Eutanasia
Introducción
El propósito de este ensayo es
dialogar un poco sobre el que considero un tema profundamente polémico: la
eutanasia. Primero que nada, y a manera de “calzador”, hablemos un poco del
origen etimológico del término. Eutanasia viene del griego eu y thanatos que
significan “buena muerte”. Dicho esto, extender el concepto como “acelerar la
muerte de un paciente desahuciado” parece una manera apropiada de acercarse más
a esta cuestión. Y es que estimo que siempre ha sido, y será, un tema delicado
por sus implicaciones bioéticas al tratarse de arrebatar, o permitir, el
crecimiento potencial de una vida.
Acorde a la Real Academia Española la eutanasia tiene como principal finalidad
la de evitar el sufrimiento prolongado siempre que éste sea insoportable; o
bien suspender la que puede considerarse vida “artificial” de un enfermo; es
por esto que el procedimiento puede hacerse son el permiso del enfermo en
cuestión. La gran pregunta que insertaría es: ¿sigue eso siendo válido? Dejemos
un momento en el aire la pregunta para seguir explorando la dimensión del
terreno.
Además de la RAE, está la Asociación Médica Mundial (AMM), misma
que define el concepto como el acto de poner fin a la vida de un paciente.
Desde luego, entre ambas
definiciones no hay mucha distancia, sin embargo, aquí el asunto radica en que
el consentimiento, venga del pariente mismo o de alguno de sus familiares,
puede ignorar la ética. Esto podría tornarse paradójico y un contrasentido al
pensar en algo como “no-ético” cuando de origen no parece serlo del todo.
Habría, entonces, una tercera
definición que no vendría mal a incluir para expandir el marco discursivo en
que nos encontramos. Tenemos a la famosa OMS,
conocida también como la “Organización Mundial de la Salud”, que, valoro, será
la gran autoridad aquí. Ella nos indica que hay tres maneras de entender el
concepto de eutanasia:
1) El homicidio intencional de
quienes han expresado, libremente y con plena facultad mental, el deseo de
recibir ayuda para morir.
2) La asistencia profesional del
suicidio.
3) La muerte intencional de un ser
querido que o bien presente anomalía.
Colocando de manera angular estas
definiciones es que entramos en materia para tener un punto de apoyo,
comprensión y ejercer una opinión crítica sobre el asunto; abordar el tema de
la mejor manera posible, sin emitir juicios impropios o innecesarios. Ahora
bien, retomando la pregunta de arriba, sí sería prudente preguntarnos hasta qué
nivel la ética estudia esta compleja problemática sin desatender las
consideraciones emocionales que pudiera generar en quienes se ven rodeados, o
permeados, por el tema.
La eutanasia, ante todo, es un tema
que ha causado polémica por su naturaleza, que hizo levantar voces y valorar la
vida. De manera que lo más importante se cierne ahora sobre nosotros y es:
¿Estamos a favor o en contra? Comencemos.
Desarrollo
Hemos dado ya un breve vistazo
teórico sobre el concepto, origen y estimación cultural, al mismo tiempo que
exponemos de manera general las definiciones que juzgamos son las más
relevantes para el caso en cuestión y que también le dan forma a la dimensión crítica
que nos ocupa ahora. Con la RAE, la OMS y la AMM indicando cómo conciben el
término, delimitamos un poco el marco teórico en que se sitúa el tratar de
entender y comprender una vida llena de sufrimiento o bien terminarla.
Es preciso aclarar que deberemos
explorar las dos caras de la moneda, pero de antemano esclarecer que la postura
general aquí es que estamos descubriendo si se puede estar a favor de la
eutanasia o no. Iniciando con las razones de por qué es importante defenderla:
- Toda persona es autónoma y tiene
derecho a decidir sobre su vida.
- La persona, como paciente, tiene
el máximo derecho en la toma de decisiones médicas que a ella se refieran.
- El documento de Voluntades
Anticipadas es una herramienta que regularía el accionar médico ante
situaciones donde el paciente pierda la capacidad, en el momento, para decidir
sobre el accionar médico con respecto a su salud.
- Nuestra sociedad está
fundamentada en la protección de los derechos humanos. Toda persona tiene
derecho a decidir sobre todo cuanto se refiera a su cuerpo; por consecuente,
decidir si quiere o no seguir viviendo.
- La vida, en determinadas
condiciones, puede llegar a ser indigna; condición que quebrantaría el derecho
de la dignidad humana.
- No hay razón para aceptar una
forma de existencia limitada, en la que son sacrificados familiares y amigos y
hasta la propia persona.
- Una vida que no se puede vivir no
es un privilegio, es un castigo. Que hace del ser humano tan sólo un caso
clínico de interés.
- No es justo el someter al hombre
a dolorosas situaciones, cuando se tiene el poder de evitarlo.
