Dirigida por Luis Buñuel, Los olvidados comprende
no solamente una cosmogonía cultural, sino que además establece en ella las
diferencias sociales, colocando su mirada crítica en la juventud. Al ver la
cinta, es como si nos encontráramos en dos épocas distintas: por un lado, el
México de los 60, y por el otro, el México actual. Aunque la película está
filmada con un impecable tono sepia gracias a su fotografía en blanco y negro,
resulta muy transparente en la simbología psicológica que presentan algunas
escenas, como cuando ojitos (Alfonso Mejía) tiene pesadillas con su mamá y Julián,
muerto a palos, siendo su muerte el catalizador psico-social narrativo en la
película.
Luis Buñuel se preocupa primero por
presentar a los personajes, como un grupo de niños que se divierten
molestándose entre sí, hasta que el dicho “el que no tranza no avanza” de algún
modo comienza a reinar en la cinta. Es por esto que el que es más grande se
aprovecha del pequeño; el que tiene el poder, ejerce la corrupción, y el que
vive frustrado…se frustra más. Los
Olvidados retrata no únicamente una época mexicana, sino también la clase
de sociedad que la rige, dominada por la corrupción individual, quizá no
plasmada en su política, pero sí en su interacción, callando al que posee la
verdad y apoyando al que simplemente busca estar encima de los demás.
En más de una ocasión las ganas de hacer
justicia llegan, pero como siempre que insertamos realismo pasa, el cobarde
paga y el gandaya se queda con todo. Silencia al indefenso y reprimes la
justicia. En un segundo plano la película centra su mirada en la psicología
infantil como producto de una desatención familiar, en un momento donde la
sociedad está preocupada por los bienes, por salir adelante y superar la
adversidad, que el matiz de la justicia termina por opacarse ante la
supervivencia del más fuerte. Por ello entiendo que el retrato que se hace de
los personajes principales -el grupo de muchachos- sea más que atinado, al
mostrar la cara del mexicano como una persona con cierta flaqueza moral pero
astuto cuando debe serlo.
Los Olvidados se
muestra fiel al espíritu mexicano, o más que nada, al pensamiento humano en
general, donde si uno se aprovecha del otro, avanza; si no, se lo lleva la
corriente. Deja de lado otros personajes que pudieron haber sido interesantes
de ocupar más tiempo en pantalla, pero ambientada en una sociedad machista y
superficial, hay poco margen de análisis. El pobre es ultrajado, el débil
golpeado, el fuerte o el alto, el abusivo, la trabajadora, absorta en sus
deberes, descuida la familia en casa, ocasionando languidez emocional. Es un
ejemplo más de que hay personas brillantes que realmente entienden el
pensamiento humano, por debajo del agua y en la manera más clara posible. Una
buena cinta con un final que arranca lágrimas de impotencia a quien se sienta
identificado con su historia, que desde luego somos muchos.
Con esta película concluye, de momento, mi paseo por las cintas clásicas.
Con esta película concluye, de momento, mi paseo por las cintas clásicas.
Esta es una de mis Películas Favoritas.
ResponderBorrarLa mejor frase de tu crítica: “el que tiene el poder, ejerce la corrupción, y el que vive frustrado…se frustra más”. En estas sencillas palabras captas toda la esencia de la Película.
Los Olvidados es una Joya del cine mexicano, yo la considero un referente de la sociedad mexicana e incluso las situaciones que abarca son la realidad de muchas familias mexicanas en la actualidad, bien lo mencionas: “la sociedad está preocupada por los bienes, por salir adelante y superar la adversidad, que el matiz de la justicia termina por opacarse ante la supervivencia del más fuerte”.
En mi opinión se merece 5 estrellas, tal vez 6 incluso 7.
¿Podrías separar el contenido de tu blog? Mencionas que hiciste un recorrido de cintas clásicas, ojalá pudieran estar en un apartado aparte para encontrarlas más rápido. Pensé que esta película sería algo parecido a Los miserables, pero veo que no es así, por tu artículo. Que me gustó, fue breve y conciso. Deberías analizar las películas de Pedro Infante.
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