Después de una primera y una segunda temporada, la tercera de Black Mirror sin duda lleva las cosas a otro nivel. No solamente hablamos de un cuidado técnico y una prudente selección de personajes para expandir las críticas sobre el uso de la tecnología, sino también de la correcta utilización de metáforas que reflejan el frágil mundo en que vivimos.
Mientras que un capítulo se centró exquisitamente en las consecuencias de sumergirse profundamente en las redes sociales, universo donde dependes completamente de la popularidad, de las circunstancia ajena y, por consiguiente, de lo que digan, de ti, otros estuvieron encaminados a demostrar lo peligrosos que pueden ser los mundos digitales, y muy a la Inception, pues retomar la advertencia de que combinar fantasía con realidad no es nada saludable.
Quizá lo más importante que subraya esta tercera temporada es, además de la fragilidad, la manipulación y la ingenuidad que nos rodea al momento de exponernos. Como ejemplo de ello está el episodio tres. Muy original es el cuarto episodio, el de las lesbianas, llevando el concepto de "somos jóvenes sólo una vez" a niveles insospechados y, eso sí, muy originales. Daría la impresión de que Nolan inspiró varios conceptos que dan forma y excusa a los argumentos plasmados aquí; alejado de esto está el último capítulo, que más tiene tono de espionaje y asesinato, ligeramente apartado de la crítica tecnología, o al menos no del mismo matiz del que gozan los demás episodios.
Lo segundo más importante es que Black Mirror: temporada 3 continúa su racha, y a pesar de caracterizarse por ser una serie de pocos epísodios, basta la duración individual para percatarse de que los productores, guionistas y directores se pensaron mucho cómo abordar sus ideas en esta nueva entrega. Si simplemente el episodio principal nos grita mucho la falsedad que tenemos como sociedad, rodeados de mentiras, hipocresía, falsas impresiones y una personalidad que es completamente invisible, el tercero enfatiza los peligros de no saber usar la tecnología, aun si es nuestra culpa como si no. La ingenuidad tiene precio, y a veces el aparentemente "mayor de los males" puede ser el menos peor.
Caso opuesto es el de penúltimo capítulo, que se antoja como una réplica de La última ola (Dir. Blakeson, 2016) donde el enemigo resulta ser aliado y el gobierno ha desarrollado un programa de manipulación neural para "persuadir" a los soldados de matar otra clase de seres monstruosos. Al elenco se une Michael Kelly, que ya has visto en otros filmes. El actor da vida al psicólogo de una manera muy ligera, pero aceptable.
Finalmente podemos decir que Black Mirror vale la pena en cada uno de sus momentos, por crítica, por tonalidad y matiz. Si bien le sube la densidad, no deja de ser vital apreciar su mensaje y, más que alejarnos de la tecnología, valorar lo que somos como humanidad, como personas y no dejarnos "suplantar". Está en nosotros. Así de simple.
Aquí inicia la intervención de Netflix al Rescate, renovando la serie del Channel 4, extendiendo el panorama a otros lares que incluye el recinto americano, cosa que ya de entrada le resta fuerza. Mientras la postura británica tiende a la crítica ácida, sin quitar el dedo del renglón y escarba en los porqués sin importar lo negativo que pueda resultar, el estilo estadounidense rehuye al tono sombrío y se estanca cómodamente en lo digerible. Esto se siente desde el primer capítulo.
ResponderBorrarNosedive: Las redes sociales nos ponen en el reflector y la interacción con éstas a nivel mundano puede herir el tejido social, culminando en una cacería de brujas cibernética en donde el clasismo digital se vuelve el día a día. La sociedad estadounidense ya está muy inmersa en esa dinámica y más que una advertencia suena a un eco quedo de lo malo que eso le resulta al grueso poblacional. Pero ante una sociedad tan sociópata este regaño es más una palmada en la mano que un llamado de atención.
Playtest: Los videojuegos, en especial los de VR y en 1ª persona pueden resultar un tanto inquietantes dado el nivel de interacción con esa fantasía, pero la idea de un videojuego de terror cimentado en una IA que busca tus propios temores y los enmarca en el desarrollo del mismo ya suena tenebroso. Combinando personajes del viejo y el nuevo continente la trama explora con muy buena puntería que la psicología subconsciente y la tecnología no se llevan bien que digamos. Muy tétrico.
Shut up and Dance: Ahora viene el efecto software/hardware cuando a través de los dispositivos electrónicos (laptop, celular, droides…) 'alguien' accede a los mismos y usa la información del usuario para extorsionarlo y obligarle a realizar toda clase de tareas que comprometen su integridad. Es aterrador y deja entre dicho si realmente tenemos privacidad ante el ojo binario que nos acompaña todos los días.
San Junípero: Una enternecedora y esperanzadora visión en que la tecnología puede resultar positiva al fin. A través de la conciencia digital los fallecidos pueden experimentar una vida paradisiaca en un software simulador masivo. Para la comunidad LGBT este episodio es un logro en términos de representación y personificación positiva en cuanto a las relaciones de personas del mismo sexo, logrando la normalización tan esperada por cualquier minoría. Aunque de cuestionamientos frágiles, es un final feliz que no molesta.
Men Against Fire: Revisando el impacto de la tecnología en el mundo bélico se integra una pantalla digital-neuronal cuyas funciones incluyen comunicación inter-brigada, sistemas de puntería y localización, información topográfica… pero su principal atractivo es la re-interpretación del aspecto del enemigo que transforma (a sentidos del soldado) a las personas en monstruos rapaces; facilitando su exterminio. Más allá del cuestionamiento si la guerra y la tecnología deben coexistir (que lo hacen desde siempre) está más bien el planteamiento de si la guerra es realmente natural del hombre. Una maravillosa reflexión que pone entredicho la existencia de la milicia misma.
Hated in the Nation: De nuevo las redes sociales fungen de escenario, combinado con la tecnología de droides. Un hastag de odio se esparce en twitter contra personalidades que se ganan el desprecio público —eso sí, a pulso— y estos son asesinados por droides de abejas comandados por el algoritmo del hastag. Más que un ataque al mal uso de la tecnología, es una reflexión a las consecuencias de la exposición cibernética. Si el odio engendra odio el camino lógico es que ese odio regrese con fuerza acumulada. Así un justiciero anónimo busca exhibir el verdadero enemigo de esa dinámica de bullying: la misma sociedad con consecuencias de sabor dulce a justicia divina.
La intervención de Netflix ayudó a resucitar una maravillosa serie y acercarla a un público más familiarizado con los riesgos tecnológicos, por desgracia también lo presenta en un formato más digerible y muchos cuestionamientos se quedan a medio camino de la reflexión. Los episodios 'británicos' 2, 3 y 6 son los mejores.