Dunkerque.


La guerra simbólica.



¡Christopher Nolan está de vuelta! Y aunque celebro su retorno, sí admito que en Dunkerque (Dunkirk) estuve ante una cinta de distinta tonalidad a lo acostumbrado. Entrega seriedad, realismo y compromiso en su sobrio relato ubicado en la Segunda Guerra Mundial, pero nada más. Uno de los directores de las grandes películas del nuevo milenio decidió ahora centrar sus esfuerzos y "deseos narrativos" en mostrarnos lo que 400,000 soldados tuvieron que hacer para sobrevivir en la costa francesa de Dunkerque.

A diferencia de otras cintas del género donde se apuesta por endulzar lo dramático con patriotismo, personajes entrañables/odiables y un tono demasiado encima de la historia, aquí Nolan sencillamente muestra su versión de los hechos cuando Alemania ganaba la Guerra en Europa. Es un trabajo efectista y eficiente, con un formidable manejo de la cámara que nos permite sentir, muy en compañía de esa tétrica música que nos hiela la vena, lo que los "personajes" sienten/experimentan sin que realmente los conozcamos. Y a pesar de que este fue uno de los elementos más comentados en varios sitios y concuerdo en que la cinta peca en su plano emocional, al final estoy ante un trabajo serio, contundente y absorbente.

Serio porque Nolan, nunca JAMÁS pierde el rumbo, la narrativa o su particular estilo detrás de cámaras. Contamos con la presencia de sus actores de cajón: Cillian Murphy, Tom Hardy y la inclusión -que ha llamado la atención- de Harry Styles, faltando claro está Michael Caine por primera vez. Es una película seria porque no pierde el tiempo, ni la crudeza; tenemos tres panoramas a seguir en la película: soldados en tierra, en el mar y aviones bombardeando. Tenemos tensión asegurada, drama realista, posibilidades surgiendo a cada segundo, probabilidades recortándose y riesgos que tomar. Ayuda un poco que por momentos Nolan nos regrese al momento previo de algunas situaciones que los personajes viven, sólo para entender por qué quedaron en sus posiciones actuales. Así, con esos tres panoramas es que su guion se desenvuelve, siendo la parte de los aviones la más sobria y aterradora simultáneamente.

Es un trabajo contundente porque logra absorbernos totalmente a pesar de no existir vínculo concreto con los personajes en pantalla; no hay un drama común, sino que es un drama realista que nos permite colocarnos al lado de estos personajes únicamente por los motivos que los reúnen en sus distintos puntos en la guerra: sea para huir (miedo), sea para pelear (valor) o bien para interponerse entre el arma y la víctima (sacrificio). Y esto es lo que, si nos colocamos dentro del discurso, resulta en un trabajo absorbente: si la guerra puede tomarse como una lucha de ideales o propósitos, introducir estos conceptos puede resultar potencialmente aturdidor.

El miedo en la guerra conduce a las locuras, a actos ímprobos que usualmente no consentiríamos estando en nuestros cabales ni fuera de nosotros mismos. Por ello, esa lectura simbólica que se le adjudica a Dunkirk puede sonar en contrapeso a su tesis principal: la esperanza de sobrevivencia gracias al esfuerzo de unos pocos. La minoría como lo definitivo frente a la mayoría. Conclusión a la que Nolan le insufla su música, que no hace mal pero tampoco sentí que sea la gran maravilla; la música funcionó durante el desarrollo, al final no tuvo ese impacto esperado.

Pero volvamos a la conceptualización de lo bélico. En la guerra, invariablemente se juega con la vida y la muerte, los valores por excelencia. Y si le introducimos sacrificio, adquiere condición humana, dimensión, porque expandes la balanza, el campo de acción; si a eso le agregas valor -aún más-, las consecuencias y beneficios aumentan y las probabilidades se reestructuran, que la película muestra con excepcional manejo de la tensión porque hace eso: conjugar con maestría el sacrificio y el miedo, que SIEMPRE estarán presentes en la guerra. Añádele a la ecuación esa idea de que la muerte no es el fin y tienes una cinta que se acerca peligrosamente al sentido patriótico que menciono arriba, pero por el que no se cruza astutamente simplemente porque, de nueva cuenta, la cinta es prácticamente un relato "mudo" sobre algo que ocurrió. No hay tiempo más que el necesario para echar a la mesa los valores ya dictados y ver qué sale de esa curiosa mezcla.

En lo personal aplaudo el hecho de que lo conciso de los diálogos y la claridad narrativa de las secuencias conserven el estilo particular de uno de mis directores actuales favoritos. Recuerdo una entrevista donde expresaba que su obsesión temática es "el juego de los sentidos ante la realidad", y dado que uno de sus predominantes en su filmografía es el tiempo, tiene todo sentido del mundo la propuesta bélica que nos regala. Porque, a veces, aunque me pese reconocerlo, no hace tanta falta "dimensionalizar" literaria o ficticiamente una película, conocer a los personajes y sentir que hacemos ese viaje emocional con el/la protagonista, sino que únicamente debemos contemplar lo que pasó y maravillarnos por la gracia con que lo hacen. Nolan no quiso meterle la emoción a su relato, ni modo. 

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