¡Vaya! 2014.
Eso quiere decir que superamos el 2012…y con creces. Pero ¿qué aprendimos en estos últimos dos años? ¿Qué aprendí yo? Pues que primero somos individuos antes que sociedad, que somos humanos y que estamos en constante aprendizaje. Démosle, pues, un vistazo más “aproximado” a este período de dos años. ¿Qué hemos hecho que haya cambiado en ese tiempo? ¿Más trabajo? ¿Más presión económica? ¿Más presión generada por altas expectativas sociales? ¿Más proyección de metas a futuro? ¿Más conciencia de nuestra fragilidad como humanos?
Si algo puedo afirmar sin necesidad de ir más allá es que la vida, o al menos la de la gente que me rodea, se mueve y define a una velocidad impresionante, en toda la extensión de la palabra. Esto se debe a que veo a un sinfín de personas que día a día definen de manera rotunda y contundente qué es lo que esperan hacer en sus vidas, a corto, mediano y largo plazo. La perseverancia es buena.
Dos años. Y pensar que nos preocupaba el fin del mundo de una manera literal, siendo que el fin del ciclo humano no es algo, creo yo, que se pueda pensar de manera “fatídica”, la palabra “apocalipsis”, incluso la sección de la Biblia que lleva por nombre el mero capítulo, hace referencia a un cambio de pensamiento en toda la raza humana. ¿Cómo lograr ese cambio?
¿Qué ha pasado en dos años? ¿Qué me ha ocurrido a mí? Llegué al punto donde puedo ver mis errores del pasado y entender por qué pasé por ellos, un punto donde me percato que para avanzar, como cualquier ser humano, es preciso dejar algo atrás (dinamismo puro), un punto donde soy consciente de mis fortalezas y debilidades, un punto donde me encuentro caído y de pie, listo para afrontar las nuevas e inesperadas adversidades de la vida, acompañado de seres queridos, amigos, compañeros y confidentes, siempre con una sonrisa para levantar el día.
Dos años en los que el dinamismo de la vida estuvo presente en cada paso que di, ofreciéndome la perspectiva de que la dificultad que tan cerca he experimentado se ve plasmada en las inquietudes, prisas, intereses, malas intenciones, crisis, prioridades y muchos otros factores propios de las malas organizaciones, reflejo principal de muchas empresas, especialmente las enfocadas en finanzas bancarias.
Al levantarnos todos los días tenemos motivaciones, impulsos que nos obligan a vencer los obstáculos diarios y para así llegar a la hora de la cena teniendo la sensación de que algo aprendimos. ¿Qué es ese algo? Saber que en el apoyo familiar y el de los amigos podemos salir adelante, que creyendo en nosotros mismos están los cambios realmente significativos. Dos años de muchas vueltas, dos años de grandes avances, grandes equivocaciones, grandes reflexiones y, sobretodo, grandes reconocimientos y auto-conocimiento personal.
Somos sociedad y actuamos como individuos. ¿Dónde está el problema?
Con ayuda de mi mejor amigo enfrento con valentía los retos, tanto prácticos como filosóficos, que la vida me pone a diario, cuestionándome qué puedo hacer en un entorno cambiante, plagado de estrés e inquietudes. ¿Qué puedo hacer yo por el prójimo? ¿Cuál es mi papel en esta sociedad? ¿Cómo puedo co-existir con el otro? Éstas y otras más fueron preguntas que llegué a plantearme en la carrera. Filosofía. ¿Con qué propósito? Para ser escritor, escritor de novelas y, cuando el momento llegue, serlo también de guiones de cine.
Doy gracias por la familia que tengo, compuesta por numerosos individuos. Son todas esas personas, y las experiencias que he vivido con ellos por igual, las que me recuerdan quién soy y cómo llegué aquí. Desde mi familia central, compuesta por cinco peculiares individuos de complejas características, hasta pasar por amigos de la familia en cuyas enseñanzas he recogido partes fundamentales que hoy día forman gran parte de mi manera de pensar dirigidas a un bien común; parientes que viven lejos pero que se encuentran unidos por un lazo inquebrantable o primos cuyo lazo familiar va más allá de lo sanguíneo y cuyas convivencias han permitido gozar de momentos formidables.
Y así como estas valiosas personas, que aprecio y que llevo en mi mente todos los días, también conocí muchas otras en dos años, dos años en los que, para bien o para mal, anduve en diversas empresas, empresas en las que mi estancia varió, desde periodos relativamente cortos a periodos donde tuve oportunidad de crecer, de desarrollar habilidades o generar nuevas, un espacio donde también pude entender la fragilidad de la vida misma, así como su esencia vertiginosa.
