Un
plan brillante (Flawless, Dir. Radford, 2008) empieza con dos mujeres
reuniéndose en un café. Laura (Demi Moore) y Cassie (guapísima Natalie Dormer).
Una está ahí para contar su historia, ahora noticia en los periódicos, y la
otra para escucharla. ¿De qué va el asunto? En primera instancia, de un robo
cometido y la consecuencia del mismo. Naturalmente la historia nos remonta a
los Estados Unidos ubicados entre los 50 y 60.
Laura, en su juventud, era una ejecutiva en
una compañía de diamantes, nunca valorada ni compensada por su ardua labor y
dedicación profesional, detalle que es considerado por el Sr. Hobbs (Michael
Caine, como siempre, brillante), quien le ofrece un trato: robar unos diamantes
para “obtener” lo que por la vía legal nunca le fue concedido.
Radford nos sumerge en el tema de un robo
bancario para hablar de tres cosas, dos primeras y una como de sobremesa. La
primera es la situación que ubicua a la mujer como minimizada en una sociedad
machista; se le considera incompetente y por lo mismo mermada de su potencial
en todos los pilares sociales, un panorama que para hoy sigue sin resolverse completamente. El segundo tema es la fragilidad de la economía que existe desde muchos años para atrás; cómo la sociedad es débil y susceptible cuando de
derrumbar imperios se trata. Ambos temas los combina el director para dar cauce
a una cinta que se apoya del suspense y la moral para entintar el camino que
supone la elaboración del conflicto principal. O como lo dice Hobbs en la
cinta, ¿somos dadores o receptores?
El tercer
tema, que para entonces provoca palidez en el argumento, es el de la venganza;
aquella premisa donde el trabajador es ignorado por los jefes para beneficio
corporativo, y donde dicho individuo, tras ser usurpado, ultrajado, traicionado y embargado por la furia, impotencia y rabia, termina por tomar
decisiones que a simple vista serían inconcebibles, pero que al final del
camino, son todo para él.
Es un discurso heterogéneo con el que
Radford juega en la cinta; las dos primeras ideas son medianamente compatibles
y hasta añaden una dimensión social, muy vigente y creíble, pero es con la
conclusión de la venganza personal donde no encuentro cabida, o quizá
verosimilitud, al tema. Son cartas poderosas que corren el riesgo de perder
intensidad, tono y quizá rumbo. Radford las juega, y apoyado por los enormes
talentos de sus protagonistas, las saca a flote. Moore actúa bien, fuera de que
en más de la mitad de la cinta se la vive fumando, se desempeña bien, pero sus
esfuerzos ante la cámara son opacados por la leyenda que es Michael Caine, a quien siempre
admiraré, sin importar qué personaje interprete.
Una cinta interesante, pero si tuviera que
escoger por las temáticas abordadas, me iría por el de la independencia
femenina. La mujer es igual o más capaz que el hombre, y de haber explorado más
esa postura en la cinta, probablemente habría llegado más alto.
Aahhh, David versus Goliath, el enano chaparro poca cosa contra el monstruo musculoso ultra hormonado. Aquí se maneja a través de la perspectiva femenina principalmente más no exclusivamente, pues así como en la historia la mujer es infravalorada desde su sexo, en la cinta la empatía de ese desdén se refleja no por medio de Moore sino de la simpática mirada hermanada de Caine como otro miembro de los oprimidos, aunque en su personaje sea cuestión de mera mala suerte y malas desiciones pues cumple cabalmente con todos los requisitos para pertenecer a la supremacía. Es en otras palabras, el chivo expiatorio que desdobla esa supremacía y se vende como “no todos son malos”, justificándose mediocremente en la excepción casi diciendo “¿ya ven? a nosotros también nos oprimen”.
ResponderBorrarPero más allá de esa falta de contrapeso en el tema de género, las personalidades de ambos actores hacen química y son un par agradable para otro golpe a la robin hood, con el que dan esa vieja lección de que la arrogancia es un error que se puede pagar caro.
La venganza es un factor humano básico y un móvil muy poderoso, si se le sabe encausar, cosa que aquí claramente quedó a deber, y hasta pudo darle más volumen a los temas socio-culturales de la época. En cambio sólo reducen las motivaciones personales como berrinches infantiles y minimizan la evidente necesidad de equidad.
Ya si nos tomamos un respiro del activismo… ¿no resulta interesante cómo la óptica social nos da el tenor de aprobar o rechazar diversas posturas según el momento histórico que ocupamos? Quién sabe si mañana, en una o dos generaciones más algo de lo que damos por sentado se volverá atróz acto troglodita para nuestros vástagos evolucionados.