Tenemos que hablar de Kevin. La pesadilla de las Mamás.



Escalofriante, intimidante, seductora, atroz y con mucho qué pensar. Así es como defino Tenemos que hablar de Kevin, cinta dirigida por Lynne Ramsay, una película enfocada en la psicológicamente destructiva relación entre una mamá y su hijo. Tilda Swinton (a quien recuerdo de cintas como la primera entrega de Narnia: el león, la bruja y el ropero y Doctor Strange) entrega aquí una sublime actuación como una mamá que constantemente reniega su naturaleza progenitora y que, al hacerlo, afronta las consecuencias del rechazo de su hijo por su estado emocional. A la par, Ezra Miller (Las ventajas de ser invisible o Animales Fantásticos) desencadena una emocionante travesía emocional de evidente y visceral corte oscuro en cada mirada, gesto y acción, como el hijo pasivo agresivo que, por más que la mamá intenta ayudarlo, éste la evade más y más. 

Lo más destacable de esta cinta es su relato intra-familiar y segmentado. Por un lado tenemos la historia de la mamá y el hijo rebelde; por el otro la historia del papá ingenuo que cree que todo está en orden, hasta que la realidad le estalla en la cara, arrasando con todo lo que conoce. Tilda es transparente, y apoyada por un diseño de producción preocupado por darle un trasfondo emocional, ofrece exquisitas metáforas (la pared roja, los mapas rayados, la pañal sucio, la hermana menor, el reloj digital...) que ayudan a exteriorizar su mundo, sus sentimientos, emociones y lo que está por hacer. Nunca la cinta es predecible, pero es loable que conserve una lógica interna sin dejar al espectador con un pizca de duda. La actriz construye un personaje eficiente, pulido, púdico e impresionante. Jamás se percibe sobre-actuada; es sutil en la muestra del dolor, del arrepentimiento, imponente en la expresión de sus sentimientos y paralizante en las confrontaciones con su hijo. 

La película, narrativamente, es casi perfecta. Muestra enredos visuales en su primer acto, en lo que algunos llaman "saltos temporales" entre pasado y presente; desubica un poco. Aunque Ezra Miller es asombroso y sumamente efectivo, sus contra-partes Rock Duer y Jasper Newell como las distintas representaciones de un Kevin infantil y juvenil, respectivamente, son atemorizantes. Captan la cámara, el control de Eva (Swinton) y la atención del espectador. Y cuando arrojan esa sonrisa cómplice y malévola, sabes que el entorno se presta a su favor, que la situación, no importa cómo o por qué, la dominan ellos. 

No importa el bien que intente hacer Eva, Kevin sabe manipularlo y transformarlo retorcidamente en culpabilidad. Y sí, la pregunta sobre la que gira toda la película bien podría ser: ¿Hasta qué punto la Mamá es culpable de tal forma que su hijo es sólo la manifestación de lo que ella realmente es por dentro? Una Mamá que no busca serlo y un hijo que, desde bebé, percibe ese rechazo y la hace pagar por ello. Dicho así, cualquier intento de compensación de la mamá es inútil, infructuoso, innecesario. El daño está hecho, ¿hay alguna lejana posibilidad de corregirlo? La película deja abierta la interrogante. 

Y mientras la maldad humana encarnada en Kevin parece no tener límites, Eva lucha su propia pelea interna, tratando de sentirse bien sin conseguirlo, con un esposo trabajando y que, a pesar de aparecer poco en pantalla, también es alcanzado por las consecuencias de su entorno. Y ni qué decir de la pobre hermana...

Ezra Miller lo demuestra. Una simple mirada de odio gustoso es todo para paralizar a cualquiera. Y, no me retracto, tiene un aire a Robert Pattinson impresionante. En varias escenas, sobre todo por el manejo de la cámara, me lo recordó mucho. Con esa expresión de molestia reprimida que eventualmente explota. 


Así, encontramos en esta cinta una maravillosa fábula sobre la violencia desde su construcción emocional, siempre latente pero existente. No la vemos, pero ahí está. Con Tilda interpretando a una mujer desequilibrada y con problemas (fíjate en la escena de las pastillas al inicio, ¡qué manera tiene Ramsay de contar las cosas!), sólo acarrea consecuencias más intensas aún. 



¿Puede haber naturalezas inmutables? ¿Personas aviesas? ¿Situaciones en las que, por más que tratamos de hacer lo correcto, algo no sale bien? Alguna vez me planteé que la bondad y maldad son relativas. No naces ni con una ni con la otra; cuál seguir es elección personal, pero si la vida es gris, es aceptable pensar que cada situación nos orilla continuamente a una u otra. Somos ambas. Tenemos ambas, y eso es humanidad. Kevin pudo corregirse, pero encontró placer en el sufrimiento ajeno, en compartir esa oscuridad que lo caracterizó y definió desde pequeño; una alegoría de los males de su mamá, que no supo afrontar aquello en lo que terminó convirtiéndose. 


Una cinta muy intensa, con lecturas cromáticas interesantes y una psicología fina expresada en impecables diálogos cargados de una emoción impactante, escalofriante que sólo saca a relucir lo mejor de dos grandes actores.

Por momentos confusa en sus saltos cronológicos, pero con un final que despeja toda duda y reúne la fuerza narrativa que cosecha en sus dos primeros actores. Impresionante.

1 comentario:

  1. La maldad puede ser innata.

    Adaptación de la novela homónima de Lionel Shriver. "We need to talk about Kevin" en los primeros minutos te engancha desde el principio. Existen personas que pueden ser malas por naturaleza o, al menos, estar trastornadas desde su nacimiento.

    Al presentar una maldad innata "Tenemos que hablar de Kevin", nos recuerda que en la sociedad podremos encontrar al más obscuro y malévolo ser cuyo propósito es lastimar por placer, es una excelente cinta de terror psicológico.

    Firma: Televisando SQ

    ResponderBorrar