Las pruebas encontradas para ilustrar el caso
son:
1. Suiza– Los esposos Edward Thomas
Downes y Joan Thomas realizaron su suicidio asistido en pareja en 2009. Según
reseñó el diario argentino La Nación, la mujer padecía cáncer terminal,
mientras que el hombre estaba casi ciego y había perdido casi por completo su
audición. Según indicaron sus hijos, estos “murieron en paz y en las
circunstancias que ellos mismos eligieron, con la ayuda de la asociación
Dignitas, en Zurich"[1]
2. Bélgica – Nathan Verhelst,
decidió un suicidio asistido en 2013 luego de que se sometiera a varias
operaciones de reasignación de género y resultaran fallidas. Según reseñó The
Huffington Post, Verhelst, de 44 años y quien nació mujer, argumentó tras las
operaciones que “mis nuevos pechos no coincidían con mis expectativas y mi pene
tenía síntomas de rechazo”. Verhelst murió en un hospital de Bruselas.
3. Italia– Eluana Englaro murió en
2009 tras ser desconectada de la máquina que la mantuvo con vida durante 17
años. Su caso fue uno muy mediático debido al pedido de su familia por
desconectarla. De acuerdo al diario peruano El Comercio, en 1992 la mujer había
sufrido un accidente automovilístico que la dejó en estado vegetativo[2].
4. Holanda– Una mujer de 70 años se
sometió a la eutanasia a causa del “sufrimiento insoportable” de ser ciega,
reseñó el diario peruano El Comercio. La mujer, que no fue identificada, nació
con problemas de visión y se había intentado suicidar varias veces tras la muerte
de su esposo.
Las razones en contra se exponen a
continuación:
1. La Vida no es un derecho, sino
el sustrato de los derechos: ¡tenemos derechos porque estamos vivos! La Vida,
como la Libertad, son bienes de la humanidad, por eso no pueden eliminarse ni
siquiera a petición del individuo: nadie puede pedir la muerte, como nadie
puede entregarse como esclavo voluntariamente. Son derechos irrenunciables. Hemos
retirado a los jueces el derecho a decidir sobre la vida de los asesinos y se
lo quieren arrogar ahora para decidir la vida de los inocentes.
2.- La eutanasia activa -suicidio
asistido- no es un respeto de la libertad de la persona, sino la decisión de un
tercero -legislador o juez- sobre qué vida merece la pena ser vivida (o le
merece la pena a la sociedad que continúe viva). Es la peor de las
discriminaciones: clasificar las vidas según su utilidad o calidad. ¿Quién
decidirá qué sufrimiento puede acceder a la eutanasia?: el cáncer de próstata,
la depresión o incluso la quiebra financiera.
3.- La eutanasia es el fracaso de
la sociedad: cuando un enfermo pide la muerte (todos hemos gritado alguna vez:
¡tierra trágame!), lo que está pidiendo es ayuda y más cariño. Si se le da la
razón y se le “concede” la muerte, se le está diciendo: es verdad, tu vida ya
no merece la pena, nos estorbas, nada más podemos hacer por ti.
4.- Nunca puede ser digna una
muerte provocada -ni puede ser digno provocarla-: la muerte digna es aquella en
la que se trata al paciente como persona, al margen de sus condiciones vitales,
rodeado del cariño de los demás y poniendo a su disposición los cuidados
paliativos pertinentes. La eutanasia nunca puede ser considerado un acto
médico, porque no persigue ni la curación ni la reducción del dolor; es un acto
anti-médico: persigue la muerte.
Sobre las posturas a favor de la Eutanasia:
Dicho lo cual, es importante
reconocer y entender que, sin importar la circunstancia, una de las cosas más
valiosas que tenemos es nuestra capacidad de pensar, decidir y hacer. Al nacer,
es claro que estamos en un proceso de adquisición autónomo, y es ese mismo
valor humano el que nos impulsa siempre a ir más allá, a ejercer un criterio en
cualquier momento de nuestra vida y que, al estar nosotros conscientes de
nuestra limitación humana, de lo que significa que seamos, como especie,
trascendentes, pero como individuos, seres que dejan huella, que aprenden y
aportan al mismo tiempo, es algo realmente valioso. Esta capacidad, cortesía de
nuestra esencia humana, es lo que nos pone a reflexionar nuestra finitud,
nuestra mortalidad y nuestra vida como tal. Porque de un modo u otro, tenemos
propósitos, y sin la oportunidad de decidir, todo eso se pierde; ¿sería justo,
pues, pensar que estas oportunidades existen cuando no tenemos control y
elección en una vida de sufrimiento?
Es por esto que una persona, sin
importar la situación que la embargue, tiene el pleno derecho de decisión.
Porque generalmente la eutanasia no se decante por una omisión de facultades
mentales (el sufrimiento no está enteramente ligado a ello), sino al hecho de
que hay un constante dolor que debe ser sanado, eliminado, para el ulterior
disfrute de la vida misma. Por consiguiente, la persona que se halla inmersa en
el centro de la circunstancia, tiene derecho para decidir, aun a costa de los
factores que la rodeen, si continúa con lo que tiene o desiste de intentar
vivir de manera “parcial”. Tiene ese derecho, es humano y no hay por qué
arrebatarle la oportunidad.
