La última vez hablamos del lenguaje como posible referencia con la realidad y, dado el caso, lo veíamos como compleja estructura que dice más de lo se puede creer sobre el entorno y, de paso, las ciencias naturales. Decíamos que la "determinación conceptual del lenguaje" yace en la integración/definición de elementos externos, pues como tal, el lenguaje es cambiante. Porque, si el lenguaje es nuestro vínculo principal con el exterior, con lo que entendemos por mundo, entonces hablaremos un sistema cuyo andamiaje es siempre relativo al entorno al que buscamos encauzarlo o, en su defecto, entenderlo.
Entonces, este panorama nos conduce ahora al dilema convergente: ¿Qué diferencia hay entre lenguaje preposicional y lenguaje emotivo? Esta dicotomía representa la frontera, simbólica en el mejor de los casos, entre el mundo humano y el animal. Al respecto Koehler se pronuncia, pues juzga pertinente pensar que el lenguaje es algo trascendental al mundo animal. Quizá desde el punto de vista racional, o preposicional -como aquí lo manejamos-, pero el lenguaje emotivo, probablemente, no podría estar más cerca del mundo animal que ahora.
Y es que si el lenguaje es, en su concepción más básica, un sistema de comunicación, como lo veíamos previamente con Quine, todo intento de transmitir un mensaje es, a niveles socio-culturales diversos, lenguaje. Es verdad que a este característico elemento cultural se le ha endosado mucho de matices humanos, al grado de que su evolución es constante y completamente impredecible. No obstante, las raíces del lenguaje apuntan a una unificación originaria en la que toda especie presente se ve unida por este elemento.
El oportuno análisis lógico que le aplicamos al lenguaje, a partir de esta perspectiva de la limitación que le vemos -erróneamente- al mundo animal, nos lleva a pensar que siempre ha habido (ignoramos por cuánto tiempo) un factor importantísimo: la evolución darwiniana. La diferencia entre signo y símbolo son cruciales, el conductismo en los animales o, incluso, los famosos experimentos de Pávlov son ejemplos claros de que en el mundo animal hay evidentes signos de lenguaje. Que sea diferente o se escape a nuestras construciones teóricas, es una cosa, pero recusarlo, algo pernicioso.
Podemos clasificar el asunto de qué tipo de lenguaje maneja el mundo animal de la siguiente manera: las señales pueden ser "operadores" y los símbolos <designadores>. Las señales pueden tener matices sencillos culturales, porque se apoyan de la mímica básica que todo ser humano posee, y ¿qué nos nos dice que los animales se guíen de algo similar?
Si hay lenguaje, ¿podemos hablar de inteligencia?
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