La autora y educadora Ainoa B. Alsina presenta en No es suerte, es Esfuerzo, un obligado manual para cualquier persona involucrada en la educación.
9.0
|
Tipo de artículo:
Análisis Pedagógico-Filosófico
Como lo expresé anteriormente, he estado ocupado con varios proyectos. Ahora toca el turno al que considero un gran reto teórico y es No es suerte, es Esfuerzo. Bien, empezaré por decir que el presente libro me maravilló,
me provocó epifanías internas, me causó debates personales, me hizo reír en muchos
puntos, me dejó muy pensativo en otros, pero nunca (en serio NUNCA) me dejó
indiferente y eso, es lo más importante. Habiendo aclarado que el presente
libro me gustó, hablaré al respecto de él, pero advertir debo que no prometo
seguir un orden o una estructura, sino que en la mayoría de los párrafos de
este artículo encontrarás muchas ideas sueltas cuya meta principal es el “escupitajo”
de réplicas.
Si bien no es mi tema principal, me costó mucho otorgarle una calificación
y eso sí, abordaré esto de la manera más filosófica posible; en otras palabras, no seré muy exacto, pero sí procuraré construir un homenaje a esta grandiosa obra.
A comenzar…
Dejo abierta una pregunta por si gustas respondérmela en los comentarios:
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Dejo abierta una pregunta por si gustas respondérmela en los comentarios:
¿O el alumno es inteligente o el profesor sabe transmitir su conocimiento?
Estoy muy de acuerdo con que este libro (como reza el subtítulo de
la portada) es un manual imprescindible porque realmente lo creo así. Ainoa
no solamente pavimenta un camino teórico-práctico que no le debe nada a cualquier
teoría previa de pedagogía, sino que incluso sienta las bases para futuras
aportaciones en el campo; conducida por una pasión y claridad inusuales a la hora
de compartir sus conocimientos, la autora también se ve propulsada por una
auténtica pasión caracterizada por una estructura, entereza y criterios poco
comunes.
Todo educador (papás o docentes) que busque inmiscuirse en el arte
de enseñar DEBE leer este libro, pues Ainoa aborda en él tópicos pedagógicos
conjugando, simultáneamente, la nutrición, la educación física, tangencialmente
la filosofía, pero mucho la psicología a través de ejemplos lúdicos y saberes
difíciles que aquí aparecen condensados, posteriormente diluidos, y que no
podrían haber sido transmitidos de otra forma que con la misma pasión que Ainoa
le imprime a cada palabra, renglón, párrafo y capítulos aquí incluidos.
Con este libro la eminente escritora deja en claro que el trabajo de
la educación nos compete a todos desde el hogar, siendo evidente el hecho de
que estamos ante una propuesta que va más allá de los límites teóricos de la
pedagogía como ciencia última, pues alcanza los pilares de la psicología, un
poco la filosofía y además la nutrición, todo ello sin perder el rumbo y
demostrando, con mano firme y un gusto por su arte, que todo está en el esmero
que uno le quiera dedicar a las cosas. No
es suerte, es Esfuerzo recorre un camino común y
único a la vez. Un camino con una asombrosa facilidad a la hora de compartir el
conocimiento y una constante y mágica sensación para hacerme ver como lector que,
si le dedico el esmero correcto, todo lo relacionado a la educación puede ser
posible, siempre y cuando tenga las herramientas correctas. Fascinante y grandioso
libro de educación.
Como el mismo prólogo lo enuncia con exactitud “[…] Ainoa ha
encontrado en su libro un equilibrio perfecto entre estos dos elementos. Su
experiencia no solo como madre, sino también como educadora de adolescentes le
ha proporcionado gran cantidad de observaciones y experimentaciones, un
bagaje de mucho valor y riqueza.” Y el
haber sido capaz de plasmar ese conocimiento comprobado en el aula de clase a
este libro con la claridad que lo hace demuestra una consistencia sin igual,
porque Ainoa me va guiando, me indica y conduce por donde quiere ir siempre
teniendo el claro que la meta de la educación está respaldada por un esfuerzo.
¿Cuál? Enseñar.
