiento humano ante lo divino. Quizá suene tendencioso, pero el hábito de preguntarse por el entorno en sí y no por los deseos de un Dios como tal es lo que marca fuertemente la época en cuestión.

En este punto es importante mencionar que, dado que la filosofía y la cultura griega sufre una etapa transitiva en torno a la sabiduría, la religión juega aquí un papel fundamental. Como dije arriba, el texto aborda de manera muy sutil las acciones de Mileto, pues al mencionar a Alejandro Magno, una persona cercana a estos temas y corrientes teóricas, invariablemente piensa en los primeros filósofos de la historia. Pero para no desviarnos más allá del propósito principal, podemos mencionar al pensador más cercano aquí: Aristóteles. Sabes que para él la verdad, inspirada en los primeros vestigios de ciencia de la época, enfoca su interés y esfuerzo en la verdad del mundo que lo rodea, en descubrir hasta dónde el pensamiento humano y científico pueden coexistir. Lo opuesto a Platón. Pero con su discrepancia es que las cosas tomaron la estructura que hoy conocemos.

Si hoy se piensa en la religión como una forma de vida, concepto relativo, en aquellos días era algo completamente dominante, y es evidente por qué. Y con la religión pasamos a un eje crucial del que Schmitt nos hace hincapié constantemente en la lectura: la diversidad de la religión: el politeísmo. Este tema incluso lo hemos visto en primaria en varias ocasiones. Y de la misma forma que veíamos literatura revestida de historia muy sencilla, la filosofía lo presenta en su estado más natural: la creencia en lo divino. Y dejando un poco de lado si esto es factible o si siquiera es verosímil, cuestión que no es propósito inmediato, el dilema de la creencia, sin irnos al Medioevo, nos conduce a su siguiente parada dentro del poderío eclesial: el cristianismo.

Así, con un breve preludio sobre la atmósfera de ideas que se respiraban en la Grecia Antigua, Schmitt pasa sin más preámbulos al tema de la diversidad de las creencias a través de la manifestación de los dioses. Aunque nos presenta con poco detalle su jerarquía y estructura, puede que el texto nos lleve más allá: el relativismo divino. La clasificación. ¿Es que la creencia puede categorizarse? Si se creía en varios dioses, y aquí nos narran que cada uno es multifacético, además de una sutil presunción, podemos estar ante otro tema: lo ilimitado sobre lo imponente.

Es bien sabido que, desde aquella época, e incluso ente Sócrates y Platón se discutía la idea, la mujer era vista como un ser inferior. Schmitt expone algo curioso: las deidades femeninas eran todo lo contrario. Esto no es gratuito. No es ficcional, aunque probablemente Schmitt lo retome con cierto margen de realismo y hasta para contextualizarnos históricamente. Pero para nada es inverosímil. Es creíble. Es realista, es histórico.

Así como el concepto de polis se dio y, quienes conocen el idioma griego saben que significa “ciudad”, del mismo modo que se dio cierto asentamiento cultural, también lo hubo en el campo epistemológico. Fue así que las comunidades surgieron, y no sólo como sociedad, sino también a nivel teórico. Agrupaciones de creencias, influyendo éstas a su vez en las funciones de cada individuo. En este punto nos relatan, casi como una pequeña letanía, el universo divino que se gestó entonces. Y damos vuelo a nuestra imaginación, a nuestro bagaje histórico, a que se nos contó como un cuento en primaria: dioses y diosas, humanos y peligros, aventuras por doquier.

Tal vez la referencia peque de infantilismo, pero si recuerdas Hércules, la versión animada, entonces sabes por dónde va este camino: Afrodita, Apolo, Ares, Ártemis, Deméter, Heracles (Hércules en su versión griega), así como los demás dioses, y entre los más imponentes Zeus y Poseidón. Como dije al inicio, la mitología es el foco temático aquí, y esto nos lleva a revisar enciclopédicamente la galería de dioses que ha habido como riqueza cultural aquí. Desde Venus y Apolo, hasta Diana y Minerva (cuyas referencias se encuentran en muchos tomos de historia y literatura). Ésta última, expresión artística, nos lleva a maravillarnos con un poco de esencia divina, con su naturaleza, y su residencia (que es el Olimpo).

