En la categoría fílmica de dramas sociales, políticos o personales aparece No sin ella (Freeheld, Dir. Stollet, 2016), que tiene por protagonistas a Julian Moore y la siempre encantadora Ellen Page sobre una pareja que eventualmente se ve inmersa en la lucha por la igualdad cuando el estado les niega la pensión ante la inminente muerte de una de ellas. Recuerdo haber visto los avances en el cine, y aunque me llamó la atención por el tratamiento del tema (la igualdad de sexos), no tuve la oportunidad de verla.
Aquí se aborda el conflicto por la equidad, dando breves desviaciones en torno al matrimonio gay de la mano de Steve Carrell como un judío gay que se empecina en obtener dicha igualdad tanto para sí mismo como para su novia y la de Laurel (Moore). La historia de una hora y cuarenta minutos avanza lenta, un poco floja, incluso cuando la química entre el elenco principal es palpable no se percibe intenso sino hasta pasada la mitad del metraje.
Como en Moonlight, se presenta el tema de la homosexualidad, pero lejos de repetir el tono de aceptación e instrospección, Ron Nyswaner y Peter Stollet dirigen su mirada a los eventos que en la vida real dieron origen a los sucesos que vemos en pantalla: el reconocimiento social sobre la sexualidad y el estilo de vida de cada persona cimentado en la igualdad de género. La lucha por esa igualdad, la confrontación de los ideales y, de pasada, una crítica bastante somera si se me permite la opinión, sobre la controversia moderna de seguir o no los ideales.
Solamente en los instantes de tensión o contrapunto aparecen las ideas religiosas y políticas, de conveniencia o status que habrán de ser los "antagonistas" a impedir que los principales obtengan lo que buscan. Morre y Page son buenas, su química, de inicio floja, paulatinamente avance en su faceta emocional y la credibilidad que destilan es total. Y a excepción de los pocos retazos de sus vidas personales antes de juntarse, que dicen poco de quiénes son, no tengo queja en su desempeño. Es un gusto ver a Moore versatilizando su capacidad, su talento ante la cámara, y pues con Ellen Page, de quien soy un admirador promedio, simplemente paralizante en sus miradas; como un escudo hermético ante los golpes de la vida, como lo refleja su personaje.
Michael Shannon comparte créditos secundarios tirándole a lo principal. Aunque el tema central aquí es la relación de las actrices en sus personajes, Shannon realiza un buen trabajo. Incluso con su mirada de hombre irritado convence; es comprometido y se exime automáticamente de cualquier atisbo de duda que el espectador pudiera tener sobre su capacidad histriónica. Una buena historia, muy ligera, pero crucial en su objetivo: abrir los ojos a la diversidad.
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