Sin embargo, también es claro que
pueden darse situaciones en donde la decisión se subsume en un contexto que es
difícil de definir, resolver o incluso dialogar. Considerando el mundo actual,
la poca tolerancia hacia los temas adversos y la discriminación que puede darse
en cualquier momento, lugar y tiempo dificultan un poco la meditación de tan
delicado tema, llevando al médico y a su paciente a situarse en un dilema. No
siempre es fácil encontrar la respuesta, y cuando hay confusión, se puede
contar con herramientas guía que contribuyan a la clarificación de supuestos
bioéticos que impidan una solución pronta, eficiente y benéfica para todos.
Hablamos de preservar un bien, y la confusión e ignorancia no son precisamente
herramientas que ayuden a un ambiente más proactivo y sano.
A este respecto tenemos claro que,
como dijimos arriba, una persona tiene la plena capacidad para decidir si
continúa con su sufrimiento o si le pone fin. Además de la decisión que los
atañe a él y al médico que lo atiende, debemos tener muy en cuenta que, al ser
una sociedad que proclama y defiende los derechos humanos, tenerlos en cuenta
en situaciones críticas es un buen modo de preservar la libertad de
pensamiento, acción y ejecución de soluciones y decisiones, por más fuertes que
éstas sean. Algo fundamental que el médico deberá valorar a la hora de terminar
con la vida o preservarla será el alcance de la enfermedad que origina tan
delicada situación.
Aunque en ocasiones no contamos, de
primera mano, con oportunidades que deban reflejar la calidad de vida que
esperamos, es importante medir y valorizar si lo que tenemos es lo justo y si
corresponde a lo que queremos y podemos atesorar, porque de lo contrario, el
sufrimiento tendría un peso moralista inquietante. De este modo, la idea de
conservar la “existencia” sin plenamente entenderla ni disfrutarla, no es algo
muy sensato que digamos.
¿De verdad es tan justo, equitativo
y racional conservar una existencia que no permite sentir lo más mínimo? ¿Hasta
dónde llega el beneplácito de tan terrible condena? Si bien es claro que los
parámetros de juicio se ven comprometidos al momento de concientizar nuestra
mortalidad, también es válido respetar que la poca capacidad de actuar y
decidir sobre algo carece de honor, dignidad, respeto y libre albedrío. Porque
es sobre éste último que mucho de la esencia de la eutanasia se mueve; en un
mundo donde el placer de la vida está en el goce de cada momento, de cada
visión, alegría, sensación, sonido y más, la eutanasia, que sería la
prohibición última de estos instantes, adquiere una peligrosa connotación al
ser una “solución antagonista” del tema.
Habiendo expuesto esto, podemos
pensar que una vida que no se disfruta desde luego no es vida. Y aquí podríamos
apelar a un segmento biológico más sutil: ¿es únicamente vida el movimiento, el
placer sensorial? ¿Qué hay del aspecto emocional? Está íntimamente vinculado
con la libertad de ser y hacer. Si no disfrutamos lo que tenemos, ¿qué gozo,
qué beneficio hay? Sin la vida como tal, el hombre se convierte en un estudio
en sí y por sí. Una cuestión objetivizada con la que los médicos se topan todos
los días, y que aquí vuelve a encontrarse es la idea del ser humano como objeto
de estudio. Muy redundante, quizá, pero cierto en estos campos de la ciencia.
Si la vida como tal es omitida, ¿qué queda de ese ser humano que yace en una
cama o se encuentra lacerado y busca una opción para ponerle fin a su problema?
¿Qué queda realmente?
Ahora bien, si la situación es de
verdad tan grave, no habría razón en despojar al hombre de sus decisiones,
posibilidades y acciones; una persona que se encuentra en un momento de vida o
muerte no supone que no tenga la habilidad, o más aún la capacidad, para
superar la adversidad y decidir por sí sola qué es lo que desea.
Sobre las posturas en contra de la Eutanasia:
Si ya antes hemos venido comentando
la importancia del ser humano en el control y dominio de su propia existencia,
de sus facultades y acciones, convendría ahora aproximarnos a la otra cara de
la moneda: el problema de la eutanasia. El reverso de la situación nos plantea
que la vida no es como tal ni un beneficio, ni una virtud, ni un derecho, más
bien es la consecución de éstos. En otras palabras, y para que no suene tan
positivo, diríamos que el lado “oscuro” de la eutanasia, como fenómeno social
que nos orilla a repensar nuestra humanidad en las circunstancias éticas más
dudosas, nos dirá que la vida, por sí, es una derivación efectista de los
derechos humanos. El tener derechos proviene simplemente del hecho de que
estamos vivos, mas no porque hagamos o merezcamos cosas. Y esto, si lo vemos de
lejos, suena bastante frío y tajante.
¿Por qué es frío y tajante?
