Breves apuntes 5: De Egipto y más allá...


Las pirámides y stonehenge

Independientemente del conocimiento relativo al desarrollo espiritual de la Humanidad, que es primordial para la Teosofía, se pueden obtener de ella informes y datos imposibles de adquirir de otro modo, referentes a la historia externa del mundo que nos rodea. La investigación literaria, muy pronto alcanza en tales materias el límite de sus poderes. Al referirse al remoto pasado, queda paralizada por la necesidad de documentos escritos, y, todo lo demás, puede suplir su falta por la interpretación de algunas inscripciones sobre piedra. Con su ayuda nos es posible alcanzar, en la dirección de lo que Mr. Samuel Laing llama “Origen del hombre”, a unos cinco mil años antes de la Era cristiana. Pero evidencias no menos ciertas que las de los jeroglíficos egipcios, nos muestran que el hombre existió sobre la tierra en periodos que la Geología no puede estimar con exactitud, pero que ciertamente se extienden a millones de años. En tal respecto, nos hallamos frente a un problema que, en sus aspectos más salientes, sólo admite dos hipótesis alternativas: 0 durante aquellos enormes periodos la Humanidad vivió sobre la tierra en estado salvaje, sin elevarse nunca sobre el uso de los bárbaros utensilios de piedra que vemos asociados con sus restos fósiles, 0 bien alcanzó periodos de civilización en remotas épocas, cuyas huellas históricas se han perdido.

Comparando estos dos puntos de vista, razonando meramente sobre evidencias al alcance de todos, llegaremos a conclusiones que apoyan la creencia en civilizaciones prehistóricas. En Egipto, el testimonio de los monumentos y papiros ya traducidos, nos llevan a una fecha de cinco mil años antes de J.C. Pero en aquel tiempo nos encontramos en presencia de una civilización tan avanzada como la relativamente reciente de la grandeza egipcia, la de la 18.a dinastía. Según el admirable egiptólogo alemán Brugsch Bey, Menes, el primer rey de la primera dinastía mencionada par Manethon, alteró el curso del Nilo, construyendo un enorme dique para facilitar la fundación de Menfis. Fue, además, un legislador, y se dice aumentó grandemente la pompa y lujo de la monarquía, mostrándose así no solamente como gobernante civilizado, sino como quien ha contraído ya algunos vicios inherentes a la civilización, indicación segura de que pertenecía a, una época de declinación más bien que a una de elevación del progreso de su país. La gente, en verdad, han llegado a considerarle como personaje primitivo, sencillamente porque con el comienza la lista de reyes de Manethon, en cuanto esa lista nos ha sido conservada por las citas de algunos escritores clásicos.

La obra original de Manethon se perdió probablemente en el incendio de la Biblioteca de Alejandría. Se sabe, por otros escritores, que Manethon habló de largas épocas egipcias anteriores a la tercera dinastía; y aunque no hubiera sido así, la situación fielmente retratada del tiempo de Menes es bastante para mostrar que es la resultante del desarrollo de un progreso social que se extendía por el pasado en edades previas casi inmensurables. Según algunos egiptólogos dedicados ahora a traducir papiros, es preciso remontarse a quince mil años atrás, y no a cinco mil, si queremos formarnos una idea del comienzo de la civilización egipcia.

Volviendo ahora a otra serie de investigaciones modernas, tenemos que reconocer que gradualmente se ha ida acumulando un gran número de testimonios en apoyo de la leyenda clásica concerniente al perdido continente de la Atlántida. Los sacerdotes egipcios dieron muchos detalles a Solón, antepasado de Platón que los visitara. Por largo tiempo los eruditos se han inclinado a tratar esta historia como fabula, no se sabe bien porque, puesto que el cambio continuo comprobado en la corteza terrestre nos dice bien a las claras que la mayor parte de lo que hoy es tierra seca, fue en un tiempo lecho de los mares y viceversa. Existe, pues, a priori, una probabilidad de que pueda haber existido algún continente como el “fabuloso” de la Atlántida. Existen abundantes pruebas, derivadas del estudio de los fondos del Atlántico durante los últimos años, para mostrar que el sitio asignado a la Atlántida era probablemente el que ocupan grandes elevaciones, durante alguna anterior configuración de la superficie terrestre. Además, la Arqueología comparada nos muestra identidades entre el simbolismo prehistórico y las ruinas de México y América Central por un lado, y del Egipto y Siria por el otro. Esto nos lleva a un origen común que la Atlántida pudiera proporcionarnos.
Un explorador perseverante de Yucatán, el doctor Le Plongeon, para citar un descubrimiento reciente y de asombrosa evidencia, logró descifrar los caracteres en que las antiguas inscripciones de México estaban escritas, y hasta ha traducido un viejo manuscrito que pudo salvarse del vandalismo de Cortes y de los monjes que le acompañaban. Este manuscrito se refiere, casualmente, de un modo directo a la catástrofe final que sumergió los restos de la Atlántida, que subsistían hace diez o doce mil años.

La cuestión de la Atlántida es inmensamente importante, y hasta ahora me estoy refiriendo a los razonamientos que prueban su anterior existencia, para el hombre moderno. Un examen detenido de las pruebas meramente exotéricas sobre el asunto seria en sí mismo muy largo, y, por el momento, otra es la tarea que me he impuesto. Todos los estudiantes teosofistas, y aun los lectores de libros teosóficos, saben que la enseñanza que se ha dado al mundo, concerniente a los orígenes de la especie humana y en relación con los comienzos del movimiento teosófico, está ligada con esa creencia en la anterior existencia de la Atlántida que, como acabo de mostrar, está abriéndose camino entre quienes nada tienen que ver con la Teosofía.

La Humanidad, según todas las autoridades teosóficas, evoluciona a través de una serie de grandes razas-raíces, de las cuales la raza atlante fue la que precedió inmediatamente a la nuestra. No hago esta afirmación de un modo rotundo, porque el carácter de las enseñanzas teosóficas, en cuanto se refiere a sus más caracterizados exponentes, es opuesto al principio de toda afirmación ex-cathedra. El método regular de instrucción adoptado por los Maestros de ciencia oculta, consiste en mostrar al estudiante cómo sus propias facultades internas durmientes pueden despertarse y conducirle al descubrimiento de la verdad, sea que investigue lo concerniente a los planos de la Naturaleza y a la conciencia superior a la nuestra, o a periodos de la historia del mundo anteriores al nuestro. Hasta que el discípulo se halla lo suficientemente avanzado para tener el poder de aplicar sus propias percepciones directas a las distintas cuestiones que pueda desear investigar, se le indica que no es preciso que acepte con confianza las afirmaciones de otros que se hallen más adelantados. Pero, al mismo tiempo, debemos conservar un término medio entre la actitud de servilismo mental y la de incredulidad propia del espíritu limitado. Para el estudiante teosófico razonable, que ha encontrado motivos para confiar en el conocimiento y bona fides de los Maestros ocultos de quien se ha recibido nuestra enseñanza teosófica corriente, las afirmaciones que ellos hacen referentes a asuntos tales como el carácter y lugar que ocupó en la Naturaleza la raza atlante, tendrán necesariamente un gran peso.
Ahora puedo dar un paso más para explicar porque algunos estudiantes teosofistas consideran para toda la existencia de la Atlántida, y la luz que puede arrojar la investigación oculta en la remota historia de Egipto, cosas ambas que le son más asequibles que el conocimiento de sus instructores más elevados.

Los estudiantes teosofistas con suficiente desarrollo, tienen a su mano un instrumento de investigación que pone a su alcance una gran parte de la Historia antigua. Tal es la facultad de ver, con un sentido interno adaptado al proceso, anteriores estados y condiciones de cualquier lugar u objeto con los que puede hallarse en contacto el clarividente. Muchas personas de nuestros días están tan mal informadas respecto de los progresos más interesantes de la ciencia progresiva, que se muestran incrédulos en lo referente a la clarividencia. Para aquellos de nosotros que conocen el fenómeno, esto es como mostrarse incrédulo de la existencia del cálculo diferencial; actitud mental absurda ante los hechos observados y la experiencia. Los clarividentes pueden ser uno por mil, uno por diez mil, de la población total, pero son suficientemente numerosos para que nos aparezca tan cierta la realidad de sus capacidades como la capacidad ocasional de la mente humana para comprender las matemáticas superiores.

La clarividencia tiene muchas variedades y ramificaciones; pero la variedad a que me refiero en este momento ha sido llamada Psicometría por los escritores que se han ocupado de tal asunto, quizá de un modo poco racional. No es rara tal facultad en su más sencilla manifestación. He conocido a varias personas, aparte de las que han pasado por una educación regular oculta, que tienen la facultad de obtener impresiones de la persona que ha escrito una carta, con sólo tocar esta 0 ponerla sobre su frente sin mirarla ni leerla, extendiéndose a veces hasta dar una descripción detallada de su apariencia externa y carácter. Ahora bien, esta facultad depende de hechos de la Naturaleza que son de una importancia enorme en sus manifestaciones completas. El psicometrizar cartas nos lleva a la ley bajo la cual este fenómeno puede producirse, de igual modo que el experimento de frotar una barra de lacre para que atraiga trocitos de papel, conduce a toda la ciencia de la electricidad. Existe una media natural en el cual los cuadros, por decirlo así, de todo lo que ha tenido lugar sobre la tierra, quedan preservados para siempre de un modo indestructible. Este medio se llama en la literatura oculta del Oriente “Akasa”. Los ocultistas europeos medioevales indican la misma cosa cuando hablan de la luz astral. Esta luz astral lleva en sí un registro para los que pueden percibirlo e interpretarlo, que reduce a valor insignificante, desde el punto de vista histórico, todos los documentos escritos existentes en el mundo.

Para la completa exploración de la luz astral se necesitan facultades psíquicas de un orden muy elevado, educadas además con precisión científica y apoyadas en un carácter altamente espiritualizado. Tales cualidades están en posesión de los más elevados instructores teosóficos, y a su ejercicio se debe parcialmente el conocimiento que poseen del remoto pasado del mundo. Digo “parcialmente” porque, en realidad, los más altos iniciados del Ocultismo poseen documentos escritos que han heredado de un largo linaje de predecesores, y sus propias facultades internas les capacitan para comprobarlos en cualquier momento. Hay etapas de desarrollo que alcanzan muchos de sus discípulos, y de las cuales puede alcanzarse una amplia información histórica procedente de la luz astral. Esta se ha llamado a veces la memoria de la Naturaleza. Todo recuerdo –hasta el de la clase más familiar– es, en verdad, una lectura en la luz astral. Pero las facultades que no se han desenvuelto por métodos ocultos, solo sirven para leer los registros de aquellos hechos en que estuvo presente la persona. Sólo con ellos, sus sentidos astrales han estado en contacto bastante íntimo para volver a entrar a voluntad en idéntico contacto. El ocultista, cuyos sentidos astrales son mucho más delicados, puede seguir otros medios de asociación, otras corrientes magnéticas, para usar la expresión técnica, dándonos este vislumbre el hilo que nos puede conducir a la comprensión de la facultad psicométrica.
Los objetos tangibles, así como los vehículos internos de la conciencia humana, están unidos por corrientes magnéticas permanentes con los registros astrales que se han establecido originalmente en su vecindad. El ocultista educado, al tocar 0 coger tales objetos, puede alcanzar aquellas corrientes, poner sus sentidos astrales en la misma relación con los registros astrales a que tales corrientes conducen, que la que existe entre su propio yo astral y las escenas pasadas de su propia vida, de que ha sido testigo. Tomad el caso de los recuerdos que cualquiera de nosotros puede tener de algún distante lugar que ha visitado anteriormente. Deseoso de recordarlo, vuelve sus pensamientos hacia aquella página de su memoria, y por un camino interior se puede decir que ve de nuevo la escena en que piensa. El ocultista, de igual modo, pone su mano sobre las piedras de una construcción, o puede bastarle aproximarse a ella, y sigue el hilo magnético de conexión, que conduce su conciencia a los acontecimientos pretéritos con que aquellos materiales estuvieron asociados.

De este modo, el ocultista puede hacer que las Pirámides de Egipto le cuenten su historia mucho más completa que lo que de ella se pueda reconstituir con ayuda de inscripciones fragmentarias 0 documentos que accidentalmente sobreviven de la destructora influencia del tiempo. La confianza que se pueda tener en la facultad psicométrica de las personas que se hallan a un nivel inferior al del adeptado, es una cuestión que sólo puede considerarse en cada caso particular; pero, de todos modos, he tenido la ventaja de ser ayudado en todas las tentativas que he hecho para penetrar más profundamente que lo usual en el misterio de la antigüedad egipcia por un poder psicométrico muy elevado, habiendo podido confrontar la información así recibida, con el pleno conocimiento poseído por aquellos de quien obtuve la enseñanza expuesta en varios libros teosóficos que he publicado. De este modo he podido formarme una idea de los remotos principios de la civilización egipcia, que constituyen un bosquejo coherente e inteligible de tal proceso total, sintetizando de un modo muy interesante una gran cantidad de especulaciones esparcidas, concernientes a la evolución de la especie humana, hacia las cuales va inclinándose la investigación arqueológica ordinaria. Expondré ahora la historia para beneficio de todos los que puedan estar suficientemente en contacto con los métodos ocultos de investigación, para apreciar su pretensión a que se les tenga en cuenta.

Desde luego, la investigación sobre los comienzos de la civilización egipcia nos pone en relación con la raza atlante. Si nos remontamos lo suficiente en la historia de la Humanidad, si nos remontamos a un millón de años atrás, nos encontramos en un periodo en que la población de la tierra era insignificante, a excepción de los núcleos de la raza atlante, que habitaba varias regiones de la tierra, tal como estaba configurada su superficie, además de las que formaban el continente de la Atlántida, así como en el día presente la raza caucásica habita muchas regiones de la tierra además del Cáucaso. Pero las diferentes ramificaciones de la misma raza-raíz pueden diferir por completo; y de este modo, cuando las varias fracciones de la raza atlante, que habitaban en la Atlántida propiamente dicha, habían alcanzado un muy alto grado de civilización y poder, el Egipto, entre otros países, estaba ocupado por un pueblo relativamente primitivo, de quien no debemos creer que fuera salvaje 0 bárbaro en el peor sentido de esas palabras, pero para el cual las artes y costumbres de la civilización eran aun un libro cerrado.

Hace unos ochocientos mil años, el continente de la Atlántida, habiendo cumplido sus destinos en la educación de la especie humana, comenzó a desaparecer. Este proceso se inauguró por una catástrofe geológica en escala estupenda, pero no hizo más que comenzar la desaparición 0 sumersión de la Atlántida. El continente se sostuvo contra las destructoras fuerzas de Neptuno hasta hace unos ochenta mil años, en que algunas porciones considerables restantes desaparecieron, quedando solo una grande isla –la Atlántida de la tradición clásica–, que pereció en una gran convulsión natural hace unos once mil quinientos años, fecha originalmente obtenida en las enseñanzas ocultas y confirmada aproximadamente por los descubrimientos del Dr. Le Plongeon, de los que ya se ha hecho referencia.

Durante el enorme periodo transcurrido desde el principio de la gradual sumersión de los grandes territorios del continente original, se realizaron extensas emigraciones desde la Atlántida entonces existente, a otras regiones. En estas emigraciones quedaron incluidos los representantes más avanzados espiritualmente de la raza. La destrucción de la Atlántida, como proceso físico, fue paralela a la degradación moral del pueblo. Los adeptos de la raza se apartaron tanto de la incurable degeneración de sus compatriotas, como del ruinoso continente, cuyo destino conocían de antemano. En aquella decadente y corrompida civilización su influencia ya no podía ejercerse por más tiempo. Tenían ellos que descubrir un núcleo humano más joven y vigoroso sobre el cual injertar el espiritual impulso que les estaba confiado.

En aquel periodo una gran parte de Europa, especialmente de la Europa oriental, era una marisma inhabitable, apenas elevada de las aguas del Océano, al que la Atlántida volvía. Pero el Egipto, aunque muy diferente en su geografía del Egipto de hoy, ya estaba habitado, como también lo estaban las comarcas que limitaban el Mediterráneo oriental. Sobre la mitad del enorme periodo asignado a la sumersión de la Atlántida, una gran cantidad de adeptos atlantes, acompañados por un considerable numero de sus contemporáneos no iniciados, se fijó en esas comarcas, como también gradualmente, más tarde, en las regiones occidentales de nuestra presente Europa, así como en muchas partes del mundo oriental. Sobre el territorio que es ahora parte de nuestras Islas británicas, aunque en aquel tiempo no estaba separado del resto del continente principal, los adeptos atlantes dejaron huellas de su presencia, algunas de las cuales subsisten hoy. En Stonehenge poseemos un recuerdo de la dispersión atlante, aunque su construcción sea más reciente que la de las Pirámides de Egipto.

Durante un tiempo muy largo, los adeptos inmigrantes que se fijaron en el país que se conoce hoy por el nombre de Egipto, no realizaron tentativas para educar al pueblo en las artes de la civilización. Vivian ellos sencillamente en el país, y allí, sin duda, tuvieron algunos discípulos individuales y mantuvieron el más elevado conocimiento espiritual que, por poco preparada para asimilárselo que se halle la masa de la Humanidad en cualquier época, nunca puede morir totalmente, aunque sus conservadores disminuyan y se reduzcan a unos pocos en número, como a veces puede ocurrir en las crisis de la evolución humana. Cual pueda haber sido la naturaleza de la influencia espiritual invisible que ellos llevaron al pueblo en que vivían, es cuestión de que no he de ocuparme aquí. La raza que les rodeaba se elevaba poco a poco por las enseñanzas de una civilización superior, e indudablemente ella fue grandemente aumentada y mejorada etnológicamente por la infusión de sangre inmigrante, porque, como ya he dicho, un gran número de gentes atlantes, además de los que representaban al adeptado en este periodo, acompañaron a sus maestros y guías espirituales en sus emigraciones, y se mezclaron sus descendientes con los habitantes originales de la nueva patria.

Llegó un tiempo en que la semilla sembrada germinó. Los adeptos comenzaron a enseñar y a gobernar, así como a residir en Egipto. Las vagas tradiciones referentes a las largas líneas de Reyes Divinos, que precedieron a las dinastías que dio Manethon, no son meras fabulas de una humanidad infantil, como el espíritu limitado de los críticos materialistas del siglo XIX ha supuesto con frecuencia. Los Reyes Divinos de Egipto fueron los primeros gobernantes adeptos, y la edad de oro de Egipto fue aquella sobre la cual ellos presidieron, durante milenios, en un pasado tan remoto que se sienten escrúpulos de mencionar la existencia de esas figuras reales, ante gentes de las que, solo unos pocos, se han emancipado por completo de las cadenas mentales relativas a la duración de la historia del Mundo, que forjaron los modernos europeos a causa de la interpretación que diera la Teología medioeval a la cronología de la Biblia. Siguiendo hacia atrás la historia de los primeros monumentos de la civilización egipcia, con ayuda de aquellos imperecederos archivos que pueden consultarse, tan vividos como siempre en la Memoria de la Naturaleza, por aquellos que saben cómo penetrar en este ilimitado museo de pinturas, no tendremos que añadir al azar algunos milenios más a las fechas convencionales de los modernos egiptólogos, sino que nos será preciso medir sus edades sobre la escala de la historia atlante.
Las pirámides fueron realmente construidas en un periodo medio entre la primera inmigración de adeptos atlantes en Egipto y la etapa del progreso del Mundo que hemos alcanzado, 0 en otras palabras, hace algo más de doscientos mil años. Relacionadas estrechamente como se hallaban en su origen e intento con los misterios ocultos, es imposible obtener de los informantes iniciados del presente de ninguna explicación precisa respecto del designio que perseguían en el principio. He podido inferir, que, aunque sin duda fueron templos 0 lugares de iniciación (la gran pirámide por ejemplo, contiene ciertamente más cámaras que las tres descubiertas), uno de los objetos de la gran pirámide fue la protección de algunos objetos tangibles de gran importancia, relacionados con los misterios. Esos objetos fueron sepultados en la roca, se dice, y se erigió la pirámide sobre ellos, siendo su forma y magnitud las adecuadas para garantizarla de los temblores de tierra, y de la misma sumersión bajo el mar durante las gran des ondulaciones seculares de la superficie de la Tierra.

