Dirigida
por Tom Hooper, El discurso del rey
es una conmovedora historia sobre el valor personal y la fe en uno mismo.
Colin
Firth interpreta a Alberto, Duque de York, el heredero al trono del Reino Unido, pero él tiene
un problema: desde su infancia, sufre de tartamudez. Él debe dar un discurso
para toda Inglaterra y así comenzar su periodo en la realeza, pero para
lograrlo, le pedirá ayuda al fonoaudiólogo australiano Lionel Logue (Geoffrey Rush) para superar su
situación y cumplir con el deber de su nación.
Sencillamente, ésta es la trama que
envuelve a El discurso del rey, cinta
dirigida por Tom Hooper. Es importante mencionar, a este respecto, que Hooper
trabajó para HBO y BBC, lo que nos habla del tipo de calidad que el director
imprime en sus proyectos; Tom, más que nada, se especializa en recrear con
asertiva fidelidad los escenarios de época de las historias que cuenta. Otro
gran ejemplo de esto es la reciente Lés
Miserables (2013), basada en la famosa novela de Victor Hugo.
El guión del discurso del rey, a cargo de David
Seidler, es sencillamente transparente, conmovedor, entretenido y con un
valioso mensaje. No sólo estamos ante una nítida psicología trabajada en los
personajes, sino que además somos testigos del ejemplo de crecimiento individual
y espiritual que un ser humano puede poseer y del valor que implica acatar sus
obligaciones, todo esto considerando el contexto de la cinta: la Segunda Guerra
Mundial.
El libreto tiene aciertos y una
equivocación, además de breves e ingeniosos momentos de humor que arrancarán
carcajadas al espectador. Uno de los aciertos consiste en los giros de la trama
principal, pues casi desde el primer minuto, uno como espectador piensa que
puede adivinar la premisa y el conflicto que encierra la historia; considerando
el primer “fracaso vocal” del protagonista, se pensará que todo lo que estamos
viendo, y que veremos, gira en torno a la superación (tal cual sea dicha) de
Alberto por dejar atrás su problema. Es cuando vemos que la historia está
construida magníficamente.
Las equivocaciones que le encuentro son
los “respiros” o pausas que se toma, pues queda claro que lo que nos cuentan
Hooper y Seidler se enfoca en Alberto, el apoyo de su esposa y su condición,
pero el libreto también aborda la problemática situación de su hermano mayor
David, (Guy Pearce) por un matrimonio
que no le conviene y que afectaría a los intereses de su familia en la
corona. Otra es la muerte y poca
inclusión de Jorge VI (Michael Gambon,
que algunos recordarán como Dumbledore
en Harry Potter). El guión, en vez de
centrarse completamente en Alberto, utiliza las subtramas para prolongar la
historia principal y darle un toque más impersonal a lo que vemos. Creo que Tom
se las pudo haber ahorrado para darle mayor peso e impulso al núcleo de la
historia.
Las actuaciones son punto aparte, pues
absolutamente todo el elenco cumple en sus papeles y su desempeño contribuye a
que la atmósfera de la cinta nos sea palpable en todo momento, pero el
galardonado – y bien merecido – Colin
Firth, junto a Rush, realiza una estupenda actuación, creíble, completa y
clara para todos, pues el miedo y la inseguridad que adolece su personaje nos resulta evidente en todo momento, dando a entender que es más un asunto de actitud
que de condición física.
El diseño de producción y el de vestuario
complementan la labor de Hooper de hacernos sentir dentro de las peripecias de
la guerra, junto con un natural y bien característico acento británico en los
actores. Todo resulta natural y bien integrado. No cabe duda de que no había
nadie mejor que Tom para llevar a cabo esta conmovedora pieza histórica que
ofrece un mensaje interesante sobre la superación, aunque resulte extrañamente
contrastante con el marco histórico de la trama.
La verdad la historia: un rey tartamudo y sus terapias para hablar bien, no llama la atención. Sin embargo estuvo tan bien desarrollada que resulta interesante y entretenida. Una película diferente, partiendo de algo tan simple llega a un resultado espectacular. Claro, apoyado de un gran elenco.
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