Y al fin... terminó (aunque resultó ser la más intensa de las entregas por los tópicos que abordó).
Por Ed SQ.
Hay quien puede pensar que la explotación de narrativas es un hecho actualmente. También puede haber quien piense que siempre hay algo nuevo por contar. Yo me encuentro en un punto, pues también hay algo más a considerar: el tratamiento. Si la temporada uno de Por Trece Razones presentó brillantemente el tema del acoso escolar de una forma que me atrevería a juzgar como “refrescante”, la segunda temporada se centró en las consecuencias humanas, psicológicas, y por supuesto legales, que enfrentó el “villano” de la historia: Bryce Walker. Así, aunque cargada de subtramas casi Deus Ex Machina, la segunda confirmó que toda historia siempre tiene dos versiones y que colocarse en la psique de un personaje puede ser peligroso precisamente por no resultar tan “objetivo”.
Llegó la tercera temporada. No sé quién la pidió o si el índice de audiencia creció al punto de ser necesario, porque creo que la tercera entrega no fue solicitada, pero sirvió como un refrescante puente psicológico entre las primeras narrativas y lo final, lo que ahora ocupa. La tercera entrega tuvo la firme encomienda de cimentar la otra cara del villano; mostró su lado humano, explicó y ejemplificó que también fue un ser humano con sentimientos, atorados, ocultos e intrincados, … pero los tuvo. Parecía dar… esperanza.
Así que cuando supe que venía una finalmente cuarta temporada, pensé que era un chiste. ¿Qué más podían abordar, con el villano fuera del mapa y la resolución de los acontecimientos legales que concernían a Hannah Baker? Como escribí al inicio, todo es posible. Por Trece Razones: temporada 4 me gustó, pero no me encantó, pues ahora su interés radica en explorar las “consecuencias” de un pseudo-villano al mismo tiempo que ajusta con calzador temas políticamente correctos y, para añadir la cereza al pastel, termina por elaborar su diatriba con el vigente acoso escolar Y (sí, Y) el empoderamiento femenino, como si el tema no hubiera quedado claro o siguiera en los nombres, no obstante, yo lo perdono porque el discurso acaba con un rayo de esperanza (cursi, lacrimógeno, tradicional, un poco cliché, sí) que agradezco para una serie de este tipo. La situación puede empeorar… o puede mejorar, y eso lo compro porque es lo que esta serie al final vende.
Con todo y los momentos “oscuros” (la incipiente decaída mental de Clay) y la muerte de Justin (¡Caray! Lloré mucho con eso, de verdad dolió) la serie está marcando el final de un ciclo —personal, humano, íntimo, emocional, y un largo etc.— incluyendo, por supuesto, nuevos personajes o trayendo al status de “regular” personajes que parecen haber tenido gozo a cuadro en momentos anteriores y ahora tienen un motivo. Y está bien, pero si algo le tacho a la serie (sigo sin leer la novela fuente) es ese falso y exagerado sentido de dramatismo sobre lo peor de la vida, que no todos los personajes lo vivieron/merecieron.
Por Trece Razones: temporada 4 añade misterio, desafío a la autoridad por considerarla incompetente, pero más que eso, ofrece una definición humana del estudiante, mostrando en uno de los momentos más álgidos de la entrega que el sistema estudiantil es crítico, que está muy mal y que DEBE ser revisado y pulido. En este renglón la serie cumple con creces y ata los cabos que comenzaron con Hannah Baker (cuyo cameo de Katheryne Langford es estupendo como cierre final y como epílogo de algo más…).
Y, bueno, yo agradezco el final y el mensaje de que la esperanza permanece mientras así yo lo desee. Gracias, Netflix.
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