La democracia es antinatural
Dirigida por Chiwetel Ejiofor, El niño que domó el viento resulta ser
una pieza cinematográfica de gran valor porque Ejiofor, en su debut
directorial, recrea una situación de parámetros universales (hambruna, sequia,
pobreza, penurias), conflictos políticos (un gobierno que ignora las
necesidades de su pueblo) y carencias personales (el «pan» como alimento a la
familia, familiares que desertan), siendo su gran propuesta una de extensa
revisión. Aquí solamente ahondaré en los puntos esenciales.
Con esta cinta Ejiofor construye una fábula sobre el valor creando el detalle en sus personajes. Este detalle se compone de dos elementos: la motivación y la circunstancia. Basada en una historia verdadera, la de William Kamkwamba; con esta ópera prima Chiwetel hace de El niño que domó el viento una historia llena de peripecias humanas, en las que el deber familiar, el deber del individuo y el deber por el pueblo se conjugan para elaborar un ensayo íntimo, moral, ligeramente crudo, pero bastante cercano, edificando así un producto que, mirado desde lejos no resulta completamente original, pero observado de cerca, se convierte en una lección de perseverancia y lucha por apoyar a quienes más uno quiere. Por este último factor creo que las lecturas principales de la cinta se conforman en una especie de “dualidad”: oficio vs. conocimiento.
Ejiofor interpreta a Triwell, el padre de una familia chichewa —en la República de Malaui—, que, ignorados por su gobierno, empiezas a sufrir hambruna, sequía y cada miembro del pueblo empieza a desertar, a huir, esperando encontrar mejores oportunidades en el exterior. Es en medio de este desolador panorama en el que Ejiofor cuenta la historia verídica del muchacho que salvó a su pueblo de una muerte segura. Sin embargo, el principal acierto del director es haber plasmado los “obstáculos” a los que el muchacho se enfrentó (su padre incluido) para llevar a su pueblo la herramienta necesaria para sobrevivir: la construcción de un molino.
Quiero hacer hincapié en que durante toda la cinta percibí un aire de intenciones medievales; es decir, un momento en la historia humana en que el hacer diario se divide en dos escenarios: apegarse al oficio o cultivar el saber, siendo poder para construir. Y aquí me resulta muy interesante la condena subconsciente que Ejiofor le imprime al saber, queriendo escudarse por completo en el oficio, una tradición de dimensiones colosales y que, actualmente, podría representar un camino seguro. ¿Por qué el apego? ¿Por qué la resistencia al cambio? ¿De dónde provendría su miedo? ¿Por qué su certeza es aquello a lo que se aferra, en lugar de el riesgo? Diría que estas son algunas de las incógnitas que bosquejan el relato, pero que no obtienen una respuesta de primera mano, solamente una interpretación.
En varios momentos de la película noto la porfía del hijo buscando los elementos para proveer valor a su pueblo, pero poco apoyo del entorno. Y a este punto, su mamá resulta la más afectada; neutral en la búsqueda de la solución, preocupada por lo mismo que su esposo e hijo desde la perspectiva política, alejada de toda concepción científica (que sería lo que caracteriza a su hijo). Esa porfía, naturalmente, choca con los ideales y tradiciones de su padre, quien desesperado reacciona agresivamente, obcecado en su deseo de exprimir al límite aquello que conoce, sin buscar salidas de otras formas.
También me resulta preocupante la
otra cara de la realidad que Ejiofor plantea en la historia: la educación como
una crisis mediática, supeditada a un descontrol de recursos y por el cual el
pueblo puede romper sus límites, como casi en toda circunstancia crítica. No
obstante, parte de la magia en la cinta recae en el marco de las proporciones
de solución del protagonista (el hijo en este caso) para sobreponerse al
obstáculo y, contra todo pronóstico, lograr su cometido: apoyarse en la
agricultura para solventar a su familia, cohesionando tanto el punto de la
tradición con el del conocimiento, encontrando así una vía justa, casi “milagrosa”
en la que todos consiguen esperanza de sobrevivencia.
Me agradan las moralejas,
diseminadas a base de diálogos en la cinta (algunos evidentes, otros orientados
a la reflexión, algunos más “ocultos”), pero todos con la misión de sembrar en
mí (el espectador) ese aire de valor, de reconocimiento, crecimiento,
perseverancia y de saber que, incluso en los peores momentos, existe la
oportunidad hacer las cosas bien.
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