Y con sus naturalezas vienen acompañadas sus características. ¿Es posible? En términos aristotélicos, podríamos hablar de lo que los define -que si bien sabemos su esencia divina-, también hablamos de que hay diferentes dioses para diferentes aspectos del universo. Al menos así se plantea aquí. No hay jerarquías, pero sí funcionalidad. No sé si suena muy lógico, pero si el politeísmo funda sus raíces en la diversidad divina como un intento de expandir toda posibilidad de certeza, ¿no generaría eso demarcación por fuerza? Hoy se cree en un solo Dios, uno omnipresente, omnipotente, ubicuo. Esta premisa subsume toda antigua creencia, toda diversidad, pero si ésta surgió, ¿no produciría cierto límite en lo divino? Si no hay jerarquía, pero sí función, ¿podemos hablar de una combinación acaso donde todos los dioses, al final, pudieran complementar sus funciones divinas como uno solo?

Los griegos los veían como una familia, y claro, la idea de coexistir sería compatible con lo que son; pensar esto de otra forma a un tipo de maldad o sentimientos humano, es algo que aparentemente “no necesitan” los dioses. Tras pasar la funcionalidad, barajamos la idea de la presentación que los griegos (la humanidad) tenían de los dioses (divinidad) en aquella época. Y ¿cómo le hacían para conservarlos en su mitología? Con lo que hoy llamamos estatuas, monumentos, figuras de cera que los veneran, mismas que se encargan de capturar lo que fueron, simbólica y alegóricamente. ¿Por qué no?

Hemos visto incontables veces en documentales cómo cada civilización les ha rendido homenaje, respeto, adoración, depositando en esto un mínimo de curiosidad por lo que son y pueden hacer (bueno, podían). Y el recordarlos, el mantener viva su expresión encuentra cauce en figuras, rituales, versos, bailes, formando todo esto parte de una cultura concreta en un lugar y momento determinados. Esto y más fueron los griegos. Esto y más nos dejaron. Su herencia radica no en eliminarlos, sino en analizarlos, en estudiarlos. La gran importancia de conocer estos momentos clave del pasado reside en comprender la visión que del universo tenían los antiguos griegos, pues con la divinidad como eje de preocupación inicial, su manifestación por entender lo que los rodeaba era natural, evidente e incluso progresiva.

El culto a lo superior, el respeto por lo desconocido siempre ha estado presente en toda civilización, no obstante, esto no descarta que, como humanidad que somos, desde los antiguos conservemos las ganas de ir más allá para querer explorar lo que todavía no entendemos. A lo mejor me adelanto un poco, pero esto es importante.

Ahora bien, en consonancia con lo que decía arriba sobre la “expansión divina”, el dilema que podría ocultarse tras lo ilimitado se resuelve, en la cultura griega, con la adición de nuevas personalidades divinas; esto es otra forma de decir, como la metáfora, cada loco con su locura, y si Tláloc fue el dios de la lluvia en la mitología mexicana y Huitzilopochtli el dios de la guerra, ¿por qué no podemos pensar lo mismo en la mitología griega? Es bien sabido del “árbol de la herencia epistemológica” como un intento por hacer ver el conocimiento como vínculo entre civilizaciones.

Aclaro, no es que haya una brecha como tal, había creencias para toda clase de fines, y dioses por haber para toda clase de personas o funciones. Pero, eso sí, si no había jerarquía sí clasificación: dioses para todo tipo de veneración. La premisa de generar veneraciones divinas es curiosa, pero también puede referir a una evidencia: llenar carencias. ¿Apresurado decirlo? Quizá. Pero también la semejanza con lo humano está ahí, la conocemos y raíz de ahí posiblemente se siga creando alegorías divinas para sustentar lo inexplicable.

