Un interesante giro en una serie que parecía no tener nada más que ofrecer.
7.5
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Tipo de artículo:
Crítica-Veredicto.
Cuando la primera temporada de Por
trece razones (13 reasons why) se estrenó, me acuerdo que causó tal revuelo
en redes sociales más por los delicados temas que abordaba que por la fuente de
la que provenía la serie de Televisión producida por Netflix. Con la
inesperada entrada de la carismática Katherine Langford como Hannah Baker y
Dylan Minnette como Clay Jensen (este actor siempre lo veo en papeles de
chico serie inteligente) como el eje narrativo, la trama pronto atrapó la atención
de miles de espectadores.
Abordar el tema del suicidio, del acoso
escolar y subtramas no menos importantes era una labor complicada. A diferencia
de la cinta mexicana Después de Lucía (drama mexicano de 2012), aquí
surgió otra preocupación: ¿Cómo atinar al tono? Es decir, ¿cómo impactar a la
audiencia de manera sana sin provocar secuelas irreparables? ¿Cómo contar la
historia? Y aunque los guionistas optaron por flashbacks intercalados
con momentos presentes, todo fue disuelto hasta que el tema comenzó a hacerse
espacio de manera orgánica y natural. Trece razones llevaron a la protagonista
a quitarse la vida.
Trece razones que rápidamente llamaron la
atención (me enteré después del libro base) y me quedé con ganas de que a Bryce
Walker (brillantemente interpretado por Justin Prentice) le cayeran las
garras de la justicia. Aunque este personaje fue explorado poco en su origen
psicológico, la serie logró hacer de él alguien suficientemente interesante sin
volverlo tridimensional. Fue un “villano” que sin ser muy conocido ganó
terreno, fue empático. Y conforme los episodios avanzaron, fui testigo y
acompañante del dolor de Hannah, de quienes fueron sus aliados, quienes la
rechazaron, quienes la amaron y quienes simplemente… no hicieron nada. Eso fue
la primera temporada, presentando —a ratos con censura— momentos de acoso
escolar provocadores, o incluso instantes muy emotivos. Digo, debe haber un
equilibrio.
Así, cuando terminó la temporada, con los
papás de Hannah descubriendo (gracias a las cintas) toda la verdad escondida,
llegó una justificada segunda temporada. Hannah estaba muerta y quedaba
el remanente de la justicia escolar, social y personal de cada integrante. E
igualmente importante: ¿qué pasaría con Bryce? ¿Sería arrestado? Estas
preguntas sobrevolaban la temporada, y momentos más o menos, todo avanzó. Si
bien hubo varios huecos argumentales y situaciones que aparecían sin antecedente
o explicación alguna, la ejecución del arco dramático no me convenció del todo,
pero la serie siguió su camino; avanzó, teniendo como columna vertebral
narrativa el juicio sobre el caso de Hannah. De nuevo Prentice entregó un Bryce
Walker más concentrado, más desenvuelto y “fiel” a su carácter cínico y despreocupado,
indemne ante las consecuencias.
Es cuando guionistas optan por darle más
peso a las subtramas para así pavimentar un camino sobre algo que bien pudo
quedarse en la segunda temporada, porque ése es el problema de muchas series
actuales (más allá de NETFLIX): los epílogos ALARGAN las historias. Y llegando
a la tercera temporada me encontré una novedad a medias: el argumento. Bryce Walker
está muerto. ¿Alguien lo mató? ¿Quién y por qué? En papel un argumento así
puede tener mucho potencial, causar interés, pero al momento de la puesta en
escena, algunos elementos resultan, si no predecibles, sí aburridos. Entonces llega
el giro de la historia: todo desde la óptica de una perceptiva, sutil e
inteligente chica nueva.
Giro fresco, argumento con esperanza. Un poco;
no mucho. Los nuevos trece episodios de la serie repiten la fórmula narrativa: momentos
presenten aderezados con los flashbacks del pasado que van revelando
información de peso vinculada al argumento principal. Cada episodio con narrativa
dosificada juega engañosamente con el suspense, y aunque la producción me
resulta fresca con la banda sonora y la esforzada actuación del elenco (atrapado
por diálogos trillados y escenas melodramáticas poco absorbentes), es casi lo mismo.
Por trece razones tenía, como he dicho previamente, mucha razón de
ser en la primera temporada, y la segunda estaba justificada por explorar la
otra cara de las situaciones, pero echar mano aquí de lo que le ocurrió al
villano, aun si eso promete un final más realista y esperanzador, me parece
poco para extender esto más de la cuenta. Me entretiene que la nueva
protagonista sea de alguna manera el elemento en común, de paz, de amor o
pecado, en una serie que (PARECE) tendrá una nueva temporada.
Conclusión:
Esta tercera tiene algunos elementos rescatables:
la perspectiva de la mamá, la evolución psicológica del “villano”, la afirmación
de una posible redención y la reacción de varios protagonistas; fuera de eso, se
suma a la lista…
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