La
cinta escrita y dirigida por Schumacher, Phantom
of the Opera, ofrece un formidable apartado musical pero con una historia
que promete mucho y da la mitad.
El género musical en el cine siempre está
cargado de tintes románticos combinados con toques dramáticos, donde uno gana y
el otro pierde. Para ejemplos que exploran estas variantes tenemos Moulin Rouge! (1889) o incluso Lés Miserables (2013). Además de
disfrutar el talento vocal de diversos actores y explorar, de un modo suave
claro está, la psicología de los personajes y sus demonios internos, está la
historia detrás, el conflicto que se soluciona al final y que otorga ese “final
feliz”.
Como en los musicales de Disney, cuya
fórmula se remonta a los cuentos franceses de los años de 1756, hay otros temas
que igualmente manejan el drama de un modo bastante creíble (Frankenstein por ejemplo) y que le da un
sentido a la historia en cuestión, porque como lectores o espectadores, es
fundamental ver en la historia y los
personajes algún rasgo humano para generar empatía con el personaje. La premisa
del monstruo que fascina a la mujer incauta, inocente y valiosa ha saltado en
infinidad de ocasiones de los libros a las películas, y para nombrar algunos
ejemplos tenemos Nosferatu, Carmilla,
Alucarda, Nuestra señora de París, siendo El fantasma de la Ópera (2004) una muestra relativamente reciente.
Ahora cabría preguntarse “¿Qué
encontramos en El fantasma de la Ópera?”.
Tenemos a Emmy Rossum con un
evidente y extraordinario talento musical, una voz que sorprende, enamora y
complementa su personaje (sobra decir que el vestuario resalta su belleza); por
el otro lado tenemos al galán “popular” Raoul, interpretado por un acertado y
convincente Patrick Wilson y, en el
ángulo final de este eje triangular, a Erik,
el fantasma (Gerald Butler aceptable).
Visto así parece que la línea de
personajes principales está completa ¿o no? Tenemos a la doncella, la dama con
un talento desarrollado, el galán que la re-encuentra deseando obtener su amor
y al fantasma con un pasado secreto que busca una aprendiz y, al mismo tiempo,
“revivir” en ella al amor que alguna vez perdió.
Entonces, como ingredientes fílmicos
tenemos los personajes, su psicología y la fórmula que puede respaldarlos. ¿Qué
hay detrás de todo eso? La respuesta se halla en aquello que rodea al drama y
es la fuerza de la columna psicológica del argumento; es decir, una mujer que
puede sentir cierta fascinación por un tipo con físico deforme compensado por
una cualidad llamativa que le da un mínimo de humanidad que otros no verían ni
por asomo.
Aunado a ello tenemos el que el “galán-héroe”
de la historia busca rescatar a su amada, y que igual posee cualidades, pero
¿es todo? ¿Conquistar a la chica y detener al “incomprendido”? Puede que el
amor como centro de atracción de los malos sentimientos, las circunstancias
adversas y la desdicha logren funcionar para eclipsar a la audiencia, al
espectador, pero aquí se queda corta al no ofrecer algo más que un drama simple
compuesto por coreografías espontáneas.
Sabiendo que Schumacher fue el
responsable de arruinar la saga de Batman de los años 90 y que ha entregado
otros proyectos medianamente entretenidos, no sorprende que no haya logrado
hacer de esta historia una sobresaliente, ya sea por género o argumento.
Y es que la cinta puede defenderse por la
psicología que busca imprimirle a sus personajes y respectivas motivaciones; la
circunstancia que une sus vidas, sus secretos y deseos, considerando que el
diseño de vestuario y producción es bueno y recrea con acierto una atmósfera
digna de época, logrando que se sienta un poco de la “magia” que la historia
relata, pero al final el género mismo luce sobreexplotado en este filme, pues termina habiendo más canto en sí que una
trama de fondo que otorgue profundidad y consistencia a lo que vemos.
Es verdad que en cada canto se esconde la
intención y el deseo de cada personaje, pero llega un momento donde esto
resulta excesivo y perjudica el desarrollo de la historia, haciendo que ésta se
vea pesada. Es una pena que en los tres actos de la película, Schumacher no
haya eliminado esa sensación que persigue al espectador de estar viendo
reciclaje de filmes infantiles como La
bella y la bestia, pues son diversos elementos (candelabros, un pasadizo
secreto, el “monstruo” de la ópera, el galán unidimensional, etc.) los que le
susurran al espectador “el director tomó elementos prestados y los integró
mediocremente en esta cinta”.
Queda claro que la fórmula del amor
dramático se remonta a los mitos griegos (mucha coincidencia con que el
escenario del presente drama es en Europa…) y que son muchas las historias que
han dejado huella en la humanidad con éxito o sin él, pero El fantasma de la Ópera se quedó a medio camino. A estas alturas en
el cine es complicado hacer historias originales, pero también es cierto que si
queremos inventar una letra #28 en el alfabeto, primero debemos conocer las
otras 27 para lograrlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario