Seven: los 7 pecados


Cómo hacer un buen thriller. 






Tenía un buen rato que no disfrutaba un viaje de emociones, misterio, sospecha y acción en la medida en que ésta obedece al género de "sigue las pistas que te conducirán al asesino". Lo he dicho ya en tres ocasiones, cuando hablé de Crimen y Castigo en mi tesina, cuando analicé la obra de corte "Ku Klux Klan" de Katzenbach y la única obra de suspenso de JK: el crimen nunca pasará de moda. Porque evidentemente interesa muchísimo al lector/espectador descubrir quién comete el crimen y por qué. Y dejando de lado las causas (que si está enfermo, que si está loco, que si fue por dinero, por venganza, etc.), es un género vivo, nutrido profundamente en sus raíces por el misterio, por esas migas que el director va dejando a lo largo de la trama y que, por consiguiente, su habilidad para narrar en bellas imágenes, cómo dos "no proclamados héroes" deciden atraparlo porque la ley es la ley.

David Fincher, al día de hoy un maestro del suspense y el crimen dramático (hay tipos de crimen, claro) nos entrega en 1995 el que puede ser un referente en el cine del crimen y el suspense psicológico, una poderosa carta que cuenta, por si no fuera suficiente, con los talentos combinados de Morgan Freeman y el entonces jovensísimo Brad Pitt. Podemos aducir que como calzador y en un intento de desarrollar a sus personajes, Fincher haya querido, con apoyo del guion de Kevin Walker, hacer de los protagonistas una casi desdibujada crítica generacional, en donde la forma de trabajar y de percibir el mundo siempre influye en la manera como recibes el efecto de tus acciones. Algo similar a lo que hace pocos años vimos en The Intern, donde las causas del azar obligan a dos personas aparentemente incompatibles a unir fuerzas para que, en el camino, aprendan a empatizar y finalmente llevarse bien. En esos casos, puede haber dos panoramas: o simpatía y un lazo determinado, o uno de ambos termina por perder los estribos y enfrentar consecuencias inesperadas.

Aquí Fincher opta por la segunda opción, y apoyado por un excepcional Kevin Spacey (habrá que seguir de cerca su multi-premiada serie House of Cards en NETFLIX), el director apunta a realizar una crítica social que, hoy día, hemos visto en infinidad de ocasiones, pero que probablemente en aquel entonces se acentuaba mucho simplemente porque la sociedad era otra, o al menos más "ligera". Y contexto o no, el crimen lleva pasión y este detalle Fincher no lo omite en su discurso, pero le agrega un aditivo interesante: todos somos villanos o con virtudes o con defectos, porque este mundo apesta y no hay de otra más que vivir en él. En contraste al resto del cuerpo que se relata, esta pequeña idea parece simplemente señalar que hasta el héroe es villano en sus peores momentos, o más aún: la vulnerabilidad nos agota, nos carcome y todos podemos ser presas de la desgracia. Ahí, Pitt está fenomenal, y matizado por un astuto Freeman, el relato brilla sin que nos detengamos a pensar qué más podemos pedir. Si hubiera una queja, la pondría en la manera climática del descubrimiento, que sola y sencillamente cuadra poco con el desarrollo emocional de la cinta, pues aun faltando crímenes, el villano aparece como si nada.

No sé si el final -con todo y su cruda revelación- habrán lo más idóneo para el tema que se aborda, pero pudieron enfatizar el misterio un poco más y seguro habría sido una cinta como pocas, pues aunque me gustó mucho, me da la impresión de que el director quiso quitarle fuerza por la gravedad visual de las escenas más gráficas que contiene el filme, que va acorde a la naturaleza de la premisa, pero no deja de ser un tanto sobrio en su resolución. Después de todo, son tres grandes actores que se juntaron para construir algo magnífico. Casi se logra.  

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