Sacrificando el tono épico.
Hay puntos qué discutir con relación a la segunda temporada de Supergirl. Si bien la primera me dejó con ganas de más, la sentí gratuita en su final feliz. Y no era para menos; su primera referencia fue Smallville y había cierto margen de error para aprender de lo que los fans odiaron y amaron. Desde su primera temporada, la reinvención centrada en la Chica de Acero presentaba, en mi opinión, una versión mucho más digna del cómic que relataba la historia de la Familia de El. Mientras que con la serie desarrollada entre 2001 y 2011 notábamos síntomas de agotamiento desde la séptima temporada, o quizá antes, su fidelidad a los cómics fue poco más que aceptable, todo apoyado por una transigencia proveniente de millones de fans en el mundo, experiencia de la que aprendieron los actuales productores y guionistas de Supergirl. Así, arriesgando todo desde el inicio -mostrar a Kara con traje de heroína desde el primer episodio fue una señal-, como sucede en el UEDC, se comenzó la serie con la presencia de la efectista y muy bonita Melissa Benoist, a quien tengo entendido la trajeron de Glee.
Nadie me quitará de la cabeza la breve pero eficiente interpretación de Laura Vandervoort como Kara Zor-El, pero definitivamente Benoist ofrece emotividad, ternura, fortaleza, inteligencia y encanto, cualidades que posee su personaje en el impreso y con los que Benoist rinde homenaje en esta serie. No carente de huellas narrativas que la asemejan a la versión televisiva de 2011, Supergirl plasma en la relación caótica, indiferente, suspicaz e igualmente destructiva de Lena Luthor con su madre, una analogía de lo que veíamos entre Lex con Lionel en Smallville-; hay aciertos y copias que igualmente podrían confundir a esta serie como una extensión, incluso en su faceta creativa, con The Flash, de la que hablaremos mañana.
Aquí lo importante, y lo digo arriba, es que Supergirl mantiene la esencia del cómic que adapta, combina con cursilería y tácticas de manual de cajón los géneros de romance, acción, drama, misterio y un persistente tono de espionaje, liderado en este caso por un estupendo J'onn J'onzz (David Harewood), tono que se viene manejando desde la temporada pasada. Además, están las novedades entre impreso y serie: la inclusión de Alex Danvers (sexy y encantadora Chyler Leigh) y su preferencia sexual. He aclarado antes que no estoy en contra de la libertad de expresión sexual, pero mis conocimientos sobre los cómics de Superman y derivados me señalan que esta mujer no existe en el cómic. ¿Por qué establecer esta singularidad social aquí? Por inclusión, quizá. Supergirl ha sabido combinar la magia del cómic con la modernización de los mitos vistos en los cómics, manejado y desarrollado a personajes fuertes, que nos enseñan a ser fuertes, mirar a lo alto y tener humor ante el mal tiempo. Esto lo vemos con Cat Grant (excepcional Calista Flockhart), un Jimmy Olsen (Mehcad Brooks) poco parecido al cómic que ha servido de soporte para Kara, Winn Scott (Jeremy Jordan), quien mantiene el balance justo entre drama y comedia (y cuyo parecido psicológico con Cisco -The Flash- es brutal), así como Ian Gomez nos dio al inigualable Snapper Carr, hay buenos ejemplos de dirección en esta serie. Repito, a pesar del tono caricaturesco del que en ocasiones peca, se mantiene a flota gracias al respeto por el material origen.
Supergirl, desde su primer minuto de proyección, ha ofrecido acción, esperanza, un apego al cómic mucho más digno del que jamás profesó Smallville (razón por la que se gana mi respeto), un ritmo trepidante que, de nueva cuenta, acompaña a una narrativa discursiva sobre la aceptación por los aliens, que no sería otra cosa que la metáfora sobre el miedo a lo diferente, a lo desconocido. No es malo, pero se trata de una moraleja ya mostrada en otras ocasiones. Este sabor agridulce, insertado en la trama central, se compensa astutamente por buenas actuaciones, diálogos interesantes que sólo a veces adolecen lo burdo, y sin embargo, son necesarios. Y dicha moraleja y parecidos con Smallville parecen mantenerse como calzador, casi como una pauta -valga el pleonasmo- paradigmática sobre cómo desarrollar adecuadamente un guion para una serie de súperhéroes semanal. Por eso, así como veíamos una química llena de intriga entre Lex y Clark en la serie precedente, no puedo evitar encontrar dichos paralelismos (más sutiles, claro) entre Lena Luthor (guapísima y dudosa Katie McGrath) y Kara Danvers, quitándole a la propuesta televisiva un aire que la separe de otras versiones y devolviéndole un tono familiar que provocaría duda y poco entusiasmo.