Esto me presenta uno de los hechos más notables sobre las pirámides, entre los que la investigación moderna no ha sospechado jamás. En los enormes periodos de su existencia, ha habido tiempo, más de una vez, para uno de esos grandes cambios en la superficie de la Tierra, que algunos geólogos reconocen como una necesidad de su constitución. Las alternativas elevaciones y depresiones de continentes y lechos del océano, son debidas a una lenta pulsación del cuerpo de la Tierra, que pueden compararse, en cuanto a la superficie, a las ondulaciones de un mar que se halla en calma casi perfecta, pero que se eleva lentamente bajo la influencia de una oscilación imperceptible. Probablemente existirán corrientes oblicuas en tales ondulaciones, que pueden ocasionalmente intensificarlas y hacerlas mínimas; pero, en todo caso, no pueden ser excluidas de ninguna hipótesis científica razonable referente al progreso de las teorías geológicas, por muy débiles que sean los indicios de tales manifestaciones.

La información oculta sobre el asunto que tratamos, nos trae el registro de algunas de tales ondulaciones. Después de la erección de las primeras pirámides, una ondulación (relacionada con la que produjo la sumersión final del ultimo trozo del continente atlante), deprimió la región que es ahora el valle del bajo Nilo, bajo el nivel del mar, que cubría la parte norte de África excepto los terrenos montañosos próximos a la costa mediterránea. La costa occidental era también tierra firme en el periodo en cuestión, pero el presente desierto de Sahara era un mar, y ese mar se extendió por todo el país ahora fertilizado por el bajo Nilo, en cuanto la enorme ondulación deprimió su nivel.

El país del alto Nilo no quedó sumergido, y allí se refugio sin duda una gran parte de la población de Egipto, aunque la sumersión tuvo un carácter de cataclismo que llevo consigo la destrucción de la vida de aquellos que se apegaron más a la región amenazada. De todos modos, se me dice que hubo una considerable emigración del pueblo hacia el Oriente y el Occidente, así como hacia el Sur, y por algún tiempo (no sé exactamente cuánto, aunque si que fue muy poco comparado con el curso general de las ondulaciones de la gran corteza rocosa de la Tierra), las pirámides y el territorio que las rodea permanecieron bajo el agua. Incidentalmente esto sugerirá la idea de que el presente curso del río Nilo no es el que seguía antes de la convulsión natural en cuestión. El curso de hoy difiere, se me dice positivamente, del que siguió en la época de la construcción de la gran pirámide, desde la altura de Tebas. El templo de Karnak es un monumento egipcio de enorme antigüedad, aunque no tan viejo como la pirámide mayor, y nunca estuvo sumergido; pero en lo referente al curso del Nilo, fue diferente del de hoy desde la altura de Tebas, en tiempo de la erección del templo de Karnak.

De nuevo se retiró el mar del bajo Egipto tras un intervalo, cuya exacta duración no me ha sido comunicada, y las pirámides quedaron de nuevo en seco. Rápidamente, en comparación con los cambios geológicos ocurridos, se repobló otra vez y los adeptos gobernaron. Me inclino a considerar el periodo que ahora viene como la verdadera edad de oro de la civilización egipcia. La decadencia solo se manifiesta mucho más tarde. Pero el destino tenía reservado otro golpe al antiguo Estado. Cuando la última isla restante de la Atlántida se sumergió con enorme violencia hace unos 11.500 años, una ondulación del lecho de los océanos produjo inundaciones terribles, y sin que de nuevo el territorio pasara a ser fondo del Océano, el país egipcio fue afligido por una inmensa inundación que por segunda vez dispersó sus habitantes. No he comprendido que ésta fuera de tal entidad empero, que llegara a sumergir las pirámides, pero, en cierta escala, la población se ahogó 0 huyo del país circundante, por algún tiempo. Cuando, a su vez ceso la inundación y la población se fijó de nuevo en el país, comenzó ese movimiento descendente de espiritualidad y cultura que, desde el punto de vista oculto, es el breve periodo final de la decadencia de la civilización del Egipto, aunque, para el egiptólogo moderno, en el vaya incluido el comienzo de la historia egipcia, tras del cual algunos investigadores principian a buscar las huellas del hombre primitivo.
Probablemente, al comenzar el periodo de decadencia, 0 después de haber avanzado este un tanto, los objetos tangibles, cualesquiera que ellos fuesen, que la gran pirámide debía conservar, fueron extraídos y llevados a algún otro país elegido como residencia central del adaptado del Mundo. Y, aunque en cuanto la antigua sabiduría-religión sobrevivió en Egipto, las antiguas pirámides siguieron conservando su valor como templos iniciáticos, gradualmente sin duda, el conocimiento pleno concerniente a su uso, en este respecto, se desvaneció entre el pueblo.

Sólo los adeptos iniciados practicaban en las cámaras las ceremonias secretas, y, con la dispersión del elemento adepto de la población, debido a la degeneración de esta, las arcaicas tradiciones se perdieron, naturalmente. Esta consideración da cuenta, entre otra, de la multiplicación de pirámides en edades comparativamente recientes, cuando, ciertamente no pensaban los constructores usarlas para iniciar a los neófitos en los misterios de la ciencia oculta. En los últimos milenios, se han erigido pirámides a lo largo del valle del Nilo. Al paso que la enseñanza oculta niega la teoría convencional de que las pirámides sirvieran de tumbas a los monarcas que las hicieron construir, abre las puertas a conjeturas de esta clase en lo referente a las más modernas. Desde una antigüedad con la que las dinastías decadentes habían perdido contacto, el ejemplo de las primeras pirámides, como estilo arquitectónico, había sido evidentemente copiado.