Algunos ejemplos de buenas experiencias lo son conocidos psicólogos con los que en poco tiempo formé buenas amistades y cuya variación de pensamiento fue indispensable y determinante en su momento para darme cuenta de la diversidad que nos rodea. Una vez más, pasé de un lugar a otro. De un centro de llamadas a otro (sí, mismo tipo de empresa) con un ambiente y horario más ameno, donde conocí a un par de personas de valioso pensamiento.
Más adelante, tras un período de intensa búsqueda por algo más acorde a lo que me gustaba o bien a lo que sabía hacer, encontré otro centro de llamadas peculiar: Con principios religiosos, lo que me ofrecía un ambiente más “familiar”, al poder aplicar la teoría de mi carrera en casos concretos en base al puesto y funciones que desempeñaba. La empresa lleva por nombre GENTERA. Un período que, aunque desafortunadamente corto, fue agradable y muy interesante, con un horario algo absorbente pero que, hablando positivamente, daba para buenas convivencias.
El breve período ahí me forzó a entender que siquiera obtener un empleo es una ganancia, que hay que conservarlo, porque la situación general es CRÍTICA (sí, con Mayúsculas). Una de las cosas más frustrantes con las que me topé fue la lección de que cuando se cree tener las cualidades, aptitudes o requisitos para desempeñar una labor que deseamos obtener, siempre hay alguien más que lo hará mejor que nosotros mismos. Sí, cuando pensé que estaba por encaminarme a algo valioso y apegado a mis intereses, alguien más me gana el puesto. Terriblemente frustrante, ni modo.
Poco tiempo después, hablamos quizá de un mes o dos, entré a la capacitación para otro centro de atención televisiva, como es natural ahí conocí a más personas. Más que lo que veíamos ahí, conviví agradablemente con ellos, haciendo nuevas amistades, y algo, algo comenzó a germinar en mi interior, no puedo definirlo con exactitud, pero es como si tuvieras una fuerte epifanía interna y tu esencia se “mezclara” con ese cambio. ¿Descabellado? Quizá sí.
No haber continuado ahí me demostró que somos seres cambiantes, porque como dijo Heraclito “Lo único constante es el cambio” seguí buscando trabajo, dándome cuenta de que el sector financiero de las llamadas representaba un amplio campo laboral dentro del mundo de los negocios, y eso tampoco es productivo ni benéfico. Pasé otro período de búsqueda, mientras que al mismo tiempo avanzaba con otros pendientes que aún tengo abiertos. Paciencia, paciencia…
Pasar por más o menos empleos puede ser vivificador o concientizador: la importancia de saber que somos muchos y que cada día luchar por nuestras metas sosteniendo en alto nuestras convicciones le da un interesante tono a nuestras vidas, a nuestra existencia, y que no debemos perder de lado nuestra individualidad, es importante y fundamental, además de que nos da muestra de nuestra fragilidad humana, premisa que es explorada, tema aparte, en la obra “Otelo” de Shakespeare. Entré al que sería mi ÚLTIMO Centro de llamadas, además de que fue un ambiente en el conocí a diversas personas que dejaron huella en la personas que soy.
Dos años. Dos años que me sirvieron para valorar el techo que tengo, la salud, la alegría que puede caracterizarme, las reacciones frente a retos inesperados, dos años para valorar la familia que tengo, que aunque “guerrera” y complicada en ocasiones, son mi familia y así los acepto, dos años en los que concienticé de manera más profunda mis decisiones y afronté la realidad de la saturación de metas, escasez de oportunidades y, sobretodo, la intensa violencia y egoísmo que azotan nuestras calles todos los días.
Muchos se casan, otros forman familia de manera “no-oficial”, otros deciden mudarse lejos de aquí, otros pendulan entre sus muchas decisiones, sin lograr ubicarse de una manera específica, muy respetable. Puedo suponer que no hay reglas sobre cuándo tomar decisiones personales, las tomamos cuando nos sentimos listos para ello, pues no se trata de seguir una norma social o familiar, preceptos aquí preceptos allá, sino de seguir (sonará muy cursi) nuestros corazones, de hacer por siempre aquello que nos llena de felicidad, estemos donde estemos y seamos quienes seamos.
Si escribo esto es porque me percato de que somos lo que decidimos ser, por ende, son nuestras decisiones las que nos definen. Soy de la opinión de que la felicidad implica ser fieles a nuestra naturaleza y vivir haciendo lo que más amamos, aceptar lo bueno y lo malo de la vida, la gente que nos rodea, la gente que nos dio la oportunidad de aprender de los demás, personas que, para bien o para mal, dejamos ir. Y como ustedes, agradezco todo lo que he aprendido estos dos años.
Como me dijo una ocasión mi madre (en mi época de preparatoria): “Si pensamos que no tenemos, nos falta todo; si pensamos que tenemos, nos sobra mucho”. Venimos a esta vida a dar y compartir parte de nosotros.
Estoy aquí ante ustedes, un joven escritor con preparación filosófica, de raíces literarias, que agradece vuestra presencia esta noche.
¡Feliz Navidad!
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