El Silencio de la Ciudad Blanca es ejemplo de cómo un viaje de suspense emocionante puede caer un poco debido a su atmósfera.
Hay algo verdaderamente atractivo en el género del crimen. Ya lo
había explorado en mi tesina y la autora Agatha Christie me lo
confirmó. La idea de un crimen, una fechoría que debe ser ajusticiada y
descubrir por qué pasó es —como entretenimiento televisivo— un pasatiempo que
jamás pasará de moda. No en vano hay infinidad de series, libros e incluso
disciplinas científicas dedicadas al estudio del crimen. Ahora
bien que para construir una historia de crimen es preciso incluir determinados
elementos que combinen para crear un producto eficiente, destacado y llamativo.
Porque ofertas… hay muchas. Entonces, la creatividad juega un papel decisivo en
este sentido.
El Silencio de la Ciudad Blanca es el tipo de thriller
criminal que ofrece un antagonista con motivos no endebles, sino confusos. Situado en España, estoy ante un guion que me habla de una agencia de detectives que enfrenta con
una ola de crímenes cuyo punto en común son la edad de las victímas y su aparente/constante repetición en siglos anteriores. Daniel Calparsoro dirige una historia que protagonizan Javier Rey como
Unai López, Belén Rueda como Alba Díaz, siendo ellos los detectives encargados de resolver el misterioso caso y Manolo Solo como Mario
Santos, el villano. Si algo me llevo de
la cinta es que desde temprano me avisa quién es el villano, creando suspenso a
partir de su interacción con los buenos sin que estos sepan quién es el villano. Este conocimiento que, como espectador poseo, es una brillante herramienta de suspenso e incredulidad para que la historia avance de maneras sorprendentes, porque ¿qué mejor que yo sepa quién es el agresor antes que los buenos? Esto, lamentablemente, es resuelto de una forma poco efectiva cuando llega el momento de la verdad.
Así, en una jugarreta que manipula mis emociones y aumenta mis
ansías de justicia gracias a la ceguera de los buenos, El Silencio de la
Ciudad Blanca logra soportar un buen misterio, una tensión que a ratos se
diluye por la inclusión de un trasfondo
que rompe UNA vez con el ritmo de la narrativa para insertar CASI con calzador la historia del villano sin revelarlo como tal, pero que resulta URGENTE y orgánico para el desarrollo de los acontecimientos. De lo contrario, sería como si el villano surgiera de la nada. Conforme avanza la
historia, Calparsoro me deja varias piezas para acomodarlas, generándome más confusión que
claridad una vez que llegó al punto en que el villano se reconoce como tal con
los detectives.
Hay momentos en que sufro por los personajes, sí. Incluso los
unidimensionales me generan empatía, simple y sencillamente porque el miedo a
la muerte es algo identificable para cualquiera, y aquí la manera en que Calparsoro
cambia, juega y quita piezas es… adecuado, pero tampoco es el gran misterio. Digo,
tu servidor entra a ver la película sin estar condicionado por la trayectoria
de los involucrados, entro por gusto y a pasarla bien, pero si quiero detenerme
un poco más en los componentes lógicos de la película, me parece un poco
inverosímil que una detective flaquee en su instinto de captura, percepción y
habilidad para leer a los demás y no se dé cuenta de que su marido no es quien
ella cree. Ya viví un giro de tuerca similar en Línea de Emergencia con Halle
Berry y aunque dicha película me gustó, no pasó de ser un mero divertimento.
No encuentro motivos para establecer una directa comparación entre
ambas cintas porque solamente comparten género, pero encuentro un gusto en
ambas por lo meticuloso de las concepciones creativas ocultas tras el producto
final, no hay aquí mayor pecado que los elementos previstos incluso antes de
ser mencionados a cuadro, pero El Silencio de la Ciudad Blanca, si bien
no es un mal producto en su totalidad, tampoco es el mejor, pero sí cumple con
lo necesario para ofrecerme tensión, personajes arrepentidos, llevados a un límite
emocional y las ganas de hacer lo que sea por salvar el día, aun si eso representa
saltarse los márgenes de la ley.
Por lo demás, una cinta entretenida, llamativa en su primera
mitad, pero diluida en su clímax, restándole fuerza.
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