Ciertamente el Sarcófago de la gran pirámide no fue una tumba ni, como conjetura Piazzi Smyth, un tipo 0 patrón de las medidas de capacidad, sino una pila en que se cumplían ciertas ceremonias bautismales relacionadas con las iniciaciones. Es posible, sin embargo, que en el último periodo degenerado de la historia egipcia (al que pertenecen las dinastías de Manethon), algunos de los reyes, habiendo perdido la noción del uso a que fueron destinadas las pirámides en el principio, puedan haber seguido construyendo parecidos monumentos, sin conocer el empleo original de ellos, y destinarlos a tumbas suyas. Se me dice que tal ha sido el caso positivamente, pero este hecho no milita en modo alguno contra las explicaciones dadas.

La construcción de la gran pirámide ha sido asignada por la mayor parte de los egiptólogos a un Rey de la cuarta dinastía, generalmente conocido por el nombre de Cheops, 0 más correctamente, para los estudiantes de jeroglíficos, por el de Khufu. Se supone que ese monarca la construyó, y que fue aumentando su tamaño durante toda su vida. Como su reinado fue muy largo, la enorme magnitud del monumento se explica por esta causa. Mis noticias respecto a este punto son de que Khufu solo restauró algunas porciones de la pirámide que se habían deteriorado, y cerró, por razones que se me escapan, algunas de las cámaras que antes eran accesibles. Los egiptólogos modernos admiten que las pruebas de que Khufu fuera el constructor son poco sólidas, aunque la conjetura original se ha citado tan frecuentemente, que la mayor parte de los escritores la aceptan como un hecho conocido.

La manipulación de las enormes piedras usadas en este monumento, así como la construcción misma de la gran pirámide, solo pueden explicarse por la aplicación a tales trabajos de algún conocimiento de las fuerzas de la Naturaleza, que se perdió para la humanidad durante la decadencia de la civilización egipcia y la barbarie medioeval, no habiendo sido aun recobrado por la ciencia moderna. Esta parte del asunto que trato, se revisara convenientemente en relación con otras ruinas procedentes de las edades en que los adeptos dispersados desde la Atlántida, tomaban aun parte en la vida externa de Egipto y de algunos otros países que forman ahora parte del continente europeo. En la misma Inglaterra tenemos algunos restos del tiempo de los adeptos atlantes, cuya interpretación ha estado obscurecida tanto por teorías fantásticas, como por el transcurso de las edades transcurridas desde su erección.


STONEHENGE es un enigma que ha dejado tan perplejos a los especuladores como las mismas Pirámides. La mayor parte de los arqueólogos han afirmado que fue erigido por los druidas de la antigua Bretaña, que estaban ya desapareciendo como casta sacerdotal en tiempo de la invasión romana, aunque celebraban todavía los ritos secretos y sanguinarios a que se han referido algunos historiadores romanos. Esta sencilla conjetura, que no explica los métodos que pudieran emplear las razas incivilizadas que habitaban la gran Bretaña conquistada por Julio Cesar para manejar los enormes monolitos que constituyen las ruinas de Stonehenge, no satisface a Mr. James Fergusson, que ha dedicado tan pacientes investigaciones al asunto de los Monumentos de piedras toscas en su interesante volumen así titulado. Mr. Fergusson tiene el prejuicio de querer descubrir un origen reciente a todos los restos de la antigüedad, y a favor de la obscuridad reinante sobre doscientos 0 trescientos años de la historia inglesa, los que siguen al abandono de las islas par los romanos, ha desarrollado una hipótesis, según la cual Stonehenge fue erigido en tiempo del Rey Arturo para celebrar una de las doce grandes batallas en que se dice que aquel héroe destrozó a los paganos. Mr. Fergusson no tiene nada que oponer a los previos argumentos que habían asignado un designio religioso a las grandes reliquias de Salisbury Plain, y las convierte en meras piedras erigidas para conmemorar una victoria. Ningún esfuerzo intencional suyo nos hubiera proporcionado una reductio ad absurdum más grotesca de esa concepción general del mundo, que considera a la civilización que se desarrolla ahora a nuestro alrededor como procedente de una condición inmediata de humanidad primitiva infantil. Una de las razones de que Mr. Fergusson rechace la teoría druídica, se deriva de la imposibilidad de suponer que una mera raza de salvajes como la que los romanos encontraron en las islas británicas, pudiera manejar las masas de piedra que forman las ruinas en cuestión; pero se contenta con pasar a la ligera sobre la dificultad que presenta también su teoría, afirmando que, después de la ocupación romana, los bretones pudieron haber adquirido muchos conocimientos de ingeniería de sus conquistadores. Los mismos romanos no hubieran sido más hábiles que los bretones para manipular los materiales de Stonehenge. Las piedras superiores de los trilitos pesan sobre once toneladas cada una, y las piedras verticales pesan treinta toneladas por pieza. Es insensato decir que tales masas fueron movidas, elevadas y puestas en su lugar con gran exactitud por constructores que emplearan sencillamente en su trabajo los músculos humanos. Los recursos mecánicos del día presente tendrían que ponerse a contribución para erigir un segundo Stonehenge al lado del primero[1]. Lo absurdo de tal hipótesis no se mide meramente por el peso de los monolitos de Salisbury Plain. Por propia confesión de Mr. Fergusson tenemos que incluir en nuestra ojeada sobre el pasado los restos de Stonehenge y Avebury, y también los innumerables “dólmenes” que se encuentran en las Islas británicas y, en mayor número, en Francia, España y Escandinavia. Es inútil esforzarse en explicar un hecho de un modo inaplicable a los de igual naturaleza. Es preciso que nuestra teoría incluya los dólmenes, así como los supuestos monumentos del rey Arturo.

Y hay dólmenes cuyo peso deja en la sombra el de los materiales de Stonehenge. Los dólmenes son sencillas construcciones en que una masa de piedra, la cubierta, se eleva sobre tres 0 más soportes; uno medido en Cornualles, en el término municipal de Constantine, tiene un peso evaluado en 750.000 kilogramos. Otro, de Pembrokeshire, es una gran piedra tabular, bastante grande para que cinco hombres a caballo se cobijen bajo ella. ¿Cómo fueron los usos de esos extraños monumentos? La hipótesis del rey Arturo deja la respuesta tan en la oscuridad como la teoría druídica (que no place a Mr. Fergusson). Y la idea de que los bretones puedan haberse capacitado para elevar piedras de 750 toneladas, meramente por haber podido aprender algunos conocimientos de ingeniería facilitados por los romanos, constructores de caminos, es demasiado infantil para que se la considere con seriedad.
Los que pretenden, con Mr. Fergusson, que los monumentos de piedra tosca deben haber sido construidos en los siglos tercero y cuarto, porque saben bien que después no se han construido, y creen que no han podido ser erigidos por las primitivas poblaciones salvajes, están inconscientemente tratando de borrar el sendero que puede conducirnos, al buscar alguna explicación, a una civilización anterior a la nuestra, cuyas huellas no existen en los documentos con que hasta últimamente hemos tratado de construir la historia del mundo antiguo. La Atlántida es la única clave racional para la comprensión de Stonehenge, así como la única solución satisfactoria del antiguo Egipto.

