Cinema Paradiso. Un amor por el cine bastante ligero.


Francamente no podía tener este espacio (dicho en general) sin antes hablar de Cinema Paradiso. Y es que si algo tiene la historia, es conmoción pura; enternece con ganas, gracias a sus dotes de inocencia, pureza, bondad, error humano y destino como "montaje de fondo". Es verdad que Cinema Paradiso es un homenaje al cine, desde su concepción, motivo y función: reunir a la gente para entretenerla, para "transportarla" a otra dimensión donde la magia, la épica, la cursilería y todas las cosas que en rigor son delimitadas hoy día, existen. 

La historia, preocupada por desarrollar el amor por la industria cinematográfica de un modo "Érase una vez...", presenta la historia de Toto, un simpático niño que siempre ha mostrado respeto y veneración por el cine como arte, medio de difusión, amor y pasión por el arte, muy a pesar de la reticencia de su mamá por ver películas en vez de atender sus responsabilidades hogareñas. Atento en la escuela, juguetón y sensible con su entorno, es un niño por el que rápidamente sienten afecto quienes lo rodean. Esto último en una interpretación personal que podría parecer demasiado obvia, o quizá innecesaria si consideramos que la película realmente incluye la subtrama -que evoluciona gradualmente en la narrativa aquí mostrada- del romance, donde el chico busca conquistar a la chica, reticente al inicio, convencida al final de la capacidad y la perseverancia del muchacho que la quiere. 

Y digo, ¿por qué separar dos vertientes narrativas que, en su defecto, podrían entrecruzarse y hasta combinarse para lograr algo nuevo? Cinema Paradiso nos recuerda el amor por el cine, pero en su intento por expandir la premisa nos habla también de vivir la vida, ejemplificando (¿o será materializando?) la idea en Toto, quien eventualmente sale a cumplir sus sueños, mismos que no son del todo "cubiertos" por un pasado que de alguna forma quedó inconcluso. 

Más allá de las peripecias estudiantiles, el afecto que surge entre Toto y Alfredo, y la lucha por conseguir al "amor de su vida", la trama muestra situaciones cómicas y sentimentales que otorgan dulzura a un guion corto en esencia, cuyo objetivo queda plasmado a la mitad de su camino. Encuentro en la estructura narrativa una fuerte similitud con películas de la nación vernácula más recientes, y cuya moraleja exhibe un profundo paralelismo por igual, sin embargo, por simple cronología, sé que es coincidencia. Una muy buena, pero hasta ahí. Es, ciertamente, una película dedicada al cine, y por lo mismo, todo amante del séptimo arte debería verla, por su simpleza, su carisma, su bondad y corazón, pero temo decirlo, no expone algo distinto o que compruebe un cambio de criterio en la manera de hacer cine. 


Bosquejos cómicos como por qué surgen los anuncios o cómo fue que el cine llegó a tener el "orden" que se le conoce hoy es algo que resultado explicado en la cinta, como consecuencia gratuita y no como una prioridad. Es buena y tiene corazón, un poco de alma, pero no brilla como si fuera un evento incomparable. 

1 comentario:

  1. Ciertamente en términos de innovación, no es por mucho una historia que proponga mucho y una cosa que personalmente me molesta es lo cursi que se vuelve conforme progresa, especialmente en su segundo acto, cuando el tetísimo Marco Leonardi le quita todo el encanto al personaje de Toto en un simplón y plano enamorado romántico de chaqueta dominguera.

    Pero fuera de eso, la cinta muestra una cronología paralela, casi hermana entre la cinematografía y la historia italiana, observada plácidamente desde la esquina rústica de un modesto pueblo costero al sur de Italia, sentado en su silla artesanal de madera a media plaza con la brisa del mar refrescando el aire en contemplación de ese cine.

    El cine que, como lo presentaron los Luimere y Méliès, era una ventana al entretenimiento y la imaginación colectiva, el cine como historias para la gente, el cine como poder mediador de la iglesia que además tenía el goce de censurarlas a su antojo para contener el crecimiento de sus feligreses como pretenden aún hoy en día con mecanismos cada vez más entorpecidos, el cine como aleccionador de penas ajenas y moralejas sencillas, el cine como medio de expresión, el cine como revista pornográfica en matiné para los pubertos de poca monta, el cine como artículo moralizante para los que cargan la guerra a sus hombros, el cine como ese observador del tiempo y de la vida que sin saberlo ni anunciarlo nos ha marcado y retratado para la posteridad de otros recuerdos a veces fuera de nuestro alcance, ese cine que acompañó a la Italia en su paso de la burguesía casi feudal al comunismo pre-fascista y a través del régimen de Mussolini, dejando atrás la devastación de una guerra sin sentido.

    La Italia que tuvo que resurgir de su más lamentable punto de involución, y abandonando mucha de su historia, se transformó en una fuerza motora con el que ahora se regocijan sus contemporáneos, la Italia que no deja de sentir nostalgia por aquellos que vivieron tiempos más simples y desean volver atrás, la Italia que no se olvida lo que ir al Cine significó alguna vez.

    Pero con toda esta nostalgia hay que reconocer al auténtico héroe de la trama: Alfredo, interpretado por el magnífico actor francés Philippe Noiret apocando con su carisma y sus ojos de perro sabio a todo el elenco que lo acompañaba. Toto es en realidad mera excusa para recordar a Alfredo, auténtico protagonista y quien es la roca sobre la que se sostiene la experiencia del cine en una apartada orilla del mediterráneo, quién con su generosidad y paciencia encontró la manera de perdurar más allá de los hijos, un humilde proyeccionista que encerraba en sí mismo todo el significado de aquél Cinema Paradiso.

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