Pero ¿cómo enseñar? Con esfuerzo, con entereza, con experiencia y
con amor tanto por lo que instruimos como por quien nos escucha. Y su escucha
es muy profesional, porque escribir este libro requiere —curiosamente— mucho
esfuerzo, claridad en el objetivo, y más que nada, haber trabajado con jóvenes
por mucho tiempo. Ella lo hizo y compartió sus impresiones, lo que me lleva a "comprobar" lo que vengo comprobando desde hace cuatro o cinco años: todos
tenemos inteligencia, la variación está en el tipo de inteligencia.
Unos serán buenos para los
números, otros serán buenos con los espacios, otros con la ciencia, otros pocos
lo seremos con las palabras, y así sucesivamente. Además del tipo de inteligencia
involucrado y cómo impacta en el desempeño del estudiante, está el componente
emocional, que juega un papel más que trascendente en esto, porque al ir de la
mano permite o impide que el estudiante alcance su mayor desarrollo. Si él no
cree en sí mismo, ¿qué efecto positivo provocará si los demás sí?
De consuno con esta problemática tan
vigente en nuestros días, está el que la actualización de instituciones, patrones y organismos educadores plantea nuevas problemáticas que hace veinte años eran solamente un sueño, hoy son una realidad dura y pura que está a merced de la cotidianidad y que, por lo mismo, dificulta en otras vías la posibilidad de enseñar en el sentido más puro y auténtico de la palabra.
Y por ello no siempre es posible ayudar si quien lo necesita no lo
busca. Pero eso no impide apoyar de manera “omnipresente”: estar presente,
aunque al margen. Porque si es verdad que los educadores deben siempre estar al
pendiente de lo que ocurre dentro y fuera del aula de clase,
es palmario el que la mente del adolescente es un misterio y solamente queda la
esperanza de la comunicación. Y aunque “el hambre agudiza el ingenio” es cierto, no me gusta porque refleja un sentido crudo y una verdad latente: en
momentos críticos, nuestro verdadero yo aflora, suprimiendo, sino totalmente, sí en su mayoría nuestro pensamiento
racional, porque nos invade el instinto humano más básico: las ansias de
supervivencia. Pero esto último es harina de otro costal…
Precisamente porque son otros tiempos y el nivel de
credibilidad no es algo absoluto —o al menos no me lo parece—, por lo tanto, el
quid de la
cuestión siempre oscila hacia uno u otro lado. Con los avances tecnológicos y
educativos, ya no se deja a discusión si el docente, por ser experimentado y el
especialista en la enseñanza, es quien tiene la razón, ya el estudiante obtiene
la oportunidad de expresar su opinión, pero como Ainoa lo señala repetidamente
en su texto, la clave está en el equilibrio. Porque darle mucho la razón al estudiante
lo hará sentirse soberbio y con la falsa creencia de que, incluso si no tiene
la razón, nadie tendrá derecho a refutarlo. Y eso es un error, evidentemente.
Es una falta común trasladar la completa
credibilidad de la situación sin corroborar todas las versiones porque, de no
hacerlo, las autoridades caen en el problema de a quién creerle. No quieren menospreciar la "voz" del estudiante, pero tampoco buscan olvidarse del docente. Puede que haya quien encuentre esto difícil de redimir o, por el contrario, muy sencillo, pero no siempre lo es. Si así fuera no habría juicios ni tribunales porque la búsqueda por la verdad de cualquier tema sería fácil. Entonces, nos encontramos en el otro punto: Extremismos. Totalmente nocivo.
El tema de la credibilidad tiene en la pedagogía educativa un amplio margen de acción, pues (ejemplificando) si un estudiante hace o no una tarea encomendada, en su ejecución la persona experimenta una infinidad de factores que pueden ser tanto internos como externos, y todos están relacionados: la confianza que padres y docentes depositan en él, sus propias expectativas, la presión escolar, lo que los demás compañeros digan, etc. Lo más importante aquí es un componente emocional implícito no dicho: la propia capacidad de creer que se puede superar el reto. No es algo sencillo, pero ahí está. ¿Y qué más entra en eso? La empatía —o inteligencia emocional— para que el docente o papás guíen correctamente al estudiante sin que éste se sienta juzgado o menospreciado. Y además de la empatía la humildad para transmitir el saber sin que la otra persona se sienta menos. Como dije, con ejemplos y argumentos sólidos, Ainoa aborda el tópico de manera que solamente me queda decir "¡WOW!".