Sencillo: el lado serio de la eutanasia bloquea los derechos del ser humano en
favor de sus decisiones, aun si éstas son acabar con su vida o no. Hablamos de
una perspectiva que no se toma ni el tiempo para repensar las cosas sobre lo
que significa la libertad en el sentido más estricto ni las consideraciones que
refieren al libre albedrío, sino que se trata de un aspecto que ignora por
completo la parte “bonita” de lo que significa ser humano como tal.
Entonces, el mensaje de fondo es
“El ser humano tiene libertad, pero no puede usarla para acabar con su vida”.
Lo queramos o no, esto lidia fuertemente con cuestiones éticas de primer orden.
Porque, para empezar, se nos entrega la libertad, ¿qué necesidad habría de
coartarla? ¿De limitarla? Eso no es realmente libertad de ser y hacer; es un
contrasentido, porque lo que esta “máxima” nos indica es que debemos, y en todo
caso el ser humano que se encuentra en medio del conflicto, respetar nuestra
existencia, por más dolorosa y fuerte que se ponga.
Eutanasia. Ahora vemos una parte de
su polémica y por qué fue tan discutida hace unos años. La premisa de que el
ser humano se vuelve limitado en el instante en que atenta contra su
existencia, surge un “estatuto” que se encarga de asegurar su continuidad como
especie; se elimina la posibilidad de negar la vida en todo momento y
situación. Lejos de una “cristalización” como un sutil intento por preservar la
vida a costa de denunciar la muerte, la eutanasia, en su sentido más estricto,
podría plantear la prohibición de abandonar los derechos humanos. De la forma
más simple, resulta paradójico; de la manera más reglamentaria, hablamos de un
poderoso esfuerzo por darle una profunda significación a nuestra existencia.
Entonces, ¿qué es aquí realmente lo más sensato?
Para complicar más este asunto de
si la eutanasia priva o no al ser humano de sus derechos, aun a costa de velar
por su vida, encaramos el hecho de que, siguiendo los aspectos negativos,
quitarle o no a una persona su vida muchas veces se manifiesta como una
decisión que recae en terceros, especialmente por el detalle de las facultades
mentales empleadas para decidir. Ahí, ¿qué derechos hay? ¿Realmente hablamos de
un proceso de sensibilización hacia la persona que sufre, o hablamos más bien
de un caso implícito de egoísmo imponente, impositivo y subversivo que elimina
cualquier rastro de individualización en beneficio de lo que está socialmente
aceptado? Muchas veces las decisiones de un individuo pueden verse afectadas y
la inclusión de un tercero como agente ejecutor no mejora la perspectiva
general.
Como mejor, el panorama puede
volverse tan complejo como queramos, y apoyar una u otra postura es difícil por
la consecuencia que acarrea. Y el problema no se detiene aquí: ¿cómo determinar
qué circunstancia amerita la eutanasia y cuál no? Y si le rascamos más al tema,
encontramos que, implícitamente, se piensa en el ser humano como un objeto que
hay que controlar a costa de preservar su existencia. Nuevamente, una
contradicción. Si la meta es mantenerlo vivo, ¿por qué, entonces, habría necesidad
de subyugarlo? ¿O limitarlo cuando esa persona busca, por su propia cuenta, un
escape? Este lado de la eutanasia, si bien es claramente restrictivo, y quizá
coercitivo en las decisiones éticas, muestra que la vida misma, para ser
preservada, conservada hasta el final, debe ser acotada en sus últimas
consecuencias, ya que la eutanasia la mide, y lo dijimos arriba, con base en la
utilidad que dicha vida puede ofrecer, y esto por ponerlo eufemista; si
habláramos de un caso donde la utilidad no es tan relevante, entonces
socialmente se incluye la calidad de vida y aquí nos topamos con un imponente
muro que nos cierra el camino a nuevas alternativas. La eutanasia, al ser
procurada, presenta reglas que no son fáciles de ignorar.
Es esta situación la que tentativamente
daría el “cariz” de dualidad en la eutanasia. ¿Es que puede la vida puede
clasificarse? O más bien, ¿debe la
vida clasificarse? Este breve esbozo de ideas apuntan a un marco teórico-legal
sobre una situación contextualmente médica; aborda de pasada el tema emocional
pero no lo enfoca de manera central. ¿Qué pasaría si, por un momento, lo
hiciéramos? Y con el ámbito emocional hablamos de la sensibilidad como objeto
de análisis psicológico.
Probablemente -y no quiere decir
que sea un hecho-, cuando se da un caso de eutanasia, la primera respuesta de
la sociedad es medida, ajustada, programada y realizada. Luciría un tanto
“mecánica”, pero, ¿y si desmenuzáramos el asunto desde su apartado psicológico?
En otras palabras: generamos la controversia en pos de si el paciente merece o
no tener su libre albedrío, incluimos insertamos un tercer juez a la ecuación
porque, en primera instancia, creemos que así la justicia prevalecerá, pero si
en lugar de responder de inmediato nos detenemos a analizar las implicaciones
psicológicas. No lo hemos hecho. Hemos analizado las posturas ético-médicas sin
ver algo más, ángulos nuevos que ofrezcan perspectivas frescas de la situación.
