Cuando no buscas imitar, pero sorprendes poco y satisfaces de otra forma.
Es
difícil hablar de la película. O quizás es fácil. No tengo idea; de lo que sí
es de que el creativo tras la cámara, David Gordon Green, quiso plantear
un homenaje a cuentagotas porque no son todas las escenas o momentos que dedica
a hablar de la cinta primigenia y sí dedica gran parte a narrar algo distinto
que, no obstante, pierde el elemento sorpresa porque son los momentos “pivote”
en que sé que el conflicto surgirá. El director supo, desde luego no iba a
poder siquiera EMULAR lo hecho por Friedkin en 1974. Hay que ser honestos. Lo
que sí podía (y lo hizo) fue dejar pistas que me dieran a entender —a mí como
espectador— que estoy ante una NUEVA historia que, de una forma u otra, buscaba
crear conexión con el CLÁSICO (sí, con MAYÚSCULAS, es un hecho que ninguna otra
propuesta alcanza el nivel de calidad que esta tiene) de terror sin ser
técnica, precisa y estrictamente una secuela, aunque sí conserva conectores que
fuertes me hacen brincar de emoción.
Aunque sigo masticando El Exorcista: Creyente, le rescato algo importantísimo que ya mencionaba El Exorcista, pero que aquí cobra más sentido por la época en que se estrena, el contexto en que surge (todos los matices alrededor mediante) y es el concepto de creencia en un mundo agnóstico. La primera cinta fue famosa y disruptiva porque no se apoyaba de ninguna idea religiosa ni ofrecía comentarios concretos al respecto, pero sí fue violenta y auténtica en el tono. Para esta ocasión, aunque sí tengo la representación de la iglesia aquí, termina siendo muy endeble y vacilante al respecto. Los valores de guion cambian aquí y Gordon Green aprovecha esos huecos para dar lugar a otra noción: ante el titubeo religioso, está la convicción personal. Y esta noción es reforzada y potenciada por un par de escenas clave, una a mitad de metraje y otra en el clímax.
No
me parece algo casual que el protagonista de esta historia sea alguien que está
“molesto” con Dios por las desgracias que tuvo que superar, pero sí encuentro
hermoso, profundamente refrescante que, no siendo creyente, es el más lógico y
cuerdo de todos los personajes que aparecen a cuadro. Su curva emocional es
exquisita, no muy potente, pero sí fija y en la justa medida para que el vínculo
con el personaje de su hija sea lo suficientemente consistente y llegue al
punto culmen acorde a su relación. No en
vano ocurre una desgracia que simplemente no tiene final y, por el otro lado, surge
una final medianamente feliz, pero con una moraleja.
Y
es que, si puedo hablar de la película sin arruinar el conjunto, sería así: el
marco histórico de esta historia tiene lugar durante el terremoto de Haití de 2010. Este evento es el impulso narrativo que tiene el protagonista para
seguir adelante con su pequeña hija, ya que la mamá fallece en el terrible
atentado. Tiempo después, siendo ella adolescente, se relaciona con varias
personas y una de ellas la invita a un juego sin sospechar las consecuencias.
¿Produce los respectos saltos de asiento? Sí. ¿Es innovadora? No. ¿Ofrece sustos distintos? Puede que sí. ¿Tiene su discurso o comentario acorde al género? Sí. No le llega a los talones a la original y probablemente mucha gente la tilde de aburrida (más que nada porque tiene un primer acto lento a base de presentar a los personajes y su psique), pero pasada eso la cinta no toma respiro y me dirige a donde le interesa: el meollo de la historia. Y cuando estoy ahí, Gordon Green conjuga de forma evidente sus premisas vertidas y trabajadas en el desenlace, ofreciendo un final que no es esperado, pero tampoco es muy gratificante. Hacia el final las referencias se convierten en una lluvia de complacencia visual para los fans tanto del género como de la película en específica, así que el conjunto emociona, pero únicamente se queda en eso: nostalgia.
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