Los informes que he obtenido sobre el asunto, de aquellos para quienes la “memoria de la Naturaleza” es un libro abierto, nos muestran a los dispersos adeptos de la Atlántida como fundadores en la Europa occidental de los ritos religiosos que Stonehenge debía albergar. En un periodo muy posterior al de la emigración atlante a Egipto, algunos representantes del ocultismo más elevado de la Atlántida se establecieron en el país que estaba destinado a ser las islas británicas en los sucesivos cambios de la geografía física. Su influencia estableció civilizaciones que no probaron tener el carácter fuerte y consistente de la egipcia, pero que dieron, sin embargo, origen a considerables ciudades, cuyos restos se han desvanecido ahora. Stonehenge se erigió como templo para enseñar al pueblo el culto exotérico. Nunca estuvo cubierto. Su tosca estructura se adoptó intencionadamente por los desterrados de la Atlántida como muda protesta contra la corrupción y el refinamiento de la decadente civilización que dejaban tras de sí. En la Atlántida, propiamente dicha, la familia humana había llegado al punto medio de la materialidad.

Los grandes progresos del conocimiento científico se habían puesto exclusivamente al servicio de la vida física, y las aspiraciones espirituales habían quedado ahogadas en la persecución de los bienes materiales. Los goces personales cultivados por aquellos que eran bastante fuertes para procurárselos, eran el objetivo a que se dirigían todas las energías de la raza. Muchos secretos de la Naturaleza, que la ciencia de la quinta raza no ha recobrado aun, fueron degradados para el exclusivo servicio del goce físico por las clases dominantes (porque también habitaba el país una raza inferior y servil), y los adeptos espirituales de aquel periodo se apartaron con disgusto de una comunidad que no estaba en su poder redimir. Impusieronse a sí mismos la tarea de implantar entre aquellos bárbaros relativos, cuyos descendientes estaban destinados en el progreso del tiempo a mezclarse con la próxima gran raza, el entusiasmo espiritual que podría a su tiempo conducirles a un futuro ennoblecido. Por eso, las ceremonias externas de la religión que enseñaban, fueron celebradas bajo su dirección con intencionada sencillez. Construyeron su gran templo con rocas sin labrar. No buscaban ellos efectos arquitectónicos que apartaran la atención de la Naturaleza. No dotaron a su catedral de otros títulos arquitectónicos de admiración que los que dependían de su maciza grandeza.

¿Cómo vencieron la dificultad de manipular las enormes moles de piedra, cuya mera superposición parece haber exigido recursos mecánicos que pueden apenas asociarse en la Imaginación con otro periodo distinto del nuestro? Para esto, en la Atlántida, propiamente dicha, pudo apreciarse, al examinar detenidamente su historia, que poseían recursos mecánicos de orden muy avanzado para cualquier obra que precisaran; pero los constructores de entonces no recurrían exclusivamente a las aplicaciones de tal clase al manejar pesados materiales. En la madurez de la civilización atlante, algunas fuerzas de la Naturaleza que ahora están solo bajo el dominio de los adeptos de la ciencia oculta, eran entonces de uso general. Los adeptos de entonces no tenían el deber de guardar el secreto de su existencia celosamente, y entre esos conocimientos poseían el poder tan raramente ejercitado ahora, que su misma existencia se toma a risa desdeñosamente por el vulgo, de modificar la fuerza que nosotros llamamos gravedad.

Es apenas útil en una publicación de hoy, en estos tiempos en que la inteligencia sigue aún caminos alejados de los ocultos, hablar de poderes de adeptos que no pueden alcanzarse con la experimentación moderna de las posibilidades naturales. Pero refiriéndonos al peculiar poder a que acabo de aludir, la verdad es que la modificación de la fuerza de la gravedad par métodos que el espíritu humano puede poner en práctica, pueden parecer absurdos únicamente a gentes que ignoran ciertos hechos sugestivos que se encuentran ya dentro de la experiencia de la investigación científica, y al mismo tiempo se muestran obstinadamente ciegos a la evidencia de hechos misteriosos que tienen lugar notoriamente, aunque estén completamente inexplicados, en el campo de las experiencias espiritualistas. Los teosofistas están muy lejos de aceptar las teorías espiritistas referentes a los destinos del alma humana después de la muerte; pero los hechos externos, familiares a todos los investigadores del espiritismo, son hechos efectivos que necesitan lugar adecuado en toda concepción de la Naturaleza, elaborada por el razonamiento inteligente. La masa ignorante no sabe nada de esto, porque constantemente se están descubriendo impostores que imitan por medio de artificios los fenómenos relativamente raros que, bajo los auspicios del mediumnismo espiritista, exteriorizan la ocasional actividad de fuerzas, que acoge con desconfianza el muy limitado conocimiento de fenómenos naturales secretos generalmente difundido entre nosotros al presente. Pero la frase atribuida a Galileo, e pur si muore, es aplicable perfectamente a nuestro caso. Frente a todo lo que ha sido reconocido por competentes investigadores (testimonios no afectados en lo más mínimo por los descubrimientos de fraudes espiritistas en otros casos), es muy curioso, como ilustración de las capacidades de la estupidez humana, que personas que se creen talentosas y sagaces, continúen desacreditando el hecho de que en ciertas sesiones espiritistas objetos pesados son a veces “levitados”, es decir, elevados, y hasta se los ha visto flotar en el aire bajo la influencia de agencias invisibles o fuerzas que han contrarrestado, en aquel momento y para aquellos objetos, la fuerza operativa usualmente llamada gravedad.