Ahora es tiempo. Comenzamos este nuevo terreno con la pregunta: ¿Qué necesitará
el paciente que solicita o no la eutanasia? ¿Qué es lo que pide entre líneas que en principio no vemos,
por las razones que sean, y no actuamos en consecuencia?
Puede ser que el paciente sólo
necesite atención, incluso cariño, comprensión y apoyo. En este sentido, que
podría considerarse una tercera cara del tema de la eutanasia, podría verse a
ésta como un intento fallido de “re-agrupar” o reintegrar a un indefinido grupo de personas en una lucha común.
¿Será que la sociedad no cumplió sus metas o que ha dejado de lado el propósito
de su esencia como especie? En un mundo donde se prioriza la regla sobre el
sentimiento, fácilmente se nos podría confundir con autómatas, robots o algo
semejante; ¿dónde hemos dejado nuestra humanidad?, y más importante aún: ¿por
qué parece que la hemos abandonado?
Esta cara de la Eutanasia es
preocupante, pues dejaría ver el aspecto más cruel de la humanidad, que es el
bienestar común. ¿Por qué renunciar a lo más preciado que es la vida misma?
¿Por qué no convencer a esa persona que sus acciones, deseos, pensamientos,
voluntad y proyecto aún tienen un motivo? ¿Por qué no decirle que no se rinda,
que es importante y valioso? La eutanasia, en su lado más oscuro, nos lleva a
ignorar estas cuestiones, a dejar de lado el amor al prójimo.
Casi como pensar que la eutanasia
nos da la vía fácil, la vía libre sin pensar en los sentimientos, en el apoyo y
el bienestar humano aun en las circunstancias más delicadas, y seguro las habrá
siempre, pero en vez de aceptarlas y tomarlas como la única alternativa
posible, debemos concebirla como lo opuesto: podríamos ver en la eutanasia esa
oportunidad de recuperar nuestra humanidad haciéndola a un lado. Si la
aceptamos y la cumplimos, le damos a la humanidad desesperanza, rendición y
falta de fuerza para seguir con los infortunios de la vida. No debemos pensar
así. Necesitamos canalizar la situación hacia progresos humanos de calidad que
generen un profundo y genuino gusto por la vida.
Este problema de la sensibilidad,
que viene implícito, acarrea otro igualmente delicado: ¿Por qué abordar la
Eutanasia desde la postura médica si tiene más carga ética que otra cosa? Si en
determinados momentos pensar la vida es pensar la muerte, la eutanasia da un
vuelco al panorama cuando se presenta como un método irremediable de omisión
humana, un momento donde lo importante, parecería, es ver al paciente como
objeto de polémica social, un instante de reflexión discorde y egoísmo
publicitario con fines manipuladores dirigidos únicamente a demostrar la
naturaleza verdadera de la eutanasia. ¿Debe esto ser así? Tentativamente diría
que no.
Cuando digo que pensar la vida es
pensar la muerte es porque ése es el objetivo lineal del concepto que aquí
analizamos. La eutanasia, en su sentido último y puro, es la muerte. Morir o
matar, que sólo en perspectiva hay diferencia, pero tratándose de objetivos,
son básicamente el mismo acto. ¿Por qué, entonces, habría que pensarla,
meditarla e incluso valorizarla, si de origen, va contra todo lo que representa
el ser humano? ¿Por qué?
Como dijimos al inicio, las
definiciones otorgadas por las máximas instituciones representantes del
fenómeno, hablan, al final, de una sola cosa: muerte. Cómo lo repensemos o
manejemos, ya será cosa de cada quien, pero una cosa es clara: la eutanasia,
para bien o para mal, significa, representa y profesa muerte. ¿Necesitamos
decir más? A estas alturas, sería cínico, pero quizá ilustrativo, decir que la
necesidad muchas veces orilla a tan terrible situación. No hay excusa, no hay
justificación, pero sucede.
Hasta el momento, hemos construido
nuestro análisis en relación a un paciente, siempre pensando en alguien de edad
avanzada, o quizá alguien ya tuvo una vida. Así no sería tan difícil de
enjuiciar el caso, pero ¿qué pasaría si pasáramos al ejemplo de un feto o
alguien que está camino a empezar una vida? Sentiríamos feo, ¿no? La eutanasia
no cambia, el individuo sí, y sus circunstancias sólo se agravan, pero
finalmente hablamos de una situación con los mismos niveles de intensidad,
aunque en matices distintos.
Teniendo ya ambas caras de la
moneda resulta más polémico y difícil decidirse por uno u otro bando. No
obstante, recordemos que la postura principal aquí. ¿Estar a favor o en contra
de la muerte? La eutanasia, en esencia, está a favor de la muerte. Sí, ya que
se lee suena grave, mortífero e incluso atemorizante. Ya sea que aboguemos por
la atención al paciente o por ignorar sus peticiones, la eutanasia
irrevocablemente se encamina a un solo fin: la muerte. Y como en algunos
hospitales se ha comentado, la muerte es muy definitiva; la vida, en cambio,
está llena de posibilidades.
