No es
una novedad el hecho de que ha habido una infinidad de adaptaciones al cine en
un intento por emular el éxito de sagas como Harry Potter y El Señor de
los Anillos. Parece que la fórmula utilizada en ambas es única y original, más aún en el tratamiento del tema, independientemente de que ambas posean referencias sociales (liderazgo, poder individual, codicia, avaricia, hambre de poder, etc.) acordes con lo que se ha vivido en los últimos años, dicha fórmula resulta interesante al plantearse en una época de fuertes posturas socio-políticas.
Dicho esto, es importante señalar que
el esfuerzo por apegarse al material de origen ha sido, por momentos, una lucha
constante; en otros momentos, una meta alcanzable. Es bien sabido que tanto la
literatura como el cine siempre están en busca de historias que contar, que nos enseñen el arte de la vida, que entretengan, que busquen llegar al espectador o al lector, según sea el caso.
De ese modo no es descabellado
pensar que han habido autores que lo han logrado, ya sea porque se convierten en
visionarios o porque se han arriesgado a llevar sus ideas, sus sueños al límite
para compartirlos con los demás. De la misma manera que la historia está
plagada de grandes personajes, está llena de pensadores y hacedores que arriesgaron todo por un modo
de pensar específico; la literatura hace lo mismo con nuestra imaginación. Aquélla nos enseña a retomar los valores tradicionales de un modo único: a
través de nosotros.
El cine hace lo propio con esta
misma meta reinventando historias; así como la literatura se compone de géneros para diversificar
su meta y extenderse en el mundo, el cine también lo hace por igual, al ofrecer
infinidad de temas, según los gustos del inconsciente colectivo. Pero la
cuestión no se detiene ahí, y la literatura, aunque hoy día tiene ambos
referentes (los citados arriba) para demostrar que tiene mucho para ofrecer, no
es lo único ni lo más bello. Para ejemplos clásicos tenemos Romeo & Julieta, Robinson Crusoe o incluso Veinte mil leguas de viaje submarino,
que vienen siendo ejemplos de historias inmortales, historias que permanecerán
en la cultura general por siempre.
Ésas son historias que se mantienen
como clásicos, pues sus premisas han sido tan maravillosas por el tratamiento dado, que es poco probable que
sean superadas; posiblemente puedan ser reinventadas o incluso innovadas, pero
jamás suplantadas, jamás olvidadas ni desechadas. Es parte de la magia de la
literatura: enseñar que un aspecto de la vida es innovación, creación, ingenio y,
sobretodo, que la vida se compone del valor de imaginar cosas, de atreverse a
ver sin miedo el más allá de las cosas.
Mientras que la literatura se
enriquece con la descripción, que se nutre con la ilimitada imaginación, con la profundidad psicológica en sus personajes, y con
la creación de millones de mundos posibles, a su vez nos invita a innovar y a pensar en
lo que no hemos pensado o hecho o callado, el cine se alimenta a su vez de esta
situación, conservando su propia esencia narrativa; la psicología, en dos
vertientes (social e individual) encuentra aquí su cauce y su motivación, su
impulso para crecer en sí y por sí, a raíz del desarrollo de ideas, de su
fundamentación y argumentación para crear propuestas sólidas que sirvan de
inspirador para, dicho una vez más, la vida.
Ambos mundos conforman parte del “séptimo arte”, siendo introspectivos,
retrospectivos, analíticos y críticos en su médula.
Y lo mejor de todo, no como un
“todo” sino como “parte de un todo” es que ambos mundos pueden ofrecer
reflejos sobre la humanidad, reflejos de nuestras acciones, quizá un tanto morales para matizar sus provocativas ideas, de la
realidad, nuestra realidad; reflejos de las acciones del hombre, De nuestros deseos, de las metas y posibilidades que todos tenemos, vistos y
expresados de múltiples formas y perspectivas.
Así, podemos entender que la
literatura y el cine, al compaginarse, al ser concomitantes, pueden trabajar a
la par enseñando a disfrutar de la vida, respetando su seriedad y analizando su
transgresión. Ambos mundos artísticos son exquisitos, divinos, disfrutables,
enriquecedores y moralistas, cada uno a su manera. La literatura explota el poder de la imaginación; el cine explota el recurso visual para ofrecer, en
parte, certeza y paradigmas sociales, ejemplos de vida que siempre pueden ser
de ayuda en cualquier momento. Ambos componentes del séptimo arte son
simplemente magníficos.
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