La
nueva entrega de Avatar ofrece una espectacularidad visual sin precedentes,
aunada a diversas fábulas que enriquecen el relato, pero abre muchas narrativas,
dejando abiertas las posibilidades...
Lejano parece ya el año 2009, un momento que fue parte-aguas en el cine, con muchas propuestas y posibilidades que abrían camino. Cuando la primera cinta de Avatar se estrenó en el cine, yo estaba cursando el tercer semestre de Filosofía, y recuerdo bien cómo la maestra en una clase, invirtió al menos veinte minutos en despotricar contra la cinta dirigida por Cameron. Ya después, cuando vi la película, aunque entendí su visión, no la compartí. Y es que Avatar tiene muchas aristas desde las cuales ser “evaluada”; muchas lecturas que sacarle y con la certeza de no dejar indiferente a nadie. Esta secuela… sí y no, recorre un camino similar.
El camino del Agua retoma varios elementos de la primera entrega (explotación de recursos, invasión humana, violencia, tráfico de especies, amor, energía, universo, venganza, crecimiento, descubrimiento humano) y añade sobre la base ya construida el argumento de esta segunda aventura: el villano de la primera parte, convertido ahora en un Avatar, regresa para cobrar venganza, forzando al protagonista a buscar refugio en otras “zonas” de su nuevo mundo, su nuevo hogar: Pandora.
Es por esto que puedo decir lo siguiente: las tres horas no se sienten, la edición y el guion trabajado durante 13 años permite alternar las secuencias y subtramas de tal forma que como espectadores ABSORBEMOS todo lo que Cameron nos cuenta sin sentir el producto final como un exceso en cualquier sentido. Al contrario, conectamos con casi todos los personajes presentados en pantalla, ya sea por el diálogo y la circunstancia que viven, pero es claro que mientras vemos la humanidad de Sully ser puesta a prueba, conocemos a nuevos personajes y a través del villano conectamos con su humanidad.
Hay, por supuesto, muchos apuntes que sacarle a la película (filosóficos, teológicos, humanitarios, espirituales) y que permitirán que la película trascienda las generaciones, convirtiéndose en un concepto mítico e icónico, uno que no deja indiferente a nadie (gracia y talento de su realizador. Si algo podría tachársele a esta entrega es que, como dice el dicho “el que mucho abarca, poco aprieta”, el guion exhibe TANTO en sus tres horas y doce minutos, que algunos elementos (escenas, personajes, ideas) terminan desperdiciándose o quedándose en el olvido en virtud de continuar la narrativa general. Solamente la promesa de las futuras entregas contribuye a un condescendiente perdón sobre lo que “queda por contar”, mientras Jake Sully se conecta al amor universal de Pandora y su familia, lo más importante, hoy y siempre.
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