Dicho así, resulta mucho más
llamativo abogar por la vida, por el crecimiento, por la salud, la paz personal
y la prosperidad. Parece que vale más pelear por seguir luchando por existir,
porque, ¿qué sería la humanidad sin las ganas de sobrevivir? Paradójico,
seguramente sí. Sin embargo, puede que exponer desde un principio el estar a
favor de la eutanasia nos abra los ojos a todos. Esto principalmente porque
abogar a favor de un tema tan difícil de tratar nos hace valorar la vida misma,
añorar, aun en plena posesión, aquello que siempre disfrutaremos, en todo
momento. Además, la eutanasia despierta el análisis de un aspecto que abordamos
arriba pero que ahora sacaremos directamente: ¿Por qué jugar a tener el control
sobre lo ajeno? ¿Es que la eutanasia es un estado psicológico donde creemos
tener el poder sobre la vida ajena?
Si hablamos de un anciano, incluso
un señor comenzando la tercera edad, que tiene la mitad de posibilidades de
vivir y se le presenta la eutanasia, los debates adquieren un matiz gradual
donde tomar decisiones requiere tiempo y una perspectiva objetivista, pero es
mucho más sencillo repensar una situación así que si habláramos de un feto en
proceso de nacer, o incluso un infante en sus primeros años. Son circunstancias
diferentes y las oportunidades de vida cambian totalmente. Lo relativo toma
lugar.
Parecería una contradicción que, si
hablamos de que la eutanasia debería considerarse fuera del ámbito médico,
pensemos que está íntimamente ligada al asunto. Y es que, si bien debemos
separarla, probablemente sea porque su naturaleza tan discutida se desarrolla
fuera de los parámetros médicos -aunque ahí tenga raíces- y se instala más bien
en un contexto puramente ético. ¿Permitir la vida de una persona enferma o
darle fin? Hablamos un tema con fuertes matices políticos. Y posturas aquí,
posturas allá, un bando se debe tomar y bajo razones sólidas.
Sin embargo, la idea de nuestra
mortalidad, como lo mencioné ya en algún momento, nos lleva a reflexionar la
causalidad de la eutanasia, porque el terminar una vida, decimos, está
invariablemente ligado al hecho de que, a nivel de salud, algo no está bien
corregido. ¿Sería como decir que la medicina no ha encontrado las respuestas a
ciertas enfermedades y por lo tanto la eutanasia sería una respuesta pronta
presupuestal a la situación?
Sería una manera burda de verlo. No
obstante, es un hecho que en las sociedades del mundo el tema no pasa
desapercibido, sobre todo porque roza abruptamente temas sociales (¿qué
implicaciones éticas y personales tiene?), temas humanitarios (¿adónde nos
conduce esto?), y cuestiones políticas (¿qué sistema nos representa que
construye reglas con base en el tema?). Y con sistema hablamos de un conjunto
de “equilibrios sociales” que regulan los principios humanos que nos rigen a
todos, y que en ocasiones los adecuan en beneficio de la hipótesis de si la
eutanasia plantea un bien a la humanidad.
Intentando no ser repetitivos aquí,
dijimos que de entrada nuestro discurso le abre las puertas al tema, por más
oscuro que pudiera parecer. Hacer eso implica, probablemente, aceptar de inicio
que la temática aunque dura es necesaria. No es algo nuevo: la muerte, como
símbolo humano, ha existido desde el principio de los tiempos. Por lo tanto, es
totalmente justo decir que la eutanasia se juzga a partir de reglas modernas,
de estatutos que se han ido incorporando con el paso de los siglos a la
sociedad en general. Algo semejante se puede decir del desarrollo ético y
moral, parámetros humanos que nos piden mirar a la eutanasia con ojos
suspicaces y repensar si su papel en la sociedad es el adecuado. Si debería
existir o debería ser omitida. Todo yace en su función, en su utilidad. La
muerte.
Recordemos que en la antigüedad, la
eutanasia giraba en torno al sacrificio en las culturas incipientes, después
pasó a formar un eje principal en la religión como preocupación por la vida
superior y la trascendencia humana. Ahora, con la medicina consolidándose
diariamente, no podemos menos que preguntarnos qué papel debe jugar el tema.
Eutanasia, simple y llanamente, muerte. Ni más ni menos. Estar a favor implica
adorar lo opuesto a la vida. Pero, dándole a esto un giro “retorcido”, hay un
punto positivo aquí: la eutanasia prepara el camino a la otra vida. Para los
creyentes, esta puede ser una alternativa favorable, pues la eutanasia abre
camino al concepto de la preparación espiritual.