La manera de sembrar la confianza para que el estudiante comparta sus dudas sin temor ni juicio consiste en acrecentar en cultivar su seguridad; hacerle sentir que, no importa qué resultado obtenga, es SU resultado y eso es lo único que importa. Porque cada persona tiene su propia manera de resolver los problemas; el grado, pues, de inteligencia aquí radicará en la "calidad" de la resolución aportada, pero eso ya es aparte.
Por esta razón estimular a alguien a que puede conseguir sus objetivos (los que se proponga) es de vital importancia; no quiere esto decir que su propio deseo no sea suficiente estimulante, pero puede haber ocasiones en que su subjetividad comprometa aspectos emocionales de su persona, desbalanceando su camino y provocando, si no el fracaso, sí dificultades para conseguir su meta. Por eso el estímulo objetivo ajeno puede ser un elemento sano que le ayude a mantener el equilibrio. Por esto un punto medio: no descartas el error cometido, pero tampoco ignoras los avances. A esto hace años lo llamé presión positiva.
Si en el proceso de enseñanza el estudiante no se siente capaz de expresar su aportación, por pequeña, mediana, insignificante o grandiosa que sea, no habrá mucho más por hacer que ayudarle a trabajar su seguridad interna. Porque la represión conduce a un "cáncer" emocional que eventualmente estallará; comenzará con actitudes pasivas la mayor parte del tiempo. Es la clase de persona que carece de determinación, a la que le falta iniciativa, etc. Es imprescindible que el docente detecte estas "irregularidades" para actuar en tiempo y forma; si no, catástrofe probable.
El tema de la credibilidad tiene en la pedagogía educativa un amplio margen de acción, pues (ejemplificando) si un estudiante hace o no una tarea encomendada, en su ejecución la persona experimenta una infinidad de factores que pueden ser tanto internos como externos, y todos están relacionados: la confianza que padres y docentes depositan en él, sus propias expectativas, la presión escolar, lo que los demás compañeros digan, etc. Lo más importante aquí es un componente emocional implícito no dicho: la propia capacidad de creer que se puede superar el reto. No es algo sencillo, pero ahí está. ¿Y qué más entra en eso? La empatía —o inteligencia emocional— para que el docente o papás guíen correctamente al estudiante sin que éste se sienta juzgado o menospreciado. Y además de la empatía la humildad para transmitir el saber sin que la otra persona se sienta menos. Como dije, con ejemplos y argumentos sólidos, Ainoa aborda el tópico de manera que solamente me queda decir "¡WOW!".
La manera de sembrar la confianza para que el estudiante comparta sus dudas sin temor ni juicio consiste en acrecentar en cultivar su seguridad; hacerle sentir que, no importa qué resultado obtenga, es SU resultado y eso es lo único que importa. Porque cada persona tiene su propia manera de resolver los problemas; el grado, pues, de inteligencia aquí radicará en la "calidad" de la resolución aportada, pero eso ya es aparte.
Por esta razón estimular a alguien a que puede conseguir sus objetivos (los que se proponga) es de vital importancia; no quiere esto decir que su propio deseo no sea suficiente estimulante, pero puede haber ocasiones en que su subjetividad comprometa aspectos emocionales de su persona, desbalanceando su camino y provocando, si no el fracaso, sí dificultades para conseguir su meta. Por eso el estímulo objetivo ajeno puede ser un elemento sano que le ayude a mantener el equilibrio. Por esto un punto medio: no descartas el error cometido, pero tampoco ignoras los avances. A esto hace años lo llamé presión positiva.