Pero eso que ocurre ahora y ocurría entonces –importa poco la frecuencia–, debe referirse, cuando se conozca suficientemente, a la operación de alguna ley tan natural como la expansión de los gases. En el hecho de que los objetos puedan algunas veces ser repelidos de la tierra, 0 levitados, no hay nada más de misterioso que en el hecho de que generalmente sean atraídos. Ningún físico moderno ha expuesto aun una concepción luminosa sobre el por que 0 cómo opera la gravedad. En este momento, no sabemos más que Newton cuando se preguntaba por que cae la manzana. Podemos en cierto modo medir la fuerza que la mueve; pero no sabemos lo que es esa fuerza. Lo mismo ocurre con el magnetismo. En este podemos observar en acción los dos procesos: de atracción y de repulsión. Estimulad un electroimán en cierto modo y atraerá el hierro; estimuladlo de otro modo y repelerá el cobre, de modo que una masa de este metal puede ser visiblemente levitada y conservada en suspensión sin apoyo aparente a alguna altura sobre el aparato que lo repele. Los electricistas observan y pueden reproducir el hecho; pero no lo entienden. La levitación de mesas y de seres humanos en sesiones espiritistas solo puede ser observada ocasionalmente y no puede reproducirse a voluntad (por observadores ordinarios en todo caso); pero el hecho hay que tomarlo en consideración y relacionarlo con nuestras ideas corrientes. Es estupido tratar de salvar la dificultad de no comprenderlo declarando, a pesar de la evidencia, que el hecho no es hecho.

Cuando los teosofistas afirman que los adeptos en la ciencia oculta pueden hoy como en la antigüedad modificar la acción de la fuerza que llamamos gravedad –por habérselo comunicado así alguno de los que tienen facultades para conocer los poderes de aquellos –, no se puede experimentar ningún sentimiento de protesta intelectual contra tal afirmación. Es imposible ofrecer al lector ordinario una evidencia directa para lograr que lo crea. Pero la situación general –como he mostrado– es tal, que cualquier declaración positiva de incredulidad sobre lo afirmado solo puede ser debida a ignorancia 0 estupidez. Por consiguiente, nosotros, que creemos digno de crédito lo que decimos, podemos exponerlo indiferentes a los comentarios que, en vista del conocimiento posible de adquirir en el día, se condenan a si mismos, si son contrarios, como irracionales. Los adeptos custodios de ese conocimiento concerniente a las fuerzas misteriosas de la Naturaleza, que se esta infiltrando en el mundo a medida que la ciencia avanza, pueden y siempre han estado capacitados para dirigir las atracciones de la materia de modo conveniente para alterar a voluntad el peso efectivo de los cuerpos densos. Esta es la explicación de las maravillas de la arquitectura megalítica. Trabajando bajo la guía y con la ayuda de los adeptos de la Atlántida, los constructores de Stonehenge y de los antiguos altares “dólmenes” encontraban ligeras las masas de piedra, que se manejaban con facilidad. Los observadores clarividentes de Stonehenge han visto en obra el proceso de su construcción. Los cuadros de tal trabajo están todos impresos de un modo indeleble en la Memoria de la Naturaleza; ellas son ahora visibles tan claramente como lo fueron las actuales transacciones para los que estaban presentes. Y la visión nos muestra las enormes masas de los trilitos colocadas en sus lugares con ayuda de andamiajes no más sólidos que los que pudieran usarse hoy en la construcción de una casa de ladrillo.

Desde luego, y volviendo a las Pirámides, diré que las grandes piedras que las forman fueron manejadas de igual modo que los materiales de Stonehenge. Los adeptos que dirigían su construcción facilitaron el proceso par medio de la levitación parcial de las piedras empleadas. En el templo de Baalbec, en Siria, hay piedras empleadas en los muros cada una de las cuales se calcula que pesa sobre 1.500 toneladas. Buscando una explicación de tales restos, y prefiriendo la única que les parece razonable, por no necesitar que se eche mana de fuerzas y poderes desconocidos, los arqueólogos se han contentado hasta ahora con afirmar que, pudiendo haber recurrido a un número ilimitado de trabajadores, los constructores de templos como el de Baalbec han podido colocar esas piedras haciéndolas arrastrar a lo largo de las calzadas sobre rodillos, y pueden de un modo 0 de otro haberlas elevado hasta colocarlas en sus lugares con la ayuda de planos inclinados. Tales hipótesis requieren una mayor dosis de credulidad que las afirmaciones ocultas. Nos dicen que creamos lo que es físicamente imposible; pero la imposibilidad parece aceptable porque se la disfraza can vulgar fraseología. Stonehenge y Baalbec realmente se levantan ante nosotros como imperecederas pruebas de que, en la época de su construcción, cualquiera que esta pueda haber sido, el mundo tenía a su disposición una ingeniería que no triunfaba por la fuerza bruta, sino por la aplicación de un conocimiento superior al que ha adquirido la moderna ingeniería.

He dicho que fue en un periodo muy posterior a aquel en que los adeptos atlantes que primero emigraron, se fijaran en Egipto, cuando los que vinieron al Occidente de Europa elaboraron el culto espiritual, que tenía como grande y sencillo templo, al principio, el propio Stonehenge. Ocurrió esto en periodo muy posterior a la misma construcción de las Pirámides. No sé si los adeptos de la Atlántida residirían largo tiempo en la Europa occidental antes de comenzar a introducir su enseñanza entre el pueblo. Probablemente así ocurriría; pero sea de ello lo que quiera, lo cierto es que las piedras que ahora se elevan en Salisbury Plain fueron colocadas, en donde están, hacia el final de la sumersión del continente atlante, hace unos cien mil años. Entre los hechos que con ellas se relacionan, y que los mantenedores de la grotesca teoría de Fergusson tienen que pasar por alto, está el que se relaciona con el carácter geológico de las piedras empleadas. El recinto exterior y las piedras de los grandes trilitos son de una composición que parece indicar fueron extraídas de las canteras de las inmediaciones. Pero el recinto interno y el altar de piedra son de una formación totalmente diferente, y las piedras no pueden identificarse con ninguno de los estratos roquizos de esa parte de Inglaterra. Esta piedra sólo se encuentra en Cornualles, en Gales y en Irlanda, pero no más cerca. De modo que es cierto que los materiales del circulo interno fueron traídos de alguna de esas regiones. Los que razonan de modo tal que no se asombran ante ningún absurdo, pero en cambio se ofenden ante la suposición de que el conocimiento moderno no abarque todas las capacidades de la Naturaleza, pueden suponer complacientemente que los constructores de Stonehenge trajeron los macizos materiales en cuestión a través de muchos cientos de millas de terreno –cubierto entonces de selvas vírgenes–, 0 por mar (todo con objeto de conmemorar una batalla en Salisbury Plain), cuando en los alrededores hay piedra abundante tan buena y tan duradera.