Así, ha habido desde posturas
religiosas hasta científicas como las de Francis Bacon o incluso la de Charles
Darwin. Esto viene de consuno con lo que comentábamos sobre las formas
históricas de ver la eutanasia, como la ciencia: ya se practicaba, ya se
conocía, ya se analizaba, se “culturizaba”, pero no tenía definición aún. Ahora
que le damos parámetros humanos pensamos en modos de ajustarla a las reglas
modernas, pero si de origen iba más allá de esto, ¿por qué ahora tendremos que
juzgarla con lo “nuevo”? Casi como juzgar a la ciencia desde su origen, cuando
el mismo es analizado para pensar y descubrir si lo que se practicaba era
ciencia. En principio decimos que sí, porque no por no poder darle un nombre a
algo en sus inicios, significa que es distinto. Es un cambio de pensamiento
sobre el “objeto de estudio”, no al revés.
La eutanasia fácilmente puede
entrar en esto. Pensar en cómo surgió nos permite reformular su función, no qué
es. Así, su choque con la ciencia moderna no pasó desapercibido. Quizá, y sólo
quizá, en vista de la sobrepoblación puede considerarse como una alternativa
final, pero sólo cuando no hay más opción. Creo que la eutanasia, aunque es
necesaria, necesita ser repensada desde su lugar en la sociedad, porque si por
cuestiones relativas hablamos, nunca le encontraremos un lugar justo, adecuado
y en el cual embone a la perfección.
Creo que es importante conjuntarla
con los pilares humanos: ver qué campo de acción puede ofrecer y cómo puede
aportar cosas profundas, duraderas y trascendentes a la humanidad. Porque sería
muy fácil decir que se puede estar en contra, pero en momentos de necesidad,
todo cambia: la percepción, las reglas, el entorno, lo que defendemos, por qué
lo defendemos y por cuánto tiempo.
Conclusión
Finalmente, si estamos a favor de
la eutanasia, pensar en la dignidad humana es considerar la dignidad por sí y
en sí dentro del ser humano. Muy independiente de las cuestiones que rodeen la
situación. Hablamos de que la eutanasia, en primera instancia, defiende el que
la muerte debe ser respetada, y cuando toca, toca. Sin embargo, creo que la
eutanasia nos orilla a analizar nuestra causa. La razón por la que como
humanidad seguimos procreando es por el temor a la muerte, pero ésta es parte
natural de la vida. Esta nos ayuda a valorar la existencia, y no es más que una
vía de análisis, de profundización por aquello que diariamente aprovechamos.
La eutanasia permite un espacio
psicológico en el cual tenemos la oportunidad de analizar nuestra vida, y desde
una posición puramente científico-ética, valorar con aciertos y errores lo que
hemos hecho, atribuir la importancia debida y positiva a los que nos acompañan
día con día. La eutanasia no es solamente “¡muérete!”, sino que puede verse
también como un momento de aprecio, de valor, de coraje, de aceptar lo que
hemos hecho, lo que hicimos en el pasado y lo que nos llevamos para siempre. La
eutanasia es simbólica, es la prueba de nuestros logros en vida. Lo que hicimos
o no, no sólo si todo terminó, sino de qué manera lo hizo.
Así, contrario al posible matiz
satánico que en su momento pareció conllevar, podría mirarse a la eutanasia con
nuevos ojos, con la esperanza de ser vista como un símbolo definitivo de la vida
misma, más allá de que refiera a la muerte por de facto.
Por un lado tenemos la
perspectiva de que la eutanasia nos brinda la posibilidad de elegir qué destino
seguir, entonces la relevancia de nuestras acciones cobra mayor importancia, y esa mella
que nos deja el tema es un legado importante, y como humanidad, es invaluable.
Mientras que, por el otro lado, lamentablemente la eutanasia es vista como un
cáncer ético-social que no trae más que muerte; los prejuicios de la humanidad
aquí encuentran sustento político y como catalizador, da motivos para pensar si
realmente es benéfica y beneficiosa en sus principios y su haber. Al final, es
un tema importante que da mucho para discutir y que lo hace vigente.
hay varias formas de ver este tema
ResponderBorrara) como enfermo
b) como familiar
c) como doctor
d) como iglesia
e) como estado
lo que en verdad nos impora es como lo vea el paciente y los familiares de éste.
Una enfermedad crónica no se presenta de la noche a la mañana, el paciente tarda años padeciendola, aunque también tenemos el caso de las neoplasias (cancer), el enemigo silencioso que muchas veces cuando se detecta ya no tiene "cura"; sin embargo los meses que le quedan de vida al paciente son de mucha agonía y dolor.
Si nos ponemos en el lugar de el enfermo, tantos años de estar sufriendo, de no sentirse como personas completas, de sufrir de ser una carga para los demás y si estan en pleno uso de sus facultades mentales por que no morir dignamente?, por que no pedir que ya no quieren que intenten prolongar esa terrible agonía.
Pero si lo vemos por el lado de los familiares, haríamos todo lo posible por tenerlos con nosotros SOLO UN DÍA MÁS, no nos importaría estar con ellos cuidarlos, pero llega el momento en que pedimos e imploramos que cese su dolor, que no sufran más, ¿como vamos a ver sufrir a alguien que amamos con todo nuestro corazón? si no tiene remedio su enfermedad por qué prolongar su agonía?.
Tema muy controversial, inclusive en las aulas de las facultades de medicina.
