The Boy II


 




Brahms: The Boy es la secuela entretenida que 

explora un poco más a los personajes.






Por EdSQ

La primera parte fue una cinta con mucho esfuerzo y un resultado entorpecido por aspectos técnicos pese a que la historia estaba dentro del promedio, o apenas por encima, fue disfrutable y con un par de giros. Esta secuela me recuerdas las veces que las en que las segundas partes tienen la oportunidad de explorar vertientes narrativas no vistas en las propuestas iniciales, ya sea por falta de tiempo, por prisa o porque el interés del guion es otro. Con El niño 2: La maldición de Brahms, estoy ante una de esas raras ocasiones en que el guion ya puede enfocarse en uno o más personajes sin perder su brújula porque, de nuevo, el terror ya le es “familiar” a la audiencia: para conocerlo está la cinta predecesora. Entonces, ¿cómo presentarlo ahora? ¿Cómo servir de conflicto natural y orgánico cuando supuestamente el “mal” fue vencido previamente?


El Niño 2 me presenta a la nueva familia protagónica compuesta por Liza, Sean y Jude, a quienes no conozco ni aunque salgan a cuadro, pero un atentado al momento me hace entender su necesidad "a ojos del guion" y por lo que terminan entrando en contacto con el personaje titular. Hasta la secuencia inicial todo va bien gracias, ligeros guiños de terror y allá como podría esperar. Entonces, surge el incidente que los traumatiza  y que les transforma la vida. Deseosos de volver a la normalidad, se mudan a una mansión en Heelshire para olvidar lo ocurrido y recuperarse, pero en su camino a la misteriosa e intrigante residencia Jude (el hijo) se encuentra en el bosque camino al establecimiento a un estrafalario muñeco abandonado. Se lo lleva a casa y bueno… ya puedo adivinar qué sigue.


A pesar de repetir la trama, la cinta goza del acierto que supone explorar psicológicamente otras vertientes sobre los eventos de este “terror particular” sin repetir los giros de tuerca de la cinta anterior, pero cayendo en otros un poco “vacíos” que recurren irrevocablemente en secretos trillados para otorgar dimensión psico-histórica a lo que veo y no hacen más que “rellenar” inútilmente lo que el guion me está contando. Tiene efectos esperados y hasta un par de escenas cómicas (apoyadas en la veterana actriz Katie Holmes) que sirven para aligerar la atmósfera de miedo que exuda esta secuela. 


¿Que si le sobra o falta metraje? En realidad, yo diría que le sobran diálogos y falta mejor ejecución a ratos, pues la cinta recurre al clásico machismo juvenil visto en otras películas sin el cual no habría consecuencias dramáticas que refuerzan la “ceguera” de los adultos ante cosas que los niños perciben y aceptan con facilidad. Eso sí: dudas no hay de que el muñeco sigue siendo capaz de producir escalofríos y su “terrorífico poder” (ahora expresado distintamente a la entrega pasada) goza de protagonismo en un par de escenas. En realidad, sus “efectos” en la pareja de padres es lo que más protagonismo tiene al cuestionarles su realidad y hacerles ver, a cuentagotas, su verdadero poder. En ese sentido, Holmes actúa impecablemente; transmite ese miedo subconsciente, esa sensación de “¡Esto no puede estar pasando! No es lógico” que resulta constante. 


Quizás el personaje que está más como relleno sea Sean (Owain Yeoman), el esposo y el más “alejado” de los eventos centrales. Fuera de eso, da gusto ver nuevamente a Ralph Ineson como Joseph (La Bruja) y pues no hace falta enunciar los demás elementos trillados, porque para eso están: para repetir. No es mala cinta, ya esperaba verla, pero aporta poco. Entretiene, eso sí. ¡Gracias 2021! 

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