La naturaleza de los materiales de Stonehenge es suficiente para ridiculizar la teoría que asigna la construcción al rey Arturo, aunque pudiera sostenerse ante otros ataques. En cambio, para templo místico, todo el que tiene una vislumbre de conocimiento oculto, se dará cuenta de que pueden haber existido consideraciones relativas a los sutiles atributos de las diferentes clases de piedra (que los ocultistas llaman su magnetismo) que podrían aconsejar el empleo de dos calidades diferentes.

El culto de los primitivos druidas, para dar ese nombre a los Maestros ocultos que se fijaron en Stonehenge, era grandioso y sencillo. Había procesiones, cánticos y ceremonias simbólicas relativas a acontecimientos astronómicos, especialmente a la salida del Sol en la mitad del verano, cuando grandes multitudes se reunían para contemplar cómo los rayos del Sol en el momento de su salida pasaban a través de una abertura opuesta al altar e iluminaban la piedra sagrada. En aquellos días no se ofrecían sacrificios impíos, y la única ceremonia externa de naturaleza sacrificial que tenía lugar, debía hacerse con una libación de leche que se vertía sobre la piedra. De acuerdo con el simbolismo de los primitivos ritos ocultos, se concedía una gran importancia a la serpiente como emblema de múltiple significado, y como los druidas adeptos podían fácilmente dominar a estas criaturas, una serpiente viva se llevaba para que se deslizara hasta la piedra del altar, en la ceremonia de la salida del Sol, y bebiera la leche. Hay algo de verdad, pero muchos conceptos erróneos, en las nociones corrientes respecto de lo que se ha llamado “Culto de la Serpiente”, de la antigüedad. La torpeza de los modernos estudiantes de religión para discernir entre el culto y el uso de símbolos, es la causa de graves errores, aun más importantes que los que se han mezclado con las interpretaciones vulgares del Culto de la Serpiente.

El principal druida de las ceremonias de Stonehenge, en los días del culto puro del principio, acostumbraba a marchar en algunas de las procesiones con una serpiente viva alrededor de su cuello. Más tarde, cuando la influencia de los adeptos desapareció –varios milenios después–, los degradados jefes de la decadencia druida la usaban por tradición en cuanto de ellas dependía el conservarla; pero por razones de prudencia llevaban una serpiente muerta, emblema más adecuado de lo que suponían, de la fe que representaban. Sus prácticas degeneraron más y más, hasta que un día la piedra del altar fue inundada no ya con leche, sino con sangre de víctimas humanas, siendo esta la única clase de religión druídica que registraron en sus escritos los historiadores romanos. ¿Cómo pudo ocurrir un cambio tan terrible? No se había evolucionado lo suficiente para que los primeros adeptos pudieran contar con una línea continua de sucesores. Llegó un momento, es presumible, en que sin duda los primeros adeptos dejaron de encarnar uno a uno entre aquel pueblo que no podían conducir por la senda del verdadero progreso espiritual. En Egipto, el injerto que habían intentado, prendió en el tronco en que se implantara. En las islas británicas, no; y así, mientras Egipto permaneció como centro de alta civilización hasta un periodo comparativamente reciente, y al par uno de los principales centros del adeptado de la quinta Raza-raíz, los habitantes de las islas británicas volvieron a la barbarie. Hasta algunos milenios antes de la conquista por Roma, permanecieron aun débilmente impregnados de las remotas tradiciones de su decadente civilización, y luego se hundieron en la condición más baja de degradación, anterior al comienzo de su moderno ciclo de progreso en el periodo histórico.

Esta rápida ojeada sobre un pasado –que será descrito más en detalle, sin duda, con el progreso de los tiempos, cuando el mundo aprenda a apreciar mejor las facultades internas del hombre–, tan ligera y general como la presente, solo he podido adquirirla por medio del paciente aprovechamiento de oportunidades de que he hecho uso a medida que se presentaban. Es posible que más tarde pueda ampliar algunos detalles; pero mientras eso no llegue, espero que las presentes ideas serán aceptadas como contributivas, en alguna medida, para mostrar cuan imperativamente necesario es tener en cuenta en nuestras mentes el origen atlante de todas las civilizaciones de nuestro tiempo, si hemos de llegar a algo que se aproxime a una interpretación correcta del. mundo antiguo.
A. P. Sinnett.
 (Tomado de “Transactions of the London Lodge”, Oxford Univ. Press. 2003)




[1] Como idea de la habilidad de los antiguos para manejar enormes moles de piedra, recuérdese la traslación a París del obelisco de la Plaza de la Concordia, procedente de Luksor (Egipto). Dicho obelisco es de granito, de un grueso medio de 2 metros, y de una longitud de 21,60 metros, con un volumen sencillo de 84 metros cúbicos y un peso de cerca de 230.000 kilogramos. El abatimient0 sencillo del obelisco en Luksor y su erección en Paris requirieron todo el talento de los ingenieros M. Lebas y Mimerel. Para el transporte hubo necesidad de construir un barco especial, Le Luksor.-N. del T.

2 comentarios:

  1. Primeramente quisiera suponer que este artículo es más una transcripción-traducción de algún tomo más minucioso.
    Segundamente éste es, tal vez, a la fecha la entrada con mayor carga esotérica que he leído. Y lo catalogo así no por un ánimo despectivo ni mucho menos. Durante algunos años, en especial en el último lapso de la adolescencia y al arranque de los veintes, tuve una fascinación por el ocultismo, que se disipó cuando las disciplinas se contradecían enormemente en cuestión de renglones...

    Sin embargo, más allá del espíritu morboso de lo esotérico y la duda que lo inexplicable —al menos desde la trinchera de lo pragmático— deja sin respuestas, es un hecho que la parte no escrita de la historia del hombre presenta muchas posibilidades, casi todas igualmente probables. Y si en últimas fechas se ha optado por una postura sobre otra es simplemente por una actitud cómoda que les remite enfocar sus esfuerzos y capacidades en el estudio de otro renglón histórico.
    La hipótesis de los ciclos de las civilizaciones, es colosalmente optimista, en vista del declive al que va la nuestra, y dentro de todo una posibilidad que valdría la pena rescatar. Después de todo, sería verdaderamente decepcionante que por más de cinco mil años como especie, no aportáramos más al mundo que la huella de un reggetonero a fin de mes.

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  2. Estaba asombrada con este artículo y a punto de felicitarte por excelente investigación cuando veo la nota al final, y creo que publicaste estima investigación de otro autor. Aún así no podemos negar que es muy interesante la relación entre la Atlántida, Egipto y Stonehenge. Como arquitecta le puedo encontrar soluciones a los procedimientos constructivos para poder soportar piedras tan pesadas. Me perdí un poco en la parte en la que habla de la Luz astral. Pero interesante texto.

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