Quizás sería justo decir que la eutanasia empieza su controversia desde la concepción occidental de los derechos y las libertades. Primeramente porque la eutanasia en países musulmanes no existe, es pecado, es ilegal y punto. Acá de este lado del charco existe cierta ambigüedad laica (porque aún no hemos podido arrancar del todo esa verruga virulenta llamada clero) y se puede dialogar con términos más prácticos como la ética. Pero la ética también aplica a las libertades del individuo, y las libertades del individuo están por decirlo así, sujetas a su vida. Al término de su vida se acaban sus libertades ¿no? Si ese fuera el caso, todo testamento y voluntades post-mortem carecerían de fuero en el registro civil y si es cierto que muchos hacen caso omiso de dichas voluntades, en el marco de la legalidad cívica se respeta y regula aún años después de fallecido el cliente. Entonces, si los derechos se pueden impugnar después del deceso sin necesidad de ouija, con ayuda de formas fiscales, ¿por qué no habría de gestionarse esa misma voluntad de querer terminar una agonía por voluntad propia?
ResponderBorrarComo yo lo veo, la eutanasia no es muy diferente del suicidio: una persona, por las razones que arremeten a su conciencia, decide poner punto final a su vida. Si el individuo fracasa en su intento se le arresta por intento de homicidio, puesto que aún se cataloga como una forma de asesinato y el asesinato es penado. Pero ¿y si logra su objetivo? ¿Qué van a hacer? ¿Condenarlo a muerte? Ya se mató.
Hay quienes argumentan que son problemas mentales y carencias emocionales las que empujan a una persona a quitarse la vida. Lo cierto es que no es claro cuál es el motivo que empuja a alguien a terminar su vida, y no podemos juzgar dicha decisión como si de nosotros dependiera la justicia divina. Muy moralinos pero ya andan jugando a ser Dios… o Alá, o Ra, o Mictlantecuhtli, o Amatseratsu o escoja usted la mitología de su preferencia.
No existe tal cosa como la Autoridad Moral, no en el carácter humano —el que diga lo contrario sólo se está mintiendo a sí mismo—, nosotros nos regimos por normas y leyes y, unos menos aún, por civismo. Parte de la civilidad contempla la empatía como herramienta de respeto a las decisiones del otro y su sana convivencia. Si no es por este apartado, toda discusión alrededor del derecho de un paciente por dar fin a una calidad de vida que le resulta lamentable es estéril.
Para no extender más en el panfleto, voy a decir que les recomiendo ver “Mar Adentro” con Javier Bardem que plantea un muy respetable discurso sobre este tema desde el punto de vista del paciente. Y con ese tenor puedo concluir que al final al único que compete esa decisión es al paciente y a nadie más.
Si yo fuera un vejestorio decrepito, arrugado, feo, enojado, lleno de pus y hundido en la porquería, preferiría que me matarán al instante en lugar de que tengan dilemas morales, le pese a quien le pese.
ResponderBorrarAntes que nada quisiera felicitarte por tu excelente investigación. Me agradan más los ensayos que las opiniones de las películas. El ensayo da más libertad de opinar mientras que de las películas, si no la has visto no se puede opinar nada atractivo.
ResponderBorrarMe considero totalmente a favor de la eutanasia. Supe hace poco de un caso en Suecia (si no me equivoco), que aplicaron la eutanasia a una paciente de 17 años con enfermedades psicológicas (una fuerte depresión derivada de una violación múltiple, ante la cual luchó por años, hasta que simplemente se cansó de sufrir). Tenemos el entendido de que la eutanasia sólo aplica en casos que originen mucho dolor físico al paciente, o que lo vaya a tener a causa de una enfermedad mortal. Sin embargo, las enfermedades de la mente también deberían ser tomadas en cuenta. Lo digo desde mi caso como una persona que fui diagnosticada con depresión y ansiedad. Hubo una etapa de mi vida en la que el suicidio estuvo fuertemente considerado como la única salida a todos mis problemas. Sin embargo continué con el tratamiento y salí adelante, aunque a veces se tienen recaídas que desgraciadamente nadie entiende o soporta. Esto me ha generado problemas en la parte laboral, sentimental y familiar. Una de las causas que me detuvo a llevar a cabo el suicidio fue pensar en mis padres, sin embargo yo sufrí demasiado. No podemos negar que un suicidio sería terrible para los que nos quieren, pero, ¿no en caso de una muerte por eutanasia le daría paz al enfermo y una mejor asimilación de la pérdida del ser querido a los familiares? Estoy segura de que sí. Aunque también me entra remordimiento al pensar en las personas que tienen cáncer, por ejemplo, que quieren una oportunidad para seguir viviendo, mientras que otros por depresión no queremos seguir en este mundo. Cualquiera diría que estás desperdiciando tu vida, que “le eches más ganas y salgas adelante.”
Concluyo en que la decisión de acabar con tu vida pertenece únicamente a la persona enferma. Nadie va a ponerse en tus zapatos ni entender tu sufrimiento físico y mental.