La secuela presenta potentes discursos más vertidos en sus personajes que en la historia; indudablemente deleita por su apartado técnico-visual.
Tipo de artículo:
Análisis crítico.
Y aquí estamos... seis años después. Aun recuerdo la primera parte, que por cierto me gustó bastante. Y confieso que entré a verla sin intenciones de; me volví fan y esperé pacientemente la secuela, de la que sabía estaba cocinándose con parsimonia. ¿Qué sorpresas me traería Disney? ¿Qué argumento propondría? Y sin meter más preguntas innecesarias, sale la respuesta que prometo no
te arruinará la trama —tampoco sé si eres de las personas que la esperaban…—: el
origen de los poderes de Elsa. Y el misterio tras la ausencia de sus padres.
Y
esto, quizás, era un arma de doble filo, pues esta secuela, por un lado, podría
parecer confeti mágico; por el otro, un acercamiento a posturas feministas (¿o
machistas?) a partir de las dos protagonistas. Y si a ello le sumas el misterio
y la atmósfera de encanto, misticismo, naturaleza, comedia y, más allá, que ofrece Frozen 2, pues me queda una sensación como de falta de
equilibrio, uno que probablemente encuentro en la estructura narrativa de la
cinta, que no en los personajes o en el apartado visual (más impresionante todavía
que la segunda parte).
Sí,
ya sé que tal vez te preguntes por qué no abordo el tema de los musicales y es
que en esta ocasión ahí tengo una particular objeción: la música de fondo, la “estridencia”
del sonido me impide (y es ME IMPIDE) entender lo que la protagonista está cantando,
y esto en gran parte del metraje. ¿Qué está cantando? ¿De qué habla la canción?
No tuve ni idea. En contraparte, el deleite de texturas y tonalidades resultó
un manjar definitivo. Eso sí, la dualidad filosófica de los discursos presentes
en Ana (diálogos) y Elsa (acciones) encuentra una divertida balanza en Olaf, quien
se lleva varias de las escenas y quien imita a Miguel de Hombre Hormiga y Avispa…
Así que, quitando el componente musical, noto mucho más trabajo en los personajes que en la historia misma; por esta decisión creativa siento que me estoy frente a una niebla tan tramposa como la vista en la película; no sé si penetrarla o huir, porque Frozen 2 tiene muchas ideas, pero su lenguaje de repente me confundió. Elsa tiene un llamado… Ana quiere proteger a su hermana, a veces de forma casi obsesiva; Kristoff busca sentar cabeza, Sven hacer feliz a su dueño y Olaf… es divertido. Así, en una maraña clara y cómicamente inextricable esta secuela se transforma en un juego de escenas de peligro, misterio, acción, misticismo, ocurrencias casi métricamente calculadas que, sin embargo, desglosan ideas que provienen de poderosas ideologías antiguas. Es Frozen… 2.
Pero
está bien, antes de mi habitual análisis te daré una breve sinopsis de la historia.
La reina Elsa, su hermana Anna, Kristoff, Olaf y Sven se embarcan en un nuevo
viaje al interior del bosque para descubrir la verdad sobre un antiguo misterio
de su reino. Punto.
Ahora
sí… Ese viaje es el que da pie a los misterios, peligros y encantos parcialmente
descritos. A mí lo que me interesa, como siempre, son los discursos políticos “colocados”
en los personajes, porque por más que Elsa quiere ser feliz, se debate entre
permanecer en Arendelle, junto a su familia, también siente un llamado místico,
antiguo y relacionado a su naturaleza mágica. Ana, incapaz de entenderla y
comprenderla del todo, se rehúsa a apartarse de su lado, porque como vimos en
la cinta anterior, el amor de hermanas es MUY poderoso…
Así, dividida entre su deber como reina y su inquietud personal, Elsa duda de comunicarle a su hermana lo que le ocurre, hasta que ya es muy tarde y el destino la alcanza. Emprenden el viaje —porque, claro, debe haber un giro en el primer acto; si no, no habría película— y comienza la búsqueda, que al mismo tiempo me parece la búsqueda por su propia identidad; sus poderes una alegoría de su propia capacidad. Aclaro también que no estoy familiarizado con las obras literarias en que estas películas se basan, pero como Disney siempre altera las historias, no me siento mal.
Conforme
su viaje se desarrolla, noto esa separación ideológica entre las hermanas: Elsa
no siente reparos en ir más allá, si es lo que debe hacer, pero Ana enfatiza el
peligro, la muerte, la importancia de la unión o la desunión, de la confianza,
del miedo y todo sentimiento/emoción que ancla a una persona a un lugar
particular, sin invitarle a romper sus cadenas. Y si a esta dualidad de pensamiento
le agrego el arco dramático de Kristoff y sus intentos por decirle a Ana lo que
siente, Frozen 2 se convierte, entonces y, a mi parecer, en una
síntesis bastante entretenida, un poco larga, pero muy clara sobre diversas
ideas que se conjugan lúdicamente en una cinta sobre feminismo contemporáneo;
una serie de premisas que, sin ser totalmente homólogas, tampoco son muy distintas.
Porque su constante reaccionar al obstáculo provoca
el paulatino avance de la trama. Debo reconocer que, igual que en Midsommar, me
enfrento a una cinta “animada” con cargadas lecturas simbólicas que entreveo y
que no consigo definir. Me gusta y me molesta al mismo tiempo. Me gusta porque es desafiante, me reta e invita a
la interpretación; me molesta porque es un proceso abstruso, complejo, difícil
de delimitar. Me reta y lo interpreto, Frozen
2 es digerible por sus personajes, pero difícil de
masticar con sus intenciones y poderosísimas imágenes en tono azul oscuro (el
color de la paz), pero es una cinta con memoria —como dice Olaf— y por ello encauza,
desemboca y dirige.
Porque con imágenes deslumbrantes me habla de temas como conciliación con lo que se es, con lo que se espera de la vida, del destino, de la comunidad de pertenencia y, más importante aún, la naturaleza del cambio. Frozen 2, desde los ojos de un servidor, tiene por delante la descarada tarea de presentar, en forma diluida, el enorme mensaje heraclitiano “cambio porque permanezco y permanezco porque cambio”. Y gran parte de la cinta explora la premisa. Esos guionistas se llevan mi respeto… en términos generales.
Y no lo digo como un éxito total porque acabando la
película tuve la sensación de haber presenciado un profundo desarrollo de
personajes, pero no de trama (a veces me caes mal, E.M. Forster…), quedando un
poco con hambre. Dijo una vez el célebre guionista internacional Guillermo
Arriaga en un curso suyo al que asistí en la universidad “Narrar… es contar una
historia”. Y la verdad pocos, realmente escasos los guiones cuya construcción permite
ver un crecimiento tanto de eventos como de los personajes que hacen esos eventos. Aquí,
aunque la película goza de una riqueza simbólica a la altura de las “nuevas
cintas animadas con doble público (juvenil y adulto)”, siento que algo me
faltó.
Conclusión:
Por lo demás, Frozen
2 está bonita, es visualmente atractiva, tiene
chistes, personajes mejor trabajados, pero… una historia sencilla.
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