Si en el proceso de enseñanza el estudiante no se siente capaz de expresar su aportación, por pequeña, mediana, insignificante o grandiosa que sea, no habrá mucho más por hacer que ayudarle a trabajar su seguridad interna. Porque la represión conduce a un "cáncer" emocional que eventualmente estallará; comenzará con actitudes pasivas la mayor parte del tiempo. Es la clase de persona que carece de determinación, a la que le falta iniciativa, etc. Es imprescindible que el docente detecte estas "irregularidades" para actuar en tiempo y forma; si no, catástrofe probable.
Mientras haya vida, hay esperanza. Y es preciso apoyarse en la premisa. Cuando una persona lucha, a pesar de las dificultades, demuestra un poder interno inusual y poco común: voluntad. Es una herramienta indispensable, poderosísima e intuitiva que permite superar cualquier obstáculo porque hay una clara consciencia de las capacidades, limitaciones y situaciones adversas. No es suerte, es Esfuerzo se toma muchas páginas para enfatizar esta cuestión recurriendo a argumentos psicológicos (no, no te diré exactamente cuáles, debes leerlo tú) y a un oportuno desarrollo de la empatía.
Iba avanzando en la lectura de esta obra cuando me detuve en un tema que también presenta y es esencial: que me guste lo que hago. Esto es por demás importante para que la calidad que yo imprima a mis actividades sea la mejor, independientemente de su naturaleza. Si algo gusta, es fácil; si algo no gusta, costará trabajo. No quiere decir que una actividad por la que no sienta afinidad sea imposible, pero indudablemente me tomará más tiempo, esfuerzo y entendimiento, completarla. En este mundo (sí, este mundo y en el de la educación) nada sucede por casualidad, todo —o casi todo— tiene un porqué.
Y está en mí, en ti, en tus amistades y círculos más personales en lograr que el tema de la educación cambie, porque ciertamente está en crisis hace ya varios años. Creo firmemente que, si este libro hubiera llegado antes a nuestras vidas, habría aportado notables cambios, pues la autora sabe de lo que habla y lo adereza con buenos ejemplos. Espero de verdad haber plasmado exitosamente el asombro que me provocó este libro en lo mucho o poco que haya expresado aquí, porque de verdad es una lectura valiosa. Si eres docente o miembro de una familia con problemas, te recomiendo ampliamente conseguir este libro. Te ayudará mucho.
Conclusión:
Ainoa ha creado, a mi parecer, una obra maestra de la ciencia educativa que por sí sola forjará su camino, otorgando buenas reflexiones y herramientas para cultivar adecuadamente el polémico y complejo mundo de la educación.
Para ordenar una copia del libro puedes dar click en la siguiente liga.
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Un libro para saber educar...realmente alguien lo sabe? De manera personal no seguiría consejos de alguien que no sea cercano a mí, porque a final de cuentas la apreciación de cada quien es relativa; pero buscaría el
ResponderBorrarConsejo de alguien encaminado a mis ideales y valores. Porque a final de cuentas nadie da mejores lecciones y enseñanzas que la vida, así que lo que me pueda decir alguien más, sale sobrando.
Buenas Diana, soy Ainoa, la autora del libro “No es suerte, es esfuerzo”
ResponderBorrarHe leído tu comentario y debo darte la razón en lo de evitar seguir los consejos de alguien ajeno a tu entorno para educar. La verdad es que educar es una tarea lo suficientemente complicada y como tu muy bien dices, muy subjetiva, como para hacer los que diga una tercera persona. Pero el objetivo de mi libro se aleja bastante de este propósito, en ningún momento quiero explicar cómo hay que educar (de hecho no creo que nadie se encuentre en la posición indicada para hacer tal cosa) sino más bien de hacer reflexionar sobre las consecuencias que tiene actuar de una forma u otra ante las personas. Ya que a fin de cuentas, como tu bien dices, las mejores lecciones te las da la vida misma, pero no me puedes negar, que cuando hablamos o nos informamos sobre temas que nos preocupan, tal indagación puede influir en que dichas lecciones sean menos dolorosas o, por el contrario, mucho más productivas. Aunque al final lo que más cuenta es el sentido común.
Antes de terminar me gustaría agradecer a un crítico y escritor con el talento de Ed. haberse molestado en hacer un artículo sobre mi obra.
Muchas gracias.