Una aventura absorbente, polémica, introspectiva, con algo que decir... pero también con algo que eliminar.
Por EdSQ
Oppenheimer me parece una combinación entre cine de autor (la visión de Nolan siempre presente
es una característica fuerte en su filmografía), guía histórica basada en una autobiografía
(película basada en un libro) y una propuesta que reúne la brillante sutileza
narrativa del director británico Christopher Nolan con la noción del hecho histórico, uno que en este caso influyó profundamente en la humanidad. Dentro del esquema histórico,
la película sigue dos narrativas claramente divididas por la mitad, cuando el
evento titular ocurre. Entre el primer acto y el tercero, me encontré con una
película que retrata más la línea subjetiva que la objetiva conforme el metraje
iba avanzando. Entonces, dicho así, Oppenheimer es percepción sobre percepción, todo combinado a una narrativa dinámica, personajes que avanzan la trama con una dosis de misterio, singularidad y al centro un hombre que será recordado, no importa la moralidad en turno.
En virtud de lo ya dicho,
la primera mitad de la película narra el conjunto de eventos que llevaron a Oppenheimer
a teorizar —y construir— la famosa bomba titular, no exento de obstáculos y
apoyos en su camino (fans y detractores por igual). En este sentido, la narrativa sí es rápida a beneficio del
espectador gracias a que el guion de Nolan está construido con aderezados flashbacks
que van agilizando la historia (gracias edición) rumbo al evento magno que como
espectador estoy aguardando impacientemente: la bomba estallar —más que nada
porque es bien sabido que Nolan no recurrió a efectos especiales, entonces me
quedaba la duda ¿cómo luciría la bomba al estallar?—, y sí, es lo primero que
mantiene la curiosidad, pues efectivamente la mayoría de los personajes que
aparecen están sirviendo al progreso narrativo (con algunas claras excepciones).
No
es fácil hablar de una película hecha por Nolan. Nunca lo es. La complejidad de
su filmografía es interesante, absorbente y, por supuesto, no tan fácil de digerir. El interés del cineasta siempre ha sido el juego de los sentidos con lo que entendemos por realidad. Entonces, tomando esta premisa como inspiración a sus historias fílmicas, encuentro una peculiaridad en la forma como construye los ángulos de cámara, los planos cortos, los diálogos. Todo invita al cuestionamiento. Todo el conjunto es
siempre una obra de arte con múltiples lecturas, eso lo sé, pero en este caso
los esperados giros y el aire de misterio que usualmente rodea a sus películas
se ausentan aquí, llevando a Oppenheimer a poseer otra características, más por necesidad de la historia, que por capricho estilista: hay un
camino a seguir. Una pauta. Una “receta”, y aquí es donde estimo que Nolan hace
de este viaje uno bellamente imperfecto, pues incluso con su inmensa y grandiosa
creatividad no le queda más remedio que seguir un camino ya creado y abstenerse de
narrar por dentro del margen de una cinta histórica (punto y aparte que la figura histórica en turno lo haya cautivado por mucho tiempo), no evitando entonces el caer
en un lugar común en su segunda mitad: el enfoque político alrededor de los “grandes
poderes” cuestionando al personaje titular por su hallazgo/creación.
Primero el protagonista va en ascenso, batallando por hacerse un nombre, por encontrar esa verdad y ya que lo consigue, está el peso moral sobre su logro. No en vano Einstein le dice “Ahora te toca lidiar con las consecuencias de tu logro” y sí, pero para darle un matiz a este contexto, Nolan coloca en Robert Downey Jr. (quien a ratos no escapa a los manierismos y gestos de su legendario Tony Stark —y tampoco es sorprendente, interpretó al personaje toda una década…—) para materializar al antagonista (que no villano, hay diferencia) de Oppenheimer: Strauss. Y es aquí, en el epílogo de su tercer acto, en que todas las piezas se juntan y las verdades ocurren (qué gran desempeño emocional de Downey Jr.), mostrando todo el peso dramático, las acciones morales y las motivaciones ocultas del antagonista en torno a su relación con el mundo científico apartir, no de un hecho, sino de una hipótesis emocional producto de la reputación.
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