Melissa Benoist demuestra que puede portar la capa de la Última Hija de Kriptón y Tyler Hoechlin, bueno, un adecuado Superman en personalidad y físico (no tanto como Cavill, pero sale bien parado). Y así como en la primera temporada, cuyo epílogo rebosaba misterio, la segunda temporada nos deja con ganas de seguir la historia, de querer continuarla. Los índices de audiencia no han sido muy altos en EUA, lamentablemente. Esperemos que mejoren rumbo a una hipotética tercera temporada, porque aun con sus cursilerías, pequeñeces, copias narrativas, amores dramáticos, incondicionales, efectos visuales de horizonte y una temática centrada en el poder femenino, considero que Supergirl tiene potencial para un par de temporadas más, incluso con la sensación de que el final de temporada pudo ser mucho más dramático y épico. Melissa tiene el espíritu, la gracia y el corazón para ser Kara Danvers/Kara Zor-El. ¿Por qué no dejarla seguir interpretando a la Chica de Acero que cautivó a tantos como a mí?
Nadie me quitará de la cabeza la breve pero eficiente interpretación de Laura Vandervoort como Kara Zor-El, pero definitivamente Benoist ofrece emotividad, ternura, fortaleza, inteligencia y encanto, cualidades que posee su personaje en el impreso y con los que Benoist rinde homenaje en esta serie. No carente de huellas narrativas que la asemejan a la versión televisiva de 2011, Supergirl plasma en la relación caótica, indiferente, suspicaz e igualmente destructiva de Lena Luthor con su madre, una analogía de lo que veíamos entre Lex con Lionel en Smallville-; hay aciertos y copias que igualmente podrían confundir a esta serie como una extensión, incluso en su faceta creativa, con The Flash, de la que hablaremos mañana.
Aquí lo importante, y lo digo arriba, es que Supergirl mantiene la esencia del cómic que adapta, combina con cursilería y tácticas de manual de cajón los géneros de romance, acción, drama, misterio y un persistente tono de espionaje, liderado en este caso por un estupendo J'onn J'onzz (David Harewood), tono que se viene manejando desde la temporada pasada. Además, están las novedades entre impreso y serie: la inclusión de Alex Danvers (sexy y encantadora Chyler Leigh) y su preferencia sexual. He aclarado antes que no estoy en contra de la libertad de expresión sexual, pero mis conocimientos sobre los cómics de Superman y derivados me señalan que esta mujer no existe en el cómic. ¿Por qué establecer esta singularidad social aquí? Por inclusión, quizá. Supergirl ha sabido combinar la magia del cómic con la modernización de los mitos vistos en los cómics, manejado y desarrollado a personajes fuertes, que nos enseñan a ser fuertes, mirar a lo alto y tener humor ante el mal tiempo. Esto lo vemos con Cat Grant (excepcional Calista Flockhart), un Jimmy Olsen (Mehcad Brooks) poco parecido al cómic que ha servido de soporte para Kara, Winn Scott (Jeremy Jordan), quien mantiene el balance justo entre drama y comedia (y cuyo parecido psicológico con Cisco -The Flash- es brutal), así como Ian Gomez nos dio al inigualable Snapper Carr, hay buenos ejemplos de dirección en esta serie. Repito, a pesar del tono caricaturesco del que en ocasiones peca, se mantiene a flota gracias al respeto por el material origen.
Supergirl, desde su primer minuto de proyección, ha ofrecido acción, esperanza, un apego al cómic mucho más digno del que jamás profesó Smallville (razón por la que se gana mi respeto), un ritmo trepidante que, de nueva cuenta, acompaña a una narrativa discursiva sobre la aceptación por los aliens, que no sería otra cosa que la metáfora sobre el miedo a lo diferente, a lo desconocido. No es malo, pero se trata de una moraleja ya mostrada en otras ocasiones. Este sabor agridulce, insertado en la trama central, se compensa astutamente por buenas actuaciones, diálogos interesantes que sólo a veces adolecen lo burdo, y sin embargo, son necesarios. Y dicha moraleja y parecidos con Smallville parecen mantenerse como calzador, casi como una pauta -valga el pleonasmo- paradigmática sobre cómo desarrollar adecuadamente un guion para una serie de súperhéroes semanal. Por eso, así como veíamos una química llena de intriga entre Lex y Clark en la serie precedente, no puedo evitar encontrar dichos paralelismos (más sutiles, claro) entre Lena Luthor (guapísima y dudosa Katie McGrath) y Kara Danvers, quitándole a la propuesta televisiva un aire que la separe de otras versiones y devolviéndole un tono familiar que provocaría duda y poco entusiasmo.
Melissa Benoist demuestra que puede portar la capa de la Última Hija de Kriptón y Tyler Hoechlin, bueno, un adecuado Superman en personalidad y físico (no tanto como Cavill, pero sale bien parado). Y así como en la primera temporada, cuyo epílogo rebosaba misterio, la segunda temporada nos deja con ganas de seguir la historia, de querer continuarla. Los índices de audiencia no han sido muy altos en EUA, lamentablemente. Esperemos que mejoren rumbo a una hipotética tercera temporada, porque aun con sus cursilerías, pequeñeces, copias narrativas, amores dramáticos, incondicionales, efectos visuales de horizonte y una temática centrada en el poder femenino, considero que Supergirl tiene potencial para un par de temporadas más, incluso con la sensación de que el final de temporada pudo ser mucho más dramático y épico. Melissa tiene el espíritu, la gracia y el corazón para ser Kara Danvers/Kara Zor-El. ¿Por qué no dejarla seguir interpretando a la Chica de Acero que cautivó a tantos como a mí?
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