La Cura del Bienestar.


Encono a lo contemporáneo.



No vi esta película en cines. Leí opiniones muy ambivalentes al respecto. La Cura Siniestra (o La Cura del Bienestar, por su título original en inglés) está basada en La Montaña Mágica, la novela de Thomas Mann, misma que evidentemente no he leído por lo que mi juicio es imparcial y falto del conocimiento necesario para entrar completamente a la materia que aquí me ocupa. Hecha esa aclaración, me sumerjo en el análisis que me llevará o a tu odio ante mi falta de comprensión o a tu aceptación, al tratar yo de desenredar los conceptos que la cinta de Gore Verbinski plantea en la historia protagonizada por Dane Dehaan y Jason Isaacs

Dehaan interpreta a Lockhart, un joven ejecutivo de esos que hemos visto antes: adicto al trabajo, distante con su familia y sin tiempo para sí. Hasta que es llamado por los alto ejecutivos de la firma para la que trabaja, quienes le asignan recoger a un antiguo jefe a unas instalaciones en las que se extravió misteriosamente y en las que se esconde un secreto tan inesperado como psicodélico. 

Lo que parece ser una simple visita, rápida y exitosa, lentamente Verbinski la convierte en una meticulosa, misteriosa y tétrica búsqueda que en principio no interesa pero que, como todo en esta vida, demuestra tener más vínculo con los personajes y su entorno. Y esa búsqueda, matizada por un parco sentido de la moral secundado por el simple interés de buscar a su antiguo jefe, se desarrolla gracias a una serie de inconsistencias que Lockhart va encontrando en su camino al explorar ese misterioso instituto. Y es justo esa "búsqueda no pretendida" a la que Verbinski dota de un tratamiento que pendula entre el misterio, el terror y un desdibujado drama familiar entre Lockhart y su familia. Yo aplaudo que la cinta, con esfuerzos evidentes pese a su larga duración, no pierda completamente de vista la premisa tan interesante que busca abordar (siendo que, al final, apenas queda como introducción): buscamos maneras de "perdonarnos" a nosotros mismos de nuestros pecados más íntimos y lo hacemos culpando a la sociedad como la villana de la historia. 

En la parte práctica, Verbinski introduce su tesis en puntuales diálogos entre el inicio y el final, apostando por insuflar en la comprensión del espectador la idea que propone aquí en los talentos de sus protagonistas principales, entre quienes la cinta se sostiene bastante bien. En su inter, La Cura del Bienestar es casi La Isla Siniestra pero con mayores dosis de misterio y ciencia de por medio. Es un tono que se mantiene, pues el director siempre dejó claro, desde su impecable fotografía, que se trató de una película donde claramente algo sucede y que invariablemente se relaciona con sus personajes. No sabemos qué es, sólo sabemos que es siniestro y que nos afecta a todos. 

Así, a medida que Lockhart, caracterizado por su curiosa sensación de que algo no está bien, se sumerge más y más en los lóbregos rincones de la institución para descubrir, en efecto un terrible secreto. Que la cinta, para llegar a su conclusión, aborda tres narrativas, es un hecho. Por un lado tenemos el trasfondo del joven empresario, mismo que Verbinski únicamente nos presenta para vincularlo ambiguamente con lo que vemos en pantalla en su presente; situaciones en las que la convivencia familiar es sobria, distante, escasa emocionalmente, todo ello para dotar de humanismo a un personaje que desde el inicio se declaró contemporáneo en lo que a "vínculos sociales" se refiere. El segundo relato es la historia de la institución, que por excelencia tiene técnicamente más peso, y sin embargo se muestra a partes, fragmentada y con las dosis de misterio y tensión necesarias, apoyada por una música encomiable y una fotografía tan nítida como la que vi en El Gran Gatsby (Dir. Luhrman, 2013). Y está la última historia, que al final cobra sentido y vida, pero de un modo inesperado y un tanto en correspondencia con lo que Verbinski tenía guardado: la historia de los responsables de la clínica hospitalaria. 

Es innegable: la cinta aborda la premisa y atmósfera que hemos visto en otras cintas donde personaje A llega a X lugar y los residentes del área, al principio amables y herméticos, terminan siendo los villanos por razones especiales y es cuando A corre por su vida. Encontramos esto aquí, sin embargo, es la gama de simbolismos de vida, muerte, frustración, odio a nuestras pesadillas y negación u ocultación constante de lo que sentimos que La Cura del Bienestar se separa de otras películas del género. Durante el metraje Verbinski nos arroja incansables y semióticas imágenes donde entran en juego el subconsciente y la realidad misma: amen de las anguilas en un estanque de agua, una piscina verde o toda ea tergiversación mística del agua, donde en lugar de verse como algo puro, adquiere todo sentido opuesto. Y de la mano de Isaacs como el Dr. Volmer, la sensación de un mal inesperado e inefable es palmario a cada segundo que la cinta pasa. Es una clase de lectura semiótica que hemos visto en otras cintas, como la primera versión de Las diabólicas, donde los valores de vida y muerte son empleados de forma muy precisa y soportados por un thriller; aquí Verbinski, aunque juega con el suspense en la mayoría de las imágenes, al final es una cinta de horror que pretende (¿o pretendía?) hacernos críticos ante la idea del "pecado" social, ante el concepto de cómo la sociedad ofrece pocas soluciones a nuestro entorno, cuando algunas consecuencias provienen de las propias decisiones, o como se dice en términos bíblicos, "nos debemos alejar de la impureza del exterior".

¿Logra Verbinski comunicar esta idea crítica? Apenas y lo logra. El detalle, además de la duración, está en que debió condensar las subtramas que componen el cuerpo general del relato para no digresar tanto en su análisis social e individual, logrando que, independientemente de que La Cura del Bienestar es un estupendo banquete visual, pudiera haber sido un banquete narrativo también. 

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