Y con los fines o “categorías”, vienen algunos ejemplos de deidades, tales como Pan, representado como un ser mitad hombre mitad cabrío. Tenemos a Brandis, diosa atenea, quien se caracterizó por su elevada estatura, piel de animal y botas. Otro ejemplo es la famosa Isis, diosa egipcia. Un gran ejemplo de variedad en este momento donde los griegos enriquecen su patrimonio, su cultura en vista dar sustento a su propio conocimiento.

Sea cual sea la razón, es evidente que su tradición divina creció, el politeísmo, quizá no como herencia pero sí como sustento metafísico, encontró su camino, su crecimiento en los griegos, quienes, tampoco debemos olvidar, tenían una opinión muy particular sobre el destino. La conjunción de estas ideas quizá no sorprenda, pero sí agregue sentido a la discusión en torno a la mitología griega como fuente de cosmovisión y entendimiento universal.

En una época donde toda la tradición se basaba en creer que los dioses decidían qué ocurría y qué no, la mitología prestó su fundamento para dar forma a las explicables más coherentes del entonces. Sí, era la antigüedad. Sí, era un momento particular, en el cual se planteaba qué era el cosmos, que era nuestro entorno. Y como entonces, las respuestas que satisfacían daban pie a interpretaciones, en parte los relatos y las aventuras de los héroes de la época. Heracles, Teseo, Aquiles, entre otros.

Con los dioses como el foco de creación, el entretenimiento y el deseo por explorar y conocer lo sobrenatural (al menos desde cierta perspectiva subjetivista), pasa a un segundo plano cercano eclipsado por las grandes travesías de los héroes griegos, vistos como lo “más humanamente inmortal” (¿recuerdas Troya?) donde la victoria, la guerra y el poder eran los ejes y el interés comunitario -si en esos planos podemos hablar, claro-.

En este punto Schmitt pasa a explicarnos un poco sobre ellos, sobre quiénes son. Ahora bien, decir que lo sabemos todo sobre todos ellos es exageración, pues muchos registros son indirectos y no sabemos hasta qué punto es verídico tal o cual cosa, como pasara con Sócrates y su filosofía dialéctica. Aquí Pauline nos habla de Antígona, de Heracles, de Teseo e incluso de Asclepio. Hay una relación -y es debatible cómo se haya dado- entre estos míticos héroes y el lugar para lo divino. La carencia, o necesidad de cubrir lo inexplicable, ya mencionada más arriba, encuentra parte de su lógica en este tema: la literatura como extensión de lo mitológico. Y probablemente sea riesgoso verlo de este modo, pero también es interesante. ¿Inmortalizar al héroe para convertirlo en Dios o mortalizar al Dios para hacerlo héroe? La disyuntiva podría presentarse, y la mitología toma la primera palabra en esta ocasión.

Si recuerdas el Popol vuh, entonces el camino es reconocible: todo como una interpretación acerca del origen del mundo, o del universo, si a esas vamos. El héroe griego como esa mezcla entre la limitación humana y el poderío divino, donde nada es imposible y las hazañas constituyen el día a día. Por eso se da el relato. Por eso surgen las aventuras. Modos de lidiar con lo desconocido. Aun cuando hay variantes, las clasificaciones se acentúan más aquí: un héroe para cada ciudad. Para cada pueblo. Para cada creencia. Así hallamos la definición en el relato.

Entonces encontramos la mitología. Palabra expresada, relato compartido, leyenda heredada, ritual pasado de generación en generación. Y así como el medioevo es teocéntrico y la modernidad antropocéntrica, aquí hablamos de un cambio de interés más sutil pero igualmente trascendente: de pasar a interesarse por el entorno pasamos a fijarnos en lo divino. No es regresión, tampoco agotamiento. No. Posiblemente cambio de paradigma, aunque se trate de la antigüedad. No que no existiera la palabra como tal no implica que no haya sido así. La diferencia es cultural, incluso epistemológica, pero está ahí. Viva. Inmersa en la herencia humana durante siglos.

