Con esta entrega, el llamado Dark Universe se levanta estupendamente de los escombros provocados por La Momia.
Tipo de artículo:
Crítica.
Me resulta reconfortante, un INMENSO alivio, ver que la nueva entrega
del Dark Universe se recupera
con soltura, firmeza y visión en esta cinta escrita y dirigida por Leigh
Whannell tras la decepción que fue La Momia (en parte por el excesivo protagónico de Cruise…). Qué
gratificante es, de verdad, porque ahora me encuentro ante una de las mejores películas
de suspense (tirándole al terror psicológico) de los últimos años —o de esta nueva
década, si puedo plantearlo así—. Y es que después de presenciar lo cómico
y desastroso que fue la primera entrega de este universo, ver El Hombre
Invisible realmente da confianza por todos los aspectos que puede tener una
gran película: dirección, guión, giros de tuerca, personajes, trama, efectos,
música.
Es uno
de esos raros eventos cinematográficos que me gustan, que de verdad me
mantienen al filo del asiento, y que, prácticamente, casi desde que comienza la
aventura, me llena de información sobre todo lo que aparece en pantalla
(personajes, motivos, delineo psicológico, así como detalles que son relevantes,
o sobre el personaje que lidera la historia, o sobre la historia misma). Claro
que el personaje hace la historia, pero igual pasa en ocasiones que la
trama por sí evoluciona independientemente del progreso psicológico del
personaje.
Y bueno,
antes de continuar mi digresión… una pequeña descripción de la sinopsis: Cecilia
Kass (Elizabeth Moss, magnífica en su personaje) abandona a su exnovio Adrián
Griffin (Oliver Jackson-Cohen, suficiente, adecuado) debido a que este la
maltrataba. Poco tiempo después, su hermana Emily Kass (Harriet Dyer) le avisa
que él se ha suicidado a través de una noticia pública, pero lentamente ciertos
sucesos o “suposiciones” le indican a Cecilia que a lo mejor su perseguidor
realmente no está muerto como todos creen.
Como puedo notar —y es, incluso, un acierto fascinante como decisión creativa el giro de
360° sobre la trama misma—, esta película se distancia completamente de
la película del año 2000 estelarizada por Kevin Bacon, que es mi terreno
familiar en este sentido. No estoy al tanto de la serie televisiva o cualquier
otra adaptación audiovisual que pueda existir. Si en la cinta de Bacon el eje
narrativo era un científico superando, dentro de la ficción correspondiente
claro, un límite para convertirse en algo “imposible”, en la presente y actual
entrega es más bien un logro científico, sí, pero enmarcado en una potentísima
y fabulosa atmósfera de suspense.
Porque en El Hombre Invisible surgen diversos comentarios (todos orgánicos) sobre acoso sexual, íntimo, psicológico, miedo a la rutina, a la opresión masculina; réplicas sustanciales sobre el narcicismo ególatra, la psicopatía, entre otros… que solamente fortalecen una película construida de manera muy audaz y cuyos recursos técnicos, todos bien pensados, bien expuestos, para elaborar un poderoso contenido crítico sobre temas actuales, y apoyarse en el tema de la invisibilidad como la metáfora visual perfecta para dejar en claro la ceguera visible, la impotencia y la manera tan insuficiente que tenemos de atacar los problemas que como sociedad acarreamos todos los días.
Porque en El Hombre Invisible surgen diversos comentarios (todos orgánicos) sobre acoso sexual, íntimo, psicológico, miedo a la rutina, a la opresión masculina; réplicas sustanciales sobre el narcicismo ególatra, la psicopatía, entre otros… que solamente fortalecen una película construida de manera muy audaz y cuyos recursos técnicos, todos bien pensados, bien expuestos, para elaborar un poderoso contenido crítico sobre temas actuales, y apoyarse en el tema de la invisibilidad como la metáfora visual perfecta para dejar en claro la ceguera visible, la impotencia y la manera tan insuficiente que tenemos de atacar los problemas que como sociedad acarreamos todos los días.
En esta cinta Elizabeth
Moss como Cecilia Kass es impresionante; una actriz que transmite la más amplia
gama de emociones que un ser humano en pantalla puede tener, y el elenco que la
acompaña no es menos relevante. Todos tienen su momento para brillar: Aldis Hodge
como James Lanier, Storm Reid como Sidney Lanier, Michael Dorman como Tom
Griffin, entre otros. En todo momento la cámara se convierte en un estupendo
elemento de narración que, sustentada en una brillante música electrizante,
paralizante y aterradora en determinados momentos, no hace más que incentivar
el suspense, el miedo y todos los elementos que, tarde o temprano, cobran importancia.
Porque con El Hombre Invisible
nada está desperdiciado; todo personaje y detalle que entra a cuadro tiene una
razón de ser, y eso es lo que mejor construye el suspense. Esta película es un
ensayo sobre las implicaciones ético-psicológicas de la opresión sobre la
pareja; es una suerte de comentario social muy oportuno sobre las secuelas de “vivir
en una cárcel emocional” (casi al estilo de Enough, con Jennifer López) y
una aventura con los puntos de terror psicológicos más astutos que le he visto
al género en el último lustro.
Los giros de tuerca son
contados e inteligentes; los efectos visuales están, a mi parecer, bastante
bien desarrollados y aumentan la tensión, ingrediente principal de la película
casi al final del primer acto y que indica, de modo muy sutil, cómo el suspense
y el miedo van incrementándose hasta ser algo con lo que Cecilia lidia y
transmite a la perfección. Puntos extra para la escena del restaurante, la más
imprevisible y escalofriante de toda la película, que da pauta y comienzo a los
errores, así como la acción. Porque antes de ese punto, todo es suspense
milimétricamente calculado; cuando el terror comienza, la película suelta su censura
y el peligro se descubre.
Conclusión:
El Hombre Invisible es una grandiosa apuesta de Universal que me sorprendió, me
gustó, me maravilló y, por lo mismo, la recomiendo ampliamente.
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