LIBRO: Macbeth


La ambición al límite de la locura. 



De las varias obras del reconocido Shakespeare que hemos comentado aquí, una o dos me han parecido muy memorables. Quizá es mi falta de "buen ojo" lo que me ha impedido ver la obra de arte escondida entre los diálogos en el resto de su bibliografía. Recuerdo cuando en una clase de mi carrera discutíamos la posibilidad de tomar como hecho el paradigma que la Literatura es por sí misma. Aun con los merecidos debates que eso acarreó, debo confesar sigo viendo a Shakespeare de un modo más que digno (ése fue el debate de la clase; ¿cómo establecer un parámetro cuando la Literatura sigue presentando aportes a la sociedad?).

Con todo y las ideas que del párrafo anterior pueden surgir -sin contar, claro, los huecos históricos que supone-, pienso que Macbeth habla de un tipo de ambición distinta a la que se me dibujó como recomendación para adentrarme a este personaje. Había escuchado/leído en diversos sitios y círculos sociales que Macbeth fue dibujado psicológicamente por el dramaturgo inglés como un personaje incapaz de conformarse con su estado familiar, social y personal. Un ser "vil" capaz de escalar puestos y jerarquías sin importar qué tuviera que hacer para avanzar. Y habiendo leído el relato, pienso que se trata de una ambición guiada por el miedo. Probablemente su ambición lo agranda, lo magnifica, al punto de ser odiado y temido por otros, y eso YA ES GRANDEZA, pero más que la ambición como adjetivo circunstancial y lo que conlleva, creo que Shakespeare adorna al personaje con picardía, cierta ironía y hasta una "demencialidad" rica en matices emocionales. No por nada se trata de una reconocida obra entre la infinidad de aportaciones que el autor tuvo para con el mundo. 

Pensar en esto me recuerda la escena de la merienda en la que un fantasma, producto de uno de los tantos crímenes aometidos por Macbeth, se involucra para atormentarlo únicamente a él en medio de un evento. Es la perfecta escena que muestra, con todos los matices y ángulos posibles, la reputación del protagonista en conjunto con sus demonios internos y cómo el pueblo comienza a desconfiar de su "príncipe". A partir de ahí la lectura se vuelve más digerible, más simpática pero también más transparente, y es cuando caigo en cuenta que es un personaje con una terrible inseguridad, misma que lo mantiene insaciable. Es Macbeth. Desgraciadamente no estoy al tanto de las diversas adaptaciones teatrales, televisivas y fílmicas que se han hecho de esta particular obra, por lo que me queda la duda sobre la calidad de las adaptaciones y, más aún, el impacto psicológico que hayan tenido.

A mi pesar, una constante se mantiene en esta obra (y esperaba que fuera la excepción): el protagonista aparece poco. Esto me da la impresión de que Shakespeare prefiere construir a sus personajes a partir de su entorno, y con una agudeza económica dialéctica, que a partir de una interiorización propia, que hoy día es comúnmente utilizada. De cualquier forma, resulta en un entretenimiento mucho más decente que otros y con una dosis de humor inusual. No hace falta narrar de qué va la obra, pues todos la conocemos ya. Eso sí, un ligero atisbo de decepción me embarga, y espero ser sólo yo.

Ahora sigue la segunda parte de Juego de Tronos, de la que espero compartir mis observaciones pronto. 

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