De la cosmogonía a la teogonía. Explicación del universo, primero; del mundo después. Pero explicación al fin. Interpretación en todo momento. No obstante, y como Schmitt lo señala un poco más adelante, al marco de pregunta-respuesta se encuentra enajenado el ser humano, por más paradójico que parezca. Y a diferencia de la explicación bíblica que conocemos, aquí la mitología ofrece una respuesta distinta en torno al origen de la humanidad: Hefestos, el Dios herrero, creó a la mujer. Llega Pandora a la ecuación (sí, la de la caja con los males del mundo) y provoca el destierro del siguiente ser: el humano.

En un intento por evitar que Zeus devorara a cada ser humano, se forzó al exilio al mismo. La exégesis podría verlo como una alegoría de la ignorancia, de la versión que ya conocemos. De nuevo, la mitología lo vuelve más divertido, más imaginativo. Por eso es tan querida. Y con Pandora metiéndole llave a su caja, Schmitt nos relata que el mito, en sus variaciones, explica el mundo desde ángulos distintos. A esto no se entra de cero, imposible. Es necesario, pues, tener el contexto histórico preciso que dote de sentido esto que discutimos. Por lo tanto, así como el mito necesita complemento, sobre-entendemos que no es eterno, que necesita de la tradición humana para sustentarse.

Y con la tradición y el mito como herramienta, como recurso narrativo, viene su propósito principal: el logos. Con éste el cómo surgió el mundo. Conexión, vínculo, puente, relación histórica. Si el objetivo es entender el mundo, entonces sí. Lo hay. Y así como la antropología y el estructuralismo de Levy-Strauss trataron de seguir con lupa estos temas por medio de la antropología histórica y social, también tenemos la cosecha de grandes historiadores leyendo mitología durante mucho tiempo para lograr entender el sentido de los relatos. Porque, claro está, no son literales siempre. Hay variaciones, y las alegorías, las metáforas están siempre a la vuelta de la esquina. Es mitología. Y como todo en la tradición filosófico-teológica, las interpretaciones se complejizan a cada paso.

Y como mitología, hay espacio para todo. La manifestación divina es un objetivo a entender dentro del relato, la palabra que explique la causa en el mundo. ¿Cómo? Por medio de eventos acaecidos en el mundo. Por medio de la curiosidad, de cuestionamientos, de interés genuino. Sin embargo, aquí más que limitarnos a entender las causalidades detrás del mito, su origen y presencia divina, debemos regresar a la raíz de la sustancia: ¿cómo preservar la esencia divina oculta tras el mito? Porque hablamos de que los ritos humanos, versos, cuentos y demás expresiones humanas conservan parte de la esencia resguardada, pero no es suficiente. Es necesario ser más universales, al menos en lo que patrimonio divino se refiere. Un monumento, como los héroes griegos. Una estatua, como en los museos. Un santuario es buena idea, como lo plantea Schmitt.


Aquí lo más importante es el vínculo de la humanidad con lo divino. Dicotomía que ha durado siglos, por decir lo menos. Una relación que ha encontrado baches, esfuerzos, hallazgos, aportaciones y refutaciones en su haber, pero que ha perdurado. Bueno o malo es relativo. Está aquí, está ahí y algo significa. Algo debe continuar, o terminar. Todo depende. Si aceptamos todo esto, entonces debemos tener claro que el ser humano, desde tiempos inmemoriales, ha luchado por encontrar causa y razón en lo divino, un fundamento a su existencia, y a todo lo que lo rodea, en espera de hallar en todo esto la más pequeña pizca de lógica, de sentido ante un mundo que, mitología o religión, tuvo un principio y la vida es la preocupación metafísica por excelencia (hasta pena da reafirmarlo), sin embargo, la consistencia de lo divino con lo humano radica en los actos, e cómo preservar una tradición que se inspira en lo que creemos ha ocurrido, en que lo puede haber poderes superiores que sacien nuestra curiosidad, y más todavía, nuestra forma de ver la vida, lo que consideramos bueno o malo, algo que nos dé pauta sobre la moral y las virtudes, que son las que dotan todo. La mitología aporta su palabra al tema. Schmitt lo sabe y lo convirtió